
Charlamos de música, cine y literatura con el músico jerezano, quien acaba de publicar el fantástico El apego, el trabajo más personal de toda su carrera, marcado por su reciente paternidad, en paralelo a un libro con textos y fotografías de la sierra de Guadarrama, donde reside.
Julio De La Rosa acaba de marcarse uno de los saltos con triple tirabuzón más bellos de la música española reciente. El músico y escritor, ex líder de El Hombre Burbuja y ganador de un premio Goya por la banda sonora de La isla mínima (Alberto Rodríguez, 2014), acaba de publicar un disco sin parangón en nuestra escena: se llama El apego (Ernie Records, 2021), consta de una única pista de casi cincuenta minutos, enteramente dedicada a su hija, de casi dos años, y llega acompañado de un libro complementario, Esperando a Inés (Ernie, 2021), repleto de fotografías de las montañas de la sierra de Guadarrama que puede ver él mismo desde las ventanas de su casa y de textos que expresan los miedos, temores e inseguridades ante su paternidad. Un asunto este escasamente tratado en el pop y en el rock, que él solventa con admirable brillantez.
Publicas al mismo tiempo un disco, que no se parece en casi nada a todo lo que se hace en este país, y un libro de fotografías. ¿No han de entenderse el uno sin el otro?
Lo único que tienen en común es la temática, porque lo que más me ha impactado de un tiempo a esta parte es el nacimiento de mi hija, quien tiene ya casi dos años. Primero vino el libro, durante el embarazo de Elena, mi chica. Ambos somos padres primerizos. Me dio por mirar la montaña que vemos desde la ventana de nuestro dormitorio, me puse a hacerle fotos y noté que eso me calmaba, y a la vez me animaba a pensar en mi futura hija, de una forma sosegada. Así que, ni corto ni perezoso, convertí en un hábito ese momento de hacerle fotos a la montaña. Lo hice durante los nueves meses de embarazo. Un día pensé: “yo para esta niña quiero ser como esa montaña”. Estar ahí siempre. Ese fue el leit motiv. La montaña cada día era distinta, como uno mismo cuando espera un hijo. Y me puse a escribirlo con los temores de cualquier futuro padre. Cuando me di cuenta de que la niña había nacido, tenía ya seis mil fotos y un puñado de textos, y en los pocos ratos libres que nos dejaba lo ordené todo y lo convertí en el libro. Con las fotos y los temores de cada mes. Los de cómo voy a proveer esto, los temores pailativos… todos ellos. El disco vino luego.
Yo hago bandas sonoras y con el covid tuve un parón de unos meses. Ahí me puse a componer. Empecé a toquetear instrumentos en el estudio, y notaba que todo lo que me salía venía influido por mi hija, por las sensaciones que tiene. No era nada agresivo, nada que ver con cuando sales de una relación de pareja y acabas machacado y estás enfadado con el mundo… no. Lo que me salía era muy distinto. Y a la hora de ponerme a escribir textos, todo lo que me venía era como si le estuviera hablando a ella. Tuve que parar porque tenía la impresión de que no había nada menos rockero y menos comercial que hacer esto. Tuve un momento de duda, pero por otro lado me dije “¿qué hago si no? ¿miento? ¿me invento una pose?” (risas). Y como aparte de mi carrera solista tengo otra fuente de ingresos, que son las bandas sonoras para cine y series de televisión, y he decidido no tocar más en directo hasta nueva orden, pues decidí volcarme en hacer algo más interesante, algo más artístico, aunque dé un poco de reparo la palabra.
Quería escapar de los cinco tipos de canciones que tienes que hacer si quieres estar ahí. Porque tanto en el indie mainstream, como en el rap como en los cinco o seis géneros más populares, hay un tipo de canción para hacer si lo que quieres es estar ahí. O puede que dos. Y ya. Y a mí me resulta muy aburrido. Siempre me han gustado los músicos que han ido evolucionando y encontrando cosas, sin limitarse a estar en el Top de las listas. No tengo ningún interés en que me llamen de festivales, por ejemplo. Así que me puse a hacer el mejor disco que pensaba que podía hacer. Tirarme a un agujero negro, o a una piscina, y ver qué encuentro. Y moldear lo que va saliendo para mezclar los dos hemisferios. Crear algo que me emocione a mí y que emocione a los demás. Las canciones comerciales al uso se hacen en cinco minutos.
Por eso dices que con este disco renuncias a editar esa música que es la que habitualmente te ves obligado a hacer para subsistir, ¿no?
Claro, es lo que siempre he deseado y actualmente me lo puedo permitir. En mis anteriores discos, la canción que más lo petaba siempre era la que yo había estado a punto de tirar a la basura porque me daba vergüenza. De lo mala, lo básica y lo tonta que era. Y algo dentro de mí me decía, “bueno, ¿qué más te da?, si hay catorce canciones, por una entre catorce, no pasa nada”. Y esa canción, que colaba ahí con resquemor, se convertía en el hit del disco. Actualmente sigo haciendo mis concesiones, ya te digo (risas), en este mismo también hay alguna, aunque lo no parezca, pero siempre dentro de algo de lo que me pueda sentir orgulloso.


Supongo que el mayor riesgo al que te enfrentabas con un disco de este calibre es el de ser demasiado cursi, ñoño o relamido. ¿Te has tenido que contener de algún modo para no caer en eso?
Ese temor también me atacó. Tenía miedo de que quedara una ñoñada. Y yo mismo me decía, con mis demonios, “¿por qué tiene que ser una ñoñada?”. Si tampoco voy a hacer música infantil. Esto va a ser una carta que va a estar ahí, como en un cajón, y algún día, cuando ella sea mayor, cuando lo necesite o le apetezca o no, lo que sea, allí estará. Quizá un día lo abra y diga “joder, muñequita de feria, vaya palabritas que usaba mi padre” (risas), vete tú a saber. Pero con que una sola frase le haya punzado, me doy por satisfecho. Existía ese miedo a caer en lo cursi, pero me di cuenta de que lo que llevaba hecho hasta ese momento no lo era. Lo que se escucha está en el orden cronológico en el que lo creé, tanto la música como las letras, y la primera que ya tenía hecha era de las más bestias, dentro de lo que cabe, porque juego con la competencia de mi hija. Es mi hija y lo va a entender. Bueno, o lo dejará de entender, pero sabrá quién soy. No me puedo esconder.
“En mis anteriores discos, la canción que más lo petaba siempre era la que yo había estado a punto de tirar a la basura porque me daba vergüenza”.
De todos modos, supongo que para hacer este disco te habrá influido más tu trabajo haciendo bandas sonoras que tu trabajo al frente de proyectos pop, ¿no?
Pues está ahí, ahí. Hacer una sola pista de cincuenta minutos en la que hay un puñado de músicas dentro, con pasajes sonoros que aparecen y desaparecen, también esta, obviamente, influido por mi trabajo en bandas sonoras, pero también surge de un modo muy orgánico, porque yo iba haciendo cosas y la propia música era la que me pedía introducir cambios: bajar o parar, o romper en otra cosa. Vamos allá, me decía. Si precisamente lo que quería era divertirme y sentir algo, y no limitarme a la cancioncita de la menor, do, mi menor y abrimos luego en sol para el estribillo. ¡No! buscaba emocionarme con lo que hago, descubrir algo. Se podría decir que es mezcla entre banda sonora y canciones. Como los parciales de las bandas sonoras, solo que la película que estaba viendo esta vez estaba en mi cabeza. Me dejaba llevar por lo que iba sintiendo previamente.
Has sido un padre tardío, con casi cincuenta años. ¿Te ha causado eso una ansiedad extra?
Nadie me pudo decir nada porque mi suegro, con 62, tuvo un tercer hijo, ¿sabes? (risas). No hay quien le gane. Sí que es verdad que en el libro aparece ese miedo y el disco hay un momento en el que dice “y bailarás pero mis piernas a no podrán, y tú serás mis piernas”. Precisamente por eso. Yo debería tener quince años menos, aproximadamente. Incluso menos, si estuviéramos en una generación anterior. Ha surgido así. Antes yo no estaba preparado para eso, y ahora creo que sí. Pero todavía me queda mucho carrete.


¿Has grabado el disco tú solo, sin más músicos?
Sí, lo he tocado todo, lo he grabado yo, lo he producido, y únicamente o ha mezclado Dany Richter, ya al final. En su estudio. Él mezcla mejor que yo y arregla todos mis descosidos. Ni me llegué a plantear otra cosa, porque estaba siendo tan íntimo… hubiera sido como escribir una carta a tu hija y que en los márgenes hubieran aparecido frases de tus amigotes (risas). Me encerré y cuando me di cuenta ya estaba hecho el disco.
¿Tienes algún otro proyecto entre manos ahora mismo?
Estoy empezando la banda sonora de Modelo 77, la nueva película de Alberto Rodríguez, el director de La isla mínima, entre otras. He visto el primer corte y va a ser un peliculón. Trata sobre una fuga que hubo en la cárcel Modelo de Barcelona en 1977, de ahí el nombre. Va a ser difícil ponerle música pero espero llegar a buen puerto. Y acabo de terminar banda sonora de la serie Baruca, para Netflix, aunque le van a cambiar el nombre. Va sobre una institución psiquiátrica. Y también voy a trabajar en el siguiente proyecto de Alejo Flah, Días mejores, que es una serie muy tierna y emotiva, muy divertida, pequeña, íntima y bonita. Son tres proyectos totalmente opuestos entre sí. Me hace gracia que me llamen para cosas tan extremas. Desde la historia más oscura y más macarra de la historia hasta lo más íntimo y preciosista.
“Tenía miedo de que este disco quedara como una ñoñada”.
Eso te obliga a llevarte al límite, ¿no? A ir de un extremo a otro.
Sí, y me gusta. Me encanta hacer bandas sonoras porque estás viviendo la película. Es muy bonito de hacer.
¿Hay alguna película célebre de la que te hubiera gustado componer la banda sonora?
Claro, de muchísimas. La mayoría de esas películas tienen grandes bandas sonoras. Me hubiera gustado hacer alguna de Paul Thomas Anderson, lo que pasa es que ya estaba ahí Jon Brion, que no lo hace nada mal, también alguna de David Fincher, aunque para eso está Trent Reznor, que lo hace muy bien… te gustaría ponerle música a cada película que ves y te emociona. O me encantaría también haberme atrevido a pelearme con Stanley Kubrick en 2001:Odisea del espacio (1968) y conseguir que no me quitara la banda sonora de ahí, como le hizo a Alex North.
“Me hubiera gustado hacer alguna banda sonora para Paul Thomas Anderson, David Fincher o Stanley Kubrick”.
Has escrito también libros. ¿Estás trabajando en algo o leyendo algo últimamente que te haya atrapado?
Pues entre la niña, los perros y el trabajo, no que queda mucho tiempo, pero estoy empezando a leerme Los asquerosos (2018), de Santiago Lorenzo, que pinta muy bien.
Supongo que este disco no lo llevarás al directo, ¿no?
No, y gracias a eso es el disco que es. Hay instrumentos que hubiera sido muy difícil llevar al directo. A los Beatles les pasó que cuando dejaron de tocar en directo se pudieron permitir una serie de cosas que antes no podían, y entre otros son un modelo a seguir en ciertos aspectos.
¿Tenías algún referente en mente a la hora de encarar el disco?
La verdad es que no, de un tiempo a esta parte es el instinto el que guía. Antiguamente supongo que sí, pero llega un momento en que has escuchado tanta música que ya la tienes toda en tu cabeza. No escucho tanta como antes, y cuando lo hago no es con esos fines, lo hago con fines lúdicos. Es música que no tiene nada que ver ni con lo que hago ni con lo que busco. Me puedo poner a Louis Armstrong con Ella Fitzgerald, y no me canso. Estoy todo el día haciendo música, y fuera de eso necesito escuchar una música que me saque de mi propia música.
Casi todos los músicos dicen que su último disco es el mejor, pero en tu caso, ahora, creo que es cierto.
Yo estoy muy contento, no sé si el mejor, porque Pequeños trastornos sin importancia (2013) también estaba muy bien, aunque era completamente opuesto, hecho desde el desasosiego. Ambos cumplen su misión. Y este es lo más cercano que he estado de una obra de arte.
