
La chica rubia es una chica rubia de las que la gente se gira al pasar. Así es la gente, quiero pensar que curiosa por naturaleza y observadora de la belleza, lo de girarse no lo digo por decir, he sido testigo de cómo, tanto hombres como mujeres, se han girado a su paso. Yo quiero pensar que es porque la chica rubia es una chica que se arregla mucho, a cualquier hora del día y en cualquier época del año.
Curiosa la expresión de arreglarse mucho, como si estuvieses rota y te tuvieses que arreglar, como si cuando una está rota se pudiese arreglar, así como así… “Vas muy arreglada”, “Arréglate, que el sábado salimos”, o cuando nos preguntamos “¿Tú te vas a arreglar mucho?”… Como si lo de arreglarse mucho pudiese remendar lo de adentro, pero así somos…
Yo cuando la escucho no puedo dejar de visualizar una muñeca rota con una pierna aquí y otra allá, con un ojo colgando y la cabeza fuera de lugar… y luego un señor de avanzada edad con gorra y anteojos, a la luz de un flexo intentando arreglar el desaguisado… Y si el arreglo se acicala con la aria “Casta Diva” del Norma de Bellini por María Callas ya me parece como entrañable la escena.
Yo a la chica rubia la he visto crecer, son más de 20 años los que llevamos cruzándonos, en diferentes épocas. Sin un “hola”, quizá con alguna mirada tímida, pero creo que casi ni eso… Así son las ciudades, repletas de rostros que se cruzan a menudo, sin llegar a conocerse jamás. El paso de los años me ha dado pistas de cómo es la chica rubia, todas fabricadas desde la imaginación, así es la mente, que no deja de imaginar y a menudo extraer juicios y conclusiones, a menudo inexactas, siempre inexactas.
«Las chicas ya hemos aprendido que la belleza puede ser muy diversa y no hace falta que nadie venga a validártela.»
Creo que la primera vez que la relacioné con algo fue con una gran cadena de moda, podría decir que trabajó allí. En aquellos tiempos trabajar en esa gran cadena de moda no solo significaba obtener un trabajo, significaba también que alguien, de algún modo, había aceptado que estabas dentro de un canon determinado de belleza, por suerte creo que ahora (o quiero creer y me hace especial ilusión creerlo) las chicas ya hemos aprendido que la belleza puede ser muy diversa y no hace falta que nadie venga a validártela, pero por aquel entonces recuerdo a muchas chicas que querían trabajar allí.
Todas las chicas que trabajaban allí tenían una belleza concreta y similar y parecían contentas y orgullosas de pertenecer a esa especie de club de la belleza. Siempre me pareció extraño ese detalle, entre la cosificación de la mujer y aquella película ochentera en la que sonaba el “Nothing’s Gonna Stop Us Now” de Starship en la que un joven Andrew McCarthy se enamora de un maniquí. Se llamaba Mannequin (1987), pero creo que en España se tradujo como algo así como Me enamoré de un maniquí… que aquí somos muy creativos en la traducción de los títulos de las películas…
La chica rubia siempre va con ropa planchada, maquillaje, labios y ojos perfectamente delineados. Su pelo, rubio, acaricia su espalda, envuelto en ondas, pero no en unas ondas cualquiera, sino de esas que están perfectamente trazadas y no desvelan lo de encrespar. Su silueta está perfectamente definida, el volumen de su cintura perfectamente ajustado a su cuerpo y a lo largo de estos años no ha variado nada … Cuando la veo caminar por la calle siento admiración por su destreza al calzar los tacones, parece que haya nacido con ellos e incluso en los días de lluvia es capaz de agarrarse al asfalto sin ningún titubeo y con una velocidad pasmosa (no todas las chicas hemos nacido para llevar tacones altos y eso se nota) …
En la sociedad que vivimos quizá alguien, incluso quizá alguna mujer, pudiera atreverse a juzgar a la chica rubia tan solo por su aspecto, y aunque quizá todos los hemos hecho alguna vez, a mí no me gusta juzgar a las personas por su aspecto y yo admiro a la chica rubia por haber sido capaz de mantener a lo largo de los años su identidad sin cambiarla un ápice. La chica rubia tiene una bonita sonrisa, de esas que asoman el blanco y parece simpática, hoy en día, sigue en su oficio de la moda y yo creo que debe ser amable y facilitadora, a veces me gusta imaginarla recién levantada con la piel húmeda por el lavado de cara de la mañana y confieso que después de tantos años le he cogido cariño.
Me pasa lo mismo con otras muchas personas que forman parte de mi paisaje visual, con personas que me suelo cruzar a menudo, en las calles de mi ciudad y en las de otras ciudades. Son personas que irrumpen en el escenario de los paseos, que forman parte de él, de los trayectos cotidianos, de los quehaceres habituales. Personas con las que no tengo oportunidad de hablar. Esas personas, de alguna manera, forman parte de la imaginación, aunque sea por unos escasos segundos, las has visto cambiar, envejecer, has podido intuir las fuerzas en su piel, pero ahí siguen, formando parte de ese retal pequeño de vida que significa lo que está sin estar. Creo que de alguna manera esas personas también acaban formando parte del costumbrismo que forma los hábitos visuales.
«Son vidas colindantes, tanto las asiduas como las instantáneas que cruzan a nuestro paso, de las que rara vez sabremos más de lo que podamos imaginar.»
Son vidas colindantes, tanto las asiduas como las instantáneas que cruzan a nuestro paso, de las que rara vez sabremos más de lo que podamos imaginar en esas pequeñas desconexiones que nuestros pensamientos ocupados se permiten en la distracción, muchas veces me pregunto cómo serán esas vidas fuera de esos lugares, cómo será la de la chica rubia, cómo vivirá, cómo ocupará su espacio vital y qué sentirá cuando no sienta nada y cuando lo sienta todo.
Me pasa lo mismo al observar la vida desde las aceras cuando veo un edificio de esos altos, me fascina a la vez que asusta la cantidad de vidas que aloja en su interior, a veces me quedo mirando, mientras juego a imaginar qué será lo que ocultan esos halos de sus ventanas idénticas, una vida, dos, tres, alegrías, tristezas, soledades y fiestas… Todas envueltas en el mismo cemento, todas ellas envueltas en piel y todas ellas seguro diferentes por dentro.
Lo más divertido es lo que ocurre en los atascos, cuando cada vehículo puede contar una historia, cada uno con su banda sonora o su silencio, con sus rabias y prisas o sus momentos de descanso, porque yo creo que a veces los atascos pueden brindar momentos de paz, de conversación o abstracción con uno mismo, de dilucidar decisiones o imaginar sueños… Es peculiar el tiempo que transcurre en los atascos, además de que creo que cada uno de nosotros hemos observado en alguna ocasión esa escena tras una ventanilla donde el corazón o el índice se entretienen en la casa del olfato.
Me imagino cómo sería nuestra vida si comenzásemos a saludar a todas esas personas que forman parte de nuestra escena visual habitual, como se suele hacer en las poblaciones pequeñas, en las que si no hay un “hola” al menos se mueve la cabeza, con un lanzar de cuello a mandíbula, como queriendo regalar la cabeza al otro, pero quedándotela, a menudo acompañado de un ligero sonido avisando al otro de que lo has visto.
Con todo, podemos comprobar que el mundo es inmenso y sin embargo repleto de burbujas. A veces elegidas, otras impuestas, diseñadas, acolchadas, cada vez más pequeñas, en cada espacio más delimitadas y con el paso del tiempo, o sin él, mínimas…Burbujas que provocan pavor al salir de ellas o seguridad al sentirse dentro.
“El mundo es inmenso y sin embargo repleto de burbujas, a veces elegidas, otras impuestas… burbujas que provocan pavor al salir de ellas o seguridad al sentirse dentro”.
A la chica rubia podría sumar al chico de gafas que parece arquitecto, la señora del carro que creo que sigue utilizando redecilla y rulos para dormir, el señor que siempre viste traje y últimamente anda envejecido, los que no andan en la suerte del cobijo de un techo y dos mujeres maduras que me encanta cruzarme y pasean su amor con orgullo.
No creo que llegue a emitir el “hola” a todos y quizá no sepa de su vida más que lo que los pensamientos me regalen con el paso del tiempo, tampoco me llama la atención conocerlos, pero desde hace unos días he establecido el contacto visual y una media sonrisa muy, muy tímida, no vaya a ser que con el “hola” se rompa la magia…
Aunque quizá algún día me anime a dejar estas letras cerca de la chica rubia para que sepa que su paso deja huella… como la música que escuchamos, como Biig Piig, que me acompaña en este momento.