
El escritor catalán Miqui Otero confirmó con “Simón” su lugar destacado entre los novelistas forjados en la última década.
La literatura pop es como un mito emborronado. Un saco de contradicciones. Un galimatías. Ese cajón de sastre al que, como ocurre con las socorridas etiquetas de estilos musicales y las bandas, ningún escritor quiere verse adscrito. Quizá ni siquiera exista en realidad, tal y como ocurre con la manida novela de Barcelona, según afirma Miqui Otero (Barcelona, 1980). ¿Hay una novela de Madrid? Es más, ¿hay una novela de València? Lo que hay son ciudades que no tienen quién las escriba, más allá de servir de decorado para historias que perfectamente podrían situarse en Tombuctú o Sebastopol, como cualquier intercambiable franquicia de cafés y donuts.
Aunque a algunas se las escribe (y, sobre todo, se las define, que es lo más importante) más que a otras. Sin duda. La literatura pop, en esencia, es mucho más que un compendio de relatos en los que ir ensartando caprichosamente un puñado de referencias discográficas. Es una forma de narrar, es un modo de templar el ritmo, es un desafío que planta cara a las capillitas de la vieja guardia literaria: es un salto sin red que debería dejar muy atrás la manoseada e inevitable sombra referencial de Nick Hornby, que la cosa va ya para más de veinticinco años. O eso debería ser siempre.
“La literatura pop es como esas etiquetas de estilos musicales a las que ninguna banda quiere ser adscrita, pero a estas alturas debería ser un salto sin red”.
Cuando el protagonista de Rayos (Blackie Books, 2016) siente que suenan trompetas en su cabeza mientras una de las dos mujeres entre las que se debate aproxima sus labios a los suyos, no digamos ya cuando el revolcón se consuma y entonces irrumpen en su mollera las secciones de cuerda y de viento con toda su majestuosidad, eso es toda una declaración de intenciones. O cuando habla del dingaling de unas pulseras (que debe sonar como el jingle jangle de unas llaves) y uno no puede evitar acordarse de aquel infantilmente obsceno hit de Chuck Berry. O cuando describe el sonido de los ficticios Los Afiladores como un cruce entre el sonido raro de los 13th Floor Elevators o el yunque de Gang of Four.
Cuando en el celebrado Simón (Blackie Books, 2020), uno de los personajes dice que fabricó un dado con la palabra “hoy” en cada lado, u otro afirma que el sol de su cabeza es de todos los colores, apropiándose de la genial bizarría de Sergio Algora (El Niño Gusano), transmiten un calado que va mucho más allá de que Rico, ese personaje tan desorientado, desilusionado y desangelado como el trayecto de este país en los últimos treinta años, contagie a su primo protagonista su pasión por Blondie y demás emblemas de la new wave.

Hay una forma muy musical de escribir, que tiene más que ver con el manejo de la métrica de cada frase, con la modulación de su ritmo (primero lento y luego rápido, acelerones y ralentizaciones, contemporizaciones y cambios de ritmo: igual que una buena canción con sus estrofas y su estribillo, quizá incluso con su intro y su coda), con la elección de un vocabulario distinguido al tiempo que popular, singular por desafiar ciertas convenciones no por mero deseo de epatar, sino porque la forma debe abrigar al fondo.
Esa es la destreza en la que Miqui Otero sobresale, una pericia reconocida con el premio El Ojo Crítico de narrativa, en la que, a medida que ahonda -cuestión de inspiración pero también de mucho oficio, al fin y al cabo- , el pop va calando como un manto transversal que cada vez necesita menos referencias explícitas, menos guiños obvios. Lejos quedan ya los tiempos de su Hilo musical (Alpha Decay, 2010). Inevitable resulta, eso sí, que muchas de estas novelas se erijan en relatos coming of age: en esencia, sería difícil concebir un relato pop en el que la adolescencia y la juventud no tengan un peso determinante.
“Hay una toda una forma pop de escribir que tiene más que ver con la métrica, el ritmo o el vocabulario que con el mero encadenado de guiños musicales”.
Decía Kiko Amat (Sant Boi, 1971), otro de los escritores con los que es inevitable relacionar generacionalmente a Miqui Otero (sumen influencias como Francisco Casavella, Juan Marsé o Jonathan Coe), que en su último libro (el también muy recomendable Revancha, publicado por Anagrama) ha progresado en su aprendizaje para desaparecer de sus textos. Para hacerse desaparecer a sí mismo, vaya. La maestría para que la sombra de la personalidad del autor cada vez quede más diluida en sus libros, incluso para que la fauna de sus novelas habite – teóricamente – en las antípodas de quien los idea, de forma que el tinte autobiográfico quede reducido prácticamente a cero.
Algo parecido ocurre con Simón (2020) respecto a Rayos (2016), y en ese tránsito, por el que lo biográfico deja de tener sentido porque Miqui Otero ya ha creado un universo propio (a través de varios libros) que le trasciende, también los guiños estrictamente musicales – que en el peor de los casos podrían ser entendidos como simple atrezzo – van disipándose: es el reto de quienes llevan años combinando la literatura con el periodismo musical, o directamente se inician en esto último. Debe costar lo suyo desembarazarse de ciertos tics. No es un reto pequeño.
Es lo mismo, en resumen, que ocurre con los músicos. Me confesaba hace un año el gran Paddy McAloon (Prefab Sprout) que le da cierta vergüenza darse cuenta ahora del enorme name dropping (de otros músicos, mucho más célebres) que poblaba sus canciones allá por los años ochenta, cuando su leyenda empezaba a crecer. Que consideraba que era un truco pobre al que asirse, un recurso de mal pagador. Pero desde el momento en el que un creador da con un microcosmos (o macro, según los casos) propio, intransferible, reconocible al primer golpe de batería, inicio de estrofa o descorche de capítulo, esas referencias se diluyen porque lo que en realidad informa su trabajo es una cualidad transversal que empapa todo la canción, todo el disco, toda la novela. Así es la mejor literatura pop, como Simón: la que ya apenas lo parece porque tampoco lo necesita.