
Vamos a entrar en marzo y ando pensando a dónde irán a parar todos esos propósitos que concebimos al comenzar el año, también en cuántos serán y en si estarán cansados de habitar el deseo. A veces los imagino recorriendo un camino de vuelta, como el que regresa abatido al no haber sido capaz de cumplir su misión.
Cada año igual, vivimos macerando el tiempo, trazamos la forma de nuestros deseos, algunos idénticos, año tras año. Algunos fracasan, año tras año.
Ser un propósito no debe ser fácil. Un propósito nace de los deseos ajenos, se alimenta de la voluntad, de las ganas de ser y hacer, y ya sabemos que estás van y vienen a su antojo.
También he pensado en cómo nacen los propósitos, en como pasan de ser nada a serlo todo. Imagino que un propósito es algo así como la consecuencia de un deseo, lo visualizo como un cordel que se va trenzando con fuerza entre las neuronas hasta anclarse y tensarse con tanta fuerza que no puede más. En ese preciso instante le damos la posibilidad de existir.
Imagino que un propósito reside en la espera, impaciente por que llegue su turno. A estas alturas pienso que quizá un propósito ya debe saber que es una posibilidad, y que, como toda posibilidad, unas veces se puede cumplir y otras no.
“A estas alturas pienso que quizá un propósito ya debe saber que es una posibilidad, y que, como toda posibilidad, unas veces se puede cumplir y otras no”.
Por aquí a veces tardamos toda una vida en saber lo que somos, con lo que no es mal saber.
Yo tengo propósitos, como cualquiera. Algunos he sido capaz de cumplirlos y otros andan en la sala de espera. Imagino que el día en que la vida se queda sin propósitos, deja de tener su gracia.
Pero hay propósitos y propósitos. Unos sirven para hacer cosas, otros para dejar de hacerlas.
Hace poco entré en un cementerio, uno de esos preciosos que forman parte de las ciudades. Imaginé que allí yacían muchos propósitos y me entretuve en leer los epitafios. Siempre he creído que los epitafios son algo que aún está por pensar, un mundo de posibilidades asfixiado por una herencia sin sentido después de toda una vida. Un “no te olvidan” me sabe a poco.
Pienso en cómo serían si se convirtiesen en muros gigantes donde amar a los que ya no están y decirles aquello que quizá nunca les dijimos
Me gusta imaginar cómo serían si antes de marchar dejásemos escritas las letras en las que queremos permanecer. Quizá no lo hacemos por no sentir el frío en la piel.
Me imaginé leyendo el epitafio de uno de los propósitos: “Fui feliz, fui una posibilidad que se convirtió en realidad”.
Nuestros deseos tejen nuestros propósitos, y aunque no les demos una oportunidad, mientras estemos aquí siempre nos quedará la vida que sucede en nuestra imaginación, donde muchos de ellos residen: