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Cómo ganar 10 millones de dólares estafando a Spotify (y no salirse con la suya)

Redacción
9 de julio de 2025
Cultura
56
REDES
938
LECTURAS
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Un productor musical desconocido logró infiltrarse durante meses en el sistema de pagos por reproducción de las principales plataformas de streaming —Spotify, Apple Music, YouTube y Amazon Music— utilizando canciones generadas por inteligencia artificial y miles de bots que simulaban oyentes reales. El plan le permitió ingresar más de 10 millones de dólares en derechos fraudulentos antes de que el FBI lo desenmascarara. Así funcionó el mayor fraude digital en la historia reciente de la industria musical.

El cerebro detrás del timo

Michael Smith no era un nombre conocido en el circuito musical. Desde Carolina del Norte, y sin firmar con ningún sello, logró colarse en los engranajes del negocio global del streaming gracias a una combinación de tecnología y audacia. Smith no componía canciones, ni contrataba músicos. Utilizaba software de inteligencia artificial para generar temas musicales genéricos y sin identidad clara, firmados con nombres aleatorios, como si fueran artistas reales.

Lo realmente brillante —y a la vez alarmante— fue cómo consiguió que esas canciones “sonaran”. No entre el público, sino en bucle, a través de bots programados para reproducirlas miles de veces cada día. En su punto más álgido, llegó a alcanzar más de 660.000 escuchas diarias. Y con cada reproducción, cobraba una pequeña cantidad en concepto de derechos de autor.

Cómo funcionaba la estafa

El esquema era meticuloso. Smith creó o adquirió miles de cuentas falsas en plataformas de streaming. Utilizaba redes VPN para simular accesos desde distintas ubicaciones y tarjetas prepagadas para abrir suscripciones premium que le otorgaban mayor retorno por cada reproducción. Distribuyó sus canciones a través de servicios intermediarios de distribución digital —los mismos que usan artistas independientes—, y fragmentó el tráfico para no levantar sospechas: en lugar de inflar un único hit, multiplicó el número de temas y diversificó los bots.

En paralelo, fundó una supuesta promotora musical (‘CC-4’) y una empresa de producción (‘CC-3’) con apariencia legítima. La estrategia era clara: volumen. Cuantas más canciones subiera y más bots las reprodujeran, más ingresos generaba. En uno de los correos electrónicos interceptados por el FBI, Smith escribía a un colaborador: “Necesitamos sacar una tonelada de canciones cuanto antes si queremos que esto funcione”.

La caída

El FBI comenzó a investigar después de que varias plataformas detectaran patrones inusuales: escuchas infladas de artistas desconocidos, cuentas con actividad sospechosa y cobros anómalos en los sistemas de reparto. La investigación reveló que Smith y sus cómplices habían logrado ingresar más de 10 millones de dólares en derechos mediante este sistema fraudulento.

Ahora, Smith está acusado de fraude electrónico, conspiración para defraudar y blanqueo de capitales. Cada uno de estos cargos puede acarrear hasta 20 años de prisión.

Un caso que pone en jaque al sistema

Más allá de la anécdota del estafador brillante, el caso ha destapado las grietas de un sistema que mueve miles de millones de euros cada año y que, hasta ahora, confiaba en la veracidad de los datos de escucha.

Para los músicos legítimos, esto supone un golpe doble: no solo se desvían ingresos hacia quienes no lo merecen, sino que además se distorsiona la métrica que decide qué artistas son descubiertos, promocionados y monetizados. Si las plataformas funcionan como escaparate, inflar visitas significa alterar el algoritmo que decide qué se escucha.

Tras este escándalo, Spotify, Apple y otras plataformas han anunciado revisiones de sus protocolos antifraude. Pero la pregunta que flota en el aire es otra: si un productor desconocido pudo crear esta red desde su casa, ¿cuántos casos similares estarán pasando desapercibidos?

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