
A mí me calma poner el lavavajillas. Buscar el hueco exacto a cada elemento, calcular el espacio de manera matemática entre cada pieza de la cubertería, hallar los conjuntos y las gamas cromáticas. Poner orden, para decidir finalizar con el caos. Encontrar en los aceros y la cerámica las formas geométricas y lineales que muestran la armonía perfecta. Esa que sabemos que no existe en la vida real.
Quizá la relación que mantenemos con lo cotidiano provenga de la infancia, de lo que empapamos en aquellos momentos, aunque luego se vaya perfeccionando o a veces se acabe haciendo justo al revés, por llevar la contraria, por eso de no querer vernos reflejados en aquellas manías que despertaban rabias.
Tengo una silla justo frente a la lavadora. A veces me detengo a visualizar lo que ocurre dentro. Observo cómo el vacío se convierte en lleno en cuestión de minutos, cosa que en la vida no ocurre, y como la claridad muta a una masa burbujeante entretenida y de repente el mundo campa del revés mientras las vueltas crean formas imposibles. Vueltas como las que sí que suceden en la vida. A veces dentro de una lavadora ocurren cosas más interesantes que en TikTok y si te quedas un rato parada escuchando su sonido en el silencio llegan soluciones interesantes a cosas que parecían un lio. Al igual que ocurre con TikTok tampoco es muy bueno mirar mucho la lavadora, pero de vez en cuando no está mal hacerlo.
A veces dentro de una lavadora ocurren cosas más interesantes que en TikTok y si te quedas un rato parada escuchando su sonido en el silencio llegan soluciones interesantes
Lo cotidiano es curioso y habla de cómo somos. Yo he visto casas de uno donde parecen que habiten veinte, y casas de cinco en las que parece que no habite un alma, que cada cual muestra su vida o la esconde como quiere. Lo cotidiano puede provocar incendios cuando se comparte, que es muy íntimo eso de cómo percibimos el orden, el caos y el espacio, y según quien, aporta rango y galardón a lo que calma o altera, como en todas las cosas de la vida.
A mí de lo cotidiano me gustan los pequeños gestos que esconde cada tarea, el cómo se pueden observar y percibir en un día de calma. Aprovechar esos momentos para arreglar la vida, concentrarse en ese gesto que emana el agua cuando recorre las líneas de los nudillos, en el verde del Fairy sobre la esponja y en ese ahínco del rozar metal contra metal para arrancar la grasa de las cacerolas. Ahora ya casi no se friega, pero fregando se obtiene ese gusto de tener el poder para arreglar lo que ensuciaste, por muy arraigado que esté, porque los humanos no dejamos de ensuciar cosas, a veces sin ser siquiera conscientes. Y no siempre podemos arreglarlas.
Fregando se obtiene ese gusto de tener el poder para arreglar lo que ensuciaste, por muy arraigado que esté, porque los humanos no dejamos de ensuciar cosas, a veces sin ser siquiera conscientes
Sinceramente, aunque es un acto común, andamos en tiempos en los que lo cotidiano anda exento de glamour. No suele habitar esas publicaciones de Instagram, en las que todo nos va estupendamente, pero lo cotidiano no deja de ofrecernos islas, misterios y detalles.
Misterios como el de las cucharillas y los calcetines, que desaparecen de manera silenciosa de cada hogar y nadie sabe dónde van a parar. Islas como las que se forman en los tendederos, en los que puedes jugar a emparejar las pinzas por colores, colocar las maderas sobre algodones y ordenar los textiles por tamaños y gamas. Un arte se esconde en el tender, donde los modos pueden generar combates. Que no es lo mismo tender de sisa, que de cintura o camal o al derecho o el revés. Y luego están esas obras que dejan lo tendido, cuando las prendas se plantan como cortinas de nubes y fachadas y al ejercer la luz y el viento se puede capturar la poética visual. Que aunque ahora se tiende escondido aún quedan ciudades y barrios donde los tendidos exteriores dan para interesantes fondos fotográficos.
Una gran isla de lo cotidiano es la cocina, ese laboratorio repleto de probetas capaz de estimular nuestro yo de más adentro, como le pasó a Katharine Hepburn en esa escena final de “La mujer del año”.
Y luego están todos esos detalles, como cuando el polvo deja que dibujes para luego borrarlo y ese pasar el paño por la madera para observar cómo lo noble cuando envejece se vuelve más noble aún. Porque lo que es auténtico no deja de serlo con el paso del tiempo, por eso vale la pena tanto detenernos en la búsqueda de lo autentico y retenerlo.
Lo cotidiano nos ordena, pero la mecánica de lo cotidiano puede arrancarnos de la vida sin darnos cuenta. Para alguien que fue educado en lo férreo de las disciplinas siempre hay algo que hacer, un polvo que arrancar, una superficie que abrillantar, un armario que ordenar. Lo contrario conlleva a pensar que se pierde el tiempo. Pero el tiempo nunca se pierde, el tiempo simplemente transcurre y tan solo hay que acertar en invertirlo en lo que nos hace sentir bien, que para eso es nuestro… aunque a veces nos resulte complicado.
Pero el tiempo nunca se pierde, el tiempo simplemente transcurre y tan solo hay que acertar en invertirlo en lo que nos hace sentir bien, que para eso es nuestro
Me gusta mucho como lo cotidiano se puede abrigar con bandas sonoras y según las energías y ánimos puede sonar Charlie Cunningham, The Strokes, Sakamoto, los clásicos del soul, Tennis, Stan Getz, Helado Negro, Yo la Tengo, Los Planetas o las Lágrimas Negras de Bebo y el Cigala y como nos pueden hacer libres esos pequeños momentos, como en aquella canción en la que Freddie Mercury mecía la aspiradora al aullido de libertad.