El dúo francés se separó a principios de año, sin aparente motivo. Uno de los adioses del 2021. Recordamos cinco motivos que explican su éxito y su aportación a la cultura pop.
Daft Punk lo dejan sin previo aviso, en un momento muy extraño, fieles a su forma de hacer las cosas, cuando nadie se lo espera. Cuando el mundo de la música está aguantando la respiración, suspirando por que la industria del directo recupere su pulso, y a más de siete años vista de su último trabajo. En un tiempo en que ninguno de los grandes actores del panorama musical está dispuesto a mover ficha («virgencita, que me quede como estoy»), Thomas Bangalter y Guy-Manuel de Homem-Christo se desmarcan con el anuncio de que lo dejan, tras 28 años de trayecto y después de cuatro discos que vendieron millones de ejemplares. Los echaremos de menos. Por estas y algunas cosas más.
1 – Su capacidad para rescatar el pasado y proyectarlo al futuro.
Fueron los más listos de la clase. Cuando emergieron a mitad de los años noventa, formaron parte de una generación de músicos franceses que fue la primera en revitalizar la herencia de la música disco y el house, dos estilos que parecían absolutamente demodé. Formaban parte de la hornada de los Motorbass, Cassius o Mr. Oizo. Incluso de Rinocerose, Air, Bob Sinclair o el primer David Guetta. Pero llevaron su fórmula mucho más lejos que ninguno de ellos, proyectándola en el tiempo a lo largo de casi dos décadas y cuatro álbumes, superando cualquier moda de temporada y sobreviviendo cualquier atisbo de hype. En sus manos, los filtros, el vocoder , los sintetizadores vintage y los ritmos 4×4 nunca sonaban fuera de onda. Es más, supieron evolucionar con cada nuevo disco, sin acomodarse.
2 – Su reivindicación de grandes leyendas.
Dentro de esa evolución, una de sus mejores virtudes fue ahormar el talento ajeno en sus propias canciones. El surtido de colaboradores es imponente, pero luce sobre todo por su forma de rescatar a auténticas leyendas de la música popular. No hablamos de sus colaboraciones con Kanye West o The Weeknd, no. Sino de la forma en la que rescataron a Romanthony y, sobre todo, a los enormes Nile Rodgers y Giorgio Moroder, dos de los grandes arquitectos de la música disco, en el que sería su último álbum, Random Access Memories (Columbia, 2013), en el que tambien se lucían jóvenes como Pharrell Williams.
3 – Su combinación de sofisticación y popularidad.
Su forma de expedir bangers incontestables, rompepistas inapelables, despachar cerca de diez millones de discos en el todo el mundo y, al mismo tiempo, hacerlo sin renunciar a cierta estilización, a una sofisticación moderada que les alejaba de los gustos más patilleros, fue uno de sus mejores activos. Sus canciones podían sonar por igual en la verbena del pueblo como en la discoteca más trendy. A eso se le llama cuadrar el círculo.
4 – Su capacidad para adaptarse a los tiempos y recular.
Mientras su música sintonizó con el zeitgeist que auguraba un progresivo interés por rescatar el legado del house y de la música disco, entre mitad de los noventa y principios de los 2000, no hubo problema. Pero cuando se les fue la mano jugando con las guitarras eléctricas en Human After All (Virgin, 2005), con aquellos desarrollos chirriantes que parecían evocar el rock progresivo, perdieron el favor del gran público y de la crítica. Por eso la forma en la que se reinventaron con Random Access Memories (Columbia, 2013) fue ejemplar, auspiciada además tras una vuelta a los escenarios que supieron convertir en uno de los acontecimientos de la primera década del siglo, con una magnífica estrategia promocional: aquel mítico concierto de Coachella en 2006 y su enorme pirámide como símbolo.
5 – Su manera de preservar el misterio.
En la época del culto a la personalidad y la entronización del ego a través de las redes sociales, un tiempo en el que, además, mantener la privacidad de la intimidad parece casi un milagro siendo estrellas del pop, Thomas Bangalter y Guy-Manuel de Homem-Christo se las ingeniaron para que muy pocos conocieran su auténtico rostro. Como Burial o como Banksy, otros talentos aún más anónimos, pero a una escala aún mayor. Apenas concedían entrevistas, y para encontrar una en la que lucieran a cara descubierta, hay que bucear un buen rato en la red. La decisión de seguir siempre ocultos bajo sus célebres cascos admite muchas lecturas, incluso políticas. Entre ellas, ninguna que case con el concepto de celebridad actual. Ya es un logro.