Ricardo Lezón entabla una larga, exhaustiva y apasionante charla sobre la creación con el escritor y guitarrista de Vetusta Morla, que publicamos en dos entregas.
Conocí a Guille Galván en la sala Galileo Galilei, en febrero del 2017 durante un mini festival San Valentín que se celebró allí, y donde Ángel Carmona nos entrevistaba con motivo de la publicación de nuestros respectivos libros de poesía. Retrovisores (2016) el suyo y Los minúsculos latidos (2017) el mío, ambos en la editorial Bandaàparte.
La velada se cerraba con la actuación de mi socio y amigo Ramón, The New Raemon, que dio un hermoso concierto en un ambiente igual de bonito. No pudimos charlar mucho aquella noche, apenas conocernos: los dos estábamos nerviosos y había mucha gente, pero aún así el recuerdo que me llevé fue inspirador y cercano, como de alguien que estaba igual de sorprendido y agradecido de que contaran con nosotros en calidad de poetas y escritores, palabras que, los dos coincidimos, se nos quedaban muy grandes.
Los dos pisábamos territorio extraño, en cierta manera: las preguntas son diferentes y las respuestas tambien lo deben ser. Hay que buscarlas. Entre escribir las letras para las canciones de un grupo y escribir un poemario, o unos relatos, hay algunos suelos comunes pero hay muchos más distintos, mas íntimos e indescifrables incluso para uno mismo en el segundo caso.
“Entre escribir las letras para las canciones de un grupo y escribir un poemario, o unos relatos, hay algunos suelos comunes pero hay muchos más distintos”.
Ninguno de los dos escribimos aquellos libros pensando realmente que serían publicados y leídos, o al menos ninguno imaginaba ese momento mientras lo hacía. Hay muy poco que ver entre cantar un texto y leerlo en voz alta. Cuando Ángel nos pasaba el micrófono para leer algún poema, era como si nos pidiera que nos quitásemos la ropa o que nos confesáramos en voz alta. Guardo el recuerdo de haberlo comentado, de haber compartido esa sensación de arenas movedizas.
Tiempo después, volvimos a coincidir en Córdoba, en el maravilloso festival Cosmopoética. La suerte quiso que compartiésemos charla moderada por la periodista Marta Jiménez en la preciosa Sala Orive, presidida por la grieta que dejó el terremoto de Lisboa en 1755. Allí sí que pudimos hablar más largo y tendido. Preparamos juntos la charla en casa de Marga Suárez, editora de Bandaàparte, con guitarras y algún chupito de whisky.
Guille se negaba a cantar en el acto, al final se arrancó, y ensayamos juntos “Arena y Romero”, que después interpretamos delante del numeroso público que fue a vernos. Más a él que a mí, claro. El recuerdo de aquel día es igual de bonito, más aún por poder tener tiempo, por estar en una ciudad impresionante y porque ya estábamos mas relajados. En la charla recuerdo escucharle hablar del síndrome del impostor, del miedo a que un día descubran que eres un farsante o que estás muerto de miedo.

Han pasado casi cinco años desde entonces y en ese tiempo no hemos vuelto a coincidir, apenas algún mensaje, pero a él es fácil seguirle la pista: Vetusta Morla es un fenómeno que vino para quedarse, y que poco a poco se ha ido convirtiendo en el grupo más importante de España. Son una referencia para muchos de los que empiezan y ya también para muchos consagrados. Un grupo con una personalidad incontestable, inquieto e inconformista, siempre en movimiento. Mucha culpa es suya.
Hoy tengo la suerte de volver a hablar con él, lo hacemos por Zoom, yo desde una Formentera asolada por un temporal inaudito y él desde su casa de Madrid. Amable y dispuesto, tal y como le recordaba. Recién llegado de una mini gira europea y haciendo las maletas para desembarcar en Sudamerica.
“Hemos estado en París, en Amsterdam y en Bruselas. Fue muy bien. Hicimos Bataclan en París y otras dos salas de mil y pico en las otras ciudades. Muchos españoles que viven o estudian allí. Al final hay tanta gente de por aquí que puedes armar bolos en salas grandes”. Debió impresionar tocar en Bataclan después de lo que ocurrió, no? “Sí, era impresionante, hacías el recorrido mirando al techo, es una sala preciosa, me recuerda al Apolo de Barcelona, es una antigua sala de baile de los años cincuenta”.
“Hacer teatros y salas más grandes es muy sano para nosotros, porque no nos acostumbramos a ningún espacio, no caemos en los vicios y trucos de los lugares más grandes”.
Y gente autóctona. ¿Hay curiosidad por un grupo que en España arrasa? “Alguien viene, sí, pero no es un número importante. En Alemania, que es el país de Europa por donde más giramos, sí que encontramos, pero es difícil porque no entras en el circuito de promoción, de radios. Te piden ediciones propias para cada país, pero no tenemos capacidad”.
“Siempre ves gente de allí, pero el grueso son españoles que están viviendo o estudiando allí. Son conciertos muy agradecidos. Se junta mucha gente que está dispersa. Ademas, son bolos que en España no podemos hacer porque en casa hacemos aforos más grandes y yo lo disfruto mucho, de hecho es donde más disfruto tocando, volver a recintos mas cercanos lo disfruto mucho”.
“Lo vivimos con mucha suerte, porque aunque hayamos tenido un crecimiento muy grande en España, donde ya tocamos en pabellones o incluso en lugares mas grandes, es cierto que las giras se pueden ver en distintos formatos y recintos dependiendo del sitio donde toquemos. Tenemos la suerte de poder hacer salas en Europa y en Latinoamérica, es una cosa como entre Europa y España, hacemos teatros, salas un poco mas grandes”.
“Es muy sano para nosotros porque no nos acostumbramos a ningún espacio, no caemos en los vicios y trucos de los lugares más grandes. Nosotros hemos crecido en salas y es bonito poder pasar por todos los espacios”.

El que no se acostumbra al frío en esta isla soy yo. Había traído traje de baño y crema solar y estoy pasando un frío polar. “Jajaja, tengo muchas ganas de ir a Formentera, estuve allí de pequeño y me dejó impresionado”. Sí, a mí tambien me está impresionando, ayer fui en bicicleta al Cap de Barbaria y además de casi palmar del esfuerzo, hubo un momento en que parecía que estaba en la Vuelta a Islandia. Estoy aquí, refugiado en una casa en mitad del bosque, escapando del mundanal ruido para poder terminar mi primer libro en prosa. De eso hablamos, de la dificultad del salto del poema y el relato corto al vasto territorio de la novela.
“Al final, los que venimos de la poesÍa y canciones, donde la conquista es palabra a palabra, al final vamos dando pasitos muy cortos en la prosa, que supongo que necesita una mirada más alargada, necesita desarrollo e ideas, y no estar tan pendiente de cada pasito. Yo escribo en una revista que se llama Líbero, de fútbol, escribo relatos y vivencias que nacen a raíz de una fotografía, eso es lo mas cercano que hago a la prosa y tengo que cambiar el chip de pensar mas en el fondo que en la forma. Esa es mi prosa, no he dado el salto a escribir capítulos. A los que escribimos poesía siempre nos preguntan cuándo vamos a dar el salto a la prosa. A mí aún no me lo pide el cuerpo”.
Si hay además un tema de ejecución, de disciplina necesaria, ya no vale el escribir a impulsos, a borbotones, hay que establecer algún orden que en las canciones y los poemas, incluso en los relato, es más flexible. Para quien tiene una relación complicada con la disciplina, como yo, esto se está convirtiendo en algo titánico. Seguimos hablando sobre la palabra, que es al fin y al cabo el ladrillo de todo lo que estamos hablando. En algún lugar leí que en cuanto a las palabras, dabas mas importancia a la precisión que a la claridad, y se me quedó esa frase ¿Qué diferencia hay entre precisión y claridad cuando hablamos de contar algo? ¿Para ser claro no hay que ser preciso?
“Los que venimos de la poesía y canciones, donde la conquista es palabra a palabra, al final vamos dando pasitos muy cortos en la prosa, que supongo que necesita una mirada más alargada”.
“Quizás me refería a la sencillez. A veces, encontrar la palabra exacta es un reto, y puede suceder que esa palabra no sea sencilla. Hubo un momento en que quizás me importaba más encontrar la palabra exacta. Es complicado. El reto es ser preciso con la mayor claridad posible. Yo ahora miro atrás y, viendo mi evolución, veo que ido ganando en simplicidad y en contar las cosas de manera mas directa. Son dos palabras que deberían ir de la mano, claridad y precisión. Para mí escribir tiene algo de búsqueda, de ponerte el casco de minero e ir tirando del hilo que te lleve a algo. Sí que hay un punto de precisión. A veces pensamos que lo preciso debe ser complejo. Y es al revés. Quizás ese titular estuvo mal expresado. Ahora diría lo contrario: quiero ser conciso y claro”.
A mí la palabra precisión me impresiona mucho. Me pasa con la prosa, que hay muchas ideas que tengo y que quiero desarrollar, y cuando empiezo a hacerlo comienzo también a dudar de ellas. En la poesía no necesita las certezas que en la prosa sí. “Yo siento que la prosa se me va de las manos. Estar convencido de algo es algo muy loable. Me vienen a la cabeza quienes dedican dos años a hacer una película. Hay que tener un convencimiento absoluto que envidio mucho”.
El convencimiento me lleva a aquella tarde en Córdoba, delante de aquel público, y a Guille contando lo del síndrome del impostor, que viene clara y precisamente de una falta de convencimiento que muchas veces, lejos de ser un lastre, es un motor. La duda mueve, y desde ella se abren caminos. “Yo recuerdo que cuando hablé del síndrome del impostor, tú citaste el final de la película Patterson, cuando se encuentra en aquel jardín con un japonés y le dice “a mí no me gusta la poesía, yo creo en la poesía”. Me gustó que dijeras que no te evalúas si soy o no soy, yo creo en que lo tengo que hacer, y ya está”.

Cuando te dejas de juzgar te liberas, eso está claro. Muchas veces el ojo que sentimos detrás es el nuestro. “¿Por qué la poesía no necesita certezas y la prosa sí?, te devuelvo la pregunta”. No lo sé, cuando escribo poesía no pienso en nadie más, pero en esta ocasión, igual porque es la primera vez pero me asalta el miedo de que alguien vaya a rebatir todo lo que escribo, siento la endeblez de mis certezas más que nunca y pienso, como tu decías, ¿alguien va a querer leer esto?.
“Tal vez deberíamos escribir como los pintores puntillistas, con el brazo alargado, buscando una distancia”. Quizás. Quizás la diferencia esté en, como decía Alejandro Simón Partal, amigo compartido, que dirían en Meta, que la poesía no se engloba en ningún estilo, la poesía existe, flota, se mira, se ve, o como decía en su libro Aproximaciones a la poesia y el arte (1995-2000), de José Corredor Matheos, también recomendado por Alejandro, la poesía no debe cumplir ninguna misión ni propósito, no debe consolar, ni explicar, ni acompañar, ni ayudar, solo debe existir.
Puede que ahí se abra el abismo entre el poeta y el escritor. Bueno, tambien he de decir que no todas las recomendaciones de Alejandro cundieron tanto: me dijo que era bueno levantarse a las seis de la mañana y escribir hasta las nueve. Después de hacerlo tres días, he de decir que tengo mucho sueño y no he escrito nada. “Jajajaja, estás con sueño y frustrado”.
(Este artículo continuará en una segunda y última entrega la semana que viene)