Se fue uno de los grandes músicos españoles del siglo XX
El siglo XX se nos desangra poco a poco. Llegará un día en que quizá ni nos acordemos de aquella canción profética de 091, “¿Qué fue del siglo XX?”. Los viejos mitos, los viejos maestros, van desapareciendo. Es ley de vida. Queda su música, aunque suene a manido topicazo. Y esa sí que nos acompañará para siempre. El saxofonista, profesor y compositor navarro Pedro Iturralde contaba ya 91 primaveras. La suya es una de las últimas grandes pérdidas de la música popular española en este complicado 2020, ya de por sí propenso a bajas para las que no se vislumbra relevo.
Contaba nuestro compañero Fernando Navarro hace unas semanas, en las páginas de El País, lo bonito que le resultaba saber que la presencia de Pedro Iturralde en escenarios madrileños como Clamores, Galileo y Café Central era algo habitual, un valor seguro al que poder recurrir. Lo reconfortante que era sumergirse en la rutina de cualquiera de sus frecuentes bolos capitalinos, similar a la que procuraban Javier Krahe o Antonio Vega. Al fin y al cabo, Iturralde era no solo un músico de raza, siempre discreto, ajeno al cacareo mediático y a los vaivenes caprichosos de las tendencias. Era el único músico español (junto a Tete Montoliu) en figurar en el prestigioso Diccionario Jazz Larouse. Y era, sobre todo, un maestro en el arte de acercar el jazz a otros lenguajes, especialmente al flamenco. Un pionero que ejerció una labor de zapa tras las que se colarían luego decenas, quizá cientos de músicos que tomaron buena nota de su ejemplo. Y sentó un ejemplo didáctico de incalculable valor, dignificando la enseñanza del saxofón en 1973, logrando que el Ministerio de Educación le dedicara una cátedra exclusiva al instrumento, ya legendario fuera de nuestras fronteras, pero en España aún limitado al aprendizaje de parte de clarinetistas que, a veces, no estaban demasiado familiarizados por él. Por algo ya había forjado entonces parte de su carrera en los EEUU. No hace falta decir que, desde los años setenta, el saxo se convirtió en condimento esencial en muchos de los guisos de la música popular, hasta en el rock, en sus múltiples ramificaciones. Que le pregunten a San Clarence Clemons.
Iturralde compartió escenario con Miles Davis, Thelonious Monk o Sarah Vaughan. Acompañó a Paco de Lucía, Joan Manuel Serrat, Luis Eduardo Aute o Miguel Ríos. También compuso bandas sonoras, como la de la extraordinaria El viaje a ninguna parte (1986), de Fernando Fernán-Gómez. Fue un gigante, cuya carrera no podría resumirse ni en decenas de artículos.