El Madrileño —el disco de C. Tangana— subraya su apuesta por conquistar el mercado latinoamericano y un público intergeneracional, aficionado a muy diversos estilos. Transversalidad, lo llaman.
Cada vez resulta más complicado aportar algo (en positivo, en negativo o en neutro, lo mismo da) al debate sobre determinados artistas. Se lanza el disco un viernes, todos los medios – digitales, pero también escritos- se apresuran en el intento por ser los primeros en valorarlo, y cualquier visión se ve mediatizada, además, por las miles de opiniones que saturan nuestras redes sociales, de lo sustancial a lo caprichoso.
Incluso quienes se juran a sí mismos no prestar ni dos minutos de su tiempo al disco en cuestión, se ven en la obligación de dictar sentencia en su muro de facebook o en su perfil de twitter. Como si no se dieran cuenta de que con ello están contribuyendo a alimentar esa maléfica campaña de marketing que tanto critican. ¿Es realmente necesario?
Incluso quienes se juran a sí mismos no prestar ni dos minutos de su tiempo a este disco, acaban dictando sentencia en facebook o twitter.
Al final, el consumidor (todos lo somos) tiene miles de filtros a través de los cuales encajar, asimilar, disfrutar o siquiera tratar de entender lo que tiene ante sí, sonando a través de su móvil o su PC: decenas de críticas periodísticas en las que ya se ha dicho prácticamente todo, y centenares de opiniones de amigos, conocidos, contactos o prescriptores cuya validez dependerá del crédito que este le conceda.
Ocurrió con Rosalía, y ha vuelto a ocurrir con C. Tangana. En solo tres días, los que han transcurrido desde la edición de su nuevo disco, El madrileño (Sony, 2021), cualquier juicio que podamos emitir solo puede ser redundante. Así de rápido vivimos. A toda virolla. Sin concedernos tiempo para una buena digestión. ¿Alguien recuerda aquellos tiempos en los que dispensábamos varios días, quizá semanas enteras, a exprimir un disco hasta formarnos algo parecido a un veredicto con el que estimar si nuestras 2.000 pesetas – disculpad la referencia al cretácico superior – habían sido bien invertidas?
En realidad, y no hay nada de malo en ello, la campaña de marketing capitalizada por C. Tangana tiene muchos paralelismos con la de Rosalía. Y decimos que no hay nada de malo porque parece que en este país todo el mundo tenga que pedir permiso para intentar triunfar internacionalmente, o avergonzarse por contar con el dispendio de una gran discográfica. Como si fuera pecado, cuando quienes critican ese taimado ardid capitalista – menuda novedad – aprovecharían cualquier medio a su alcance para triunfar en sus respectivas profesiones.
El desconocimiento (no saber cuáles son los códigos estilísticos de un género musical, su argot, sus procedimientos) tiene cura, pero no este vicio tan español del papanatismo, el de siempre aplaudir hasta con las dos orejas esas estrategias foráneas de marketing que luego afeamos a cualquier paisano que trate de sacar cabeza fuera de nuestras fronteras. Qué bonito luce poner a caldo a Rosalía mientras le hacemos la ola a Billie Eilish. Hasta que ambas terminan colaborando, claro.
Los fenómenos de C. Tangana y Rosalía tienen muchos paralelismos, en lo musical y en la proyección de su perfil público.
Ambos fenómenos, en cualquier caso, son muy similares: todo lo que Rosalía tiene de proyección de un feminismo enraizado y puesto al día , lo tiene Tangana de representación del malote con corazoncito, del empotrador pelín machista que, vaya por dónde, también sufre por amor. Como el protagonista de cualquier drama urbano callejero, no tan arruinado por la calle y sus circunstancias como para no optar a la cuota de redención que empatice con el gran público.
Hablamos de estereotipos, sí, pero también de música pura y dura: la simbiosis que ambos proponen entre tradición y vanguardia es muy similar, también el reflejo de una idea de españolidad que encaje en las sociedades híbridas y multiculturales del siglo XXI. El flamenco, en el caso de Rosalía; la rumba e incluso el pasodoble (no hay más que escuchar «Demasiadas mujeres»), en el caso de Tangana, quien incluso se desliga de su propio nombre artístico, que ya ni figura en El madrileño: ese es el substrato de ambos. Luego ya van los aderezos electrónicos, los guiños al r’n’b o los modismos trap, ya vengan de la mano de El Guincho o de Alizz, sus productores.
No deja de resultar paradójico que todo este revuelo mediático en torno a Antón Álvarez Alfaro, al que ahora todo quisque llama Puchito, se produzca en torno a un álbum: ese formato al que muchos daban por obsoleto, porque la música urbana se regía por otros códigos más comprimidos, nos decían. Más instantáneos. El single, el track publicado por sorpresa en youtube, la puntual «colabo» de campanillas. Quizá tenga que ver con el hecho de que nuestro protagonista tiene ya 30 años, y la perdurabilidad de su música no va a depender solamente del público de la generación Z, ni siquiera de la millenial. Que por algo está en Sony.
El madrileño (Sony, 2021) es un disco ambiciosísimo, expansivo, ilimitado. Hay quien dice que es como nuestro My Beautiful Dark Twisted Fantasy (2010) de Kanye West, y algo de eso hay, salvando todas las distancias que queramos. El all star reunido, desde luego, es similar. Pero su desigual aportación también explica lo irregular del disco.
La aportación del all star reunido en El madrileño (2021) es tan desigual como su propia irregularidad.
La Húngara y Niño de Elche se lucen en esa electro rumba que es «Tú me dejaste de querer», con guiño incluido al «Son ilusiones» de Los Chichos. Toquinho pasa casi de puntillas por ese acercamiento a la bossa que es «Comerte entera». La aportación de Jorge Drexler en la muy normalita «Nominao» es casi inapreciable. Tampoco José Feliciano añade un toque muy personal a la nueva toma de «Un veneno». Destacan bastante más los Gypsy Kings en «Ingobernable» (otra rumba que parece no querer serlo del todo), Omar Apollo en el r’n’b latinizado y muy acaramelado de «Te olvidaste», Eliades Ochoa en una «Muriendo de envidia» que empieza arrumbada y termina salsera, o el mexicano Carín León y el californiano Adriel Favela en el corrido «CAMBIA!».
Los guiños en el disco a Rosario Flores («Cómo quieres que te quiera») o Alejandro Sanz («Corazón partío») en la letra de «Nunca estoy», o al coplista Pepe Blanco en «Cuándo olvidaré», son tan notorios que muestran a las claras la intención de este disco por inscribirse en la tradición de la música popular española de toda la vida, un propósito que se combina con su apelación al público latino, tanto al que vive en Norteamérica como al de prácticamente toda América latina (Cuba, Mexico, Brasil, Argentina y Uruguay están representados), sin complejos, y sin perder de vista el target anglosajón que, sin duda, sentirá atracción por una mixtura entre presente y pasado que le resultará exótica.
Lo mejor y lo peor, hablando de colaboraciones, llega al final, con Kiko Veneno haciendo de sí mismo en la espléndida rumba «Los tontos» y Andrés Calamaro tirando del ramplón y rancio rock and roll de «Hong Kong», dando la nota discordante.
Vaya, que comenzábamos este texto ahondando en lo redundante de cualquier análisis, y al final nos hemos liado destripando el disco. Así que lo mejor será que juzguéis por vosotros mismos. Y con la mochila libre de prejuicios, a poder ser.