La banda de Sheffield estrena un primer adelanto que, a poco que el resto del disco esté a la altura, augura uno de los grandes discos de la temporada.
Los Arctic Monkeys nacieron justo cuando el paradigma de la música pop cambiaba. No pertenecen ni al viejo modelo ni tampoco del todo al nuevo. O tienen cosas de ambos, mejor dicho. Se benefician de los dos. Como si hasta su misma fecha de nacimiento fuera producto de la extrema inteligencia que siempre han lucido.
En 2006, fecha de publicación de aquel debut que fue el que más copias vendió en su primera semana de vida en muchísimo tiempo (estos récords a los que tan aficionada es la prensa británica), estábamos en un momento en el que la venta física de discos estaba ya en caída libre, pero aún no había emergido el streaming como la principal vía de consumo que ahora es. Había descargas. Mutábamos, sin saber aún a dónde.
Descarados, insolentes, talentosos y orgullosos del acné juvenil que transpiraban sus canciones, el cuarteto de Sheffield emergió como una supernova destinada a encumbrarse como la más brillante de su generación. Franz Ferdinand, Maxïmo Park, The Futureheads y algunos más habían llegado antes, pero en esta carrera de larga distancia que es la música pop, ellos tenían todos los números para ser los mejores corredores de fondo de su generación. Y así fue.
Más de 16 años después de aquel debut, a Alex Turner y los suyos no se les conocen renuncios. Ni resbalones. Ni deslices. Ni malas decisiones estratégicas. Nada de lo que han hecho ha bajado del notable. Ni siquiera los giros que propinaron a su carrera (diametralmente opuestos) cuando se fueron con Josh Homme al desierto en 2009 o cuando se pusieron sofisticados en 2018 han logrado alienar a sus fans o desencantar a la crítica, que siempre entendió que eran movimientos propios de quien necesita evolucionar, cambiar, reciclarse o morir.
Nunca quisieron dormirse en los laureles, pese a que habrían podido. Tampoco quienes mostraban su escepticismo ante el fulgurante éxito de su debut pudieron mantener altas las defensas tras verles en directo: el FIB de 2007, la primera de sus apariciones en un gran festival español, abrió los ojos a quienes hasta entonces se negaban a hacerles la ola. Parecían los nuevos The Jam. Y Alex, un Paul Weller redivivo.
Su nuevo disco, el séptimo, se llamará The Car (Domino, 2022), se publicará el 21 de octubre, y a poco que responda al alto nivel de exigencia que ellos mismos se han marcado en “There’d Be A Mirrorball”, su sensacional single de adelanto, promete ser uno de los grandes trabajos de la reentré tras el verano, de la temporada e incluso del año. La canción tiene madera de clásico instantáneo. Por su interpretación, por su tempo, por sus arreglos, por su imponente sobriedad. Contamos los días.