
El septeto británico debutó a principios de año con un artefacto de rock hipnótico e inclasificable que, haciendo honor a su título, transmitía la fascinación de los primeros descubrimientos.
Pudimos escucharles por primera vez en el Primavera Weekender, celebrado en noviembre de 2019 en Benidorm, en riguroso y torrencial directo, y nos quedamos con la sensación de haber descubierto un diamante en bruto. Algo inusual, dado que los festivales – así, en general – no suelen casar con la revelación de hallazgos que descuadren esquemas. Casi un año y medio después, este jovencísimo septeto mixto (tres chicos, cuatro chicas) del sur de Londres, con caras de no haber roto nunca un plato, confirman todo lo apuntado desde entonces en cada nueva entrega. Fue nuestro primer disco de la semana en ¡Mússica!.
Lo hacen a su manera, con seis canciones en cuarenta minutos. Desafiando etiquetajes, ciscándose en la actual dictadura de la fugacidad (solo uno de sus cortes baja de los cinco minutos) y desvelando una personalidad poco común cuando hablamos de unos pipiolos que debutan cuando sus carnets de conducir apenas estrenan los dos dígitos de los veinte años. ¿Post rock? ¿Post punk? Pues ni lo uno ni lo otro. No al menos como los conocemos. Por no casar con estereotipos, ni siquiera se estrenan en un sello de rock, sino en Ninja Tune, crisol de la mejor electrónica downtempo y del hip hop instrumental desde los años noventa.

Sus canciones son impredecibles, juegan a pleno capricho con un tacto experimental, son como organismos vivos que evolucionan a su antojo, pero eso no quiere decir que el saldo final sea una dispersa e indigerible ensalada de influencias de lo más diverso. Al contrario.
Hay una lógica interna en sus cambios de ritmo, en sus incisivas dentelladas rítmicas, en sus atropellados asaltos sónicos, rebosantes de un desasosiego magnético. Hay mucha molla en su forma de modular los instrumentos de viento y ese saxofón dislocado, como soplado por un demente atiborrado de discos de free jazz.
Y aunque hablamos de un proyecto muy coral (basta ver cómo se manejan sobre un escenario), su vocalista, Isaac Wood, tiene cuajo como frontman proteico y ácido poeta del subsuelo en ciernes. Son las suyas canciones que se despliegan como suites, casi como matrioshkas, que van revelando en sí mismas nuevos subtextos.
La ventolera de la música klezmer es palpable, tanto al principio (esa “Instrumental” que apuntan a una polirritmia que acaba disolviéndose en ecos free jazz) como al final (el imponente cierre de “Opus), y entre medias va borboteando un magma de extracción dickensiana (¿alguien se acuerda de los abrasivos Dream City Film Club, otro grupo que no podría entenderse sin la proximidad de las turbias aguas del Támesis?) que igual guiña un ojo a los mejores Slint – el cinemático serpenteo de “Athens, France”, que regatea a los lugares comunes del post rock y el post punk más trillados, o ese opus central que es “Sunglasses”, algo así como su “Good Morning, Captain”, por seguir con el símil slintiano – o al universo inquietante y malrollero de los Birthday Party de Nick Cave. Tan solo “Track X”, la única que baja de los cinco minutos, abreva en aguas de un folk ensoñador y rebaja la tensión general.
En resumen, For The First Time (Ninja Tune/PIAS, 2021) es un trabajo llamado a perdurar, y a descorchar una carrera que, a poco que no se desvíen por el camino ni malbaraten su perspicacia para trazar un argumentario muy propio, puede hacer correr ríos de tinta en un futuro.