
Las listas de ventas, las de streaming y las últimas entregas de premios confirman la teoría de que el modelo de bandas de pop y rock vive su ocaso. ¿Será definitivo?
Se abren – de cuando en cuando – escuelas de rock en nuestras grandes ciudades, como la de la película aquella que protagonizó Jack Black en 2003 en torno a una banda formada con alumnos de un colegio, pero parece que las bandas, los grupos, estén empezando a ser cosa del pasado. La tendencia ya era palpable en los últimos años, y basta echar un vistazo a las nominaciones de los últimos premios Grammy y a las listas de los discos más vendidos y las canciones más escuchadas mundialmente en streaming para confirmar ese inapelable declive de los grupos de música, ahora parecen irrumpir con fuerza los solistas. Ya no solo de rock, sino de cualquier estilo musical.
En el Top 10 español de esta semana, por ejemplo, solo figura un grupo, y lo hace en la (muy meritoria, por cierto) última posición: son los valencianos Zoo. Apenas acompañados, en las siguientes veinte posiciones, por los norteamericanos Evanescence. Lo demás, son todos solistas: C. Tangana, Alba Reche, Rayden, Carol G, Dua Lipa, Justin Bieber, Bad Bunny, Ozuna, Beret… lo mismo se deduce del actual Billboard norteamericano o del Top 40 británico.

¿Las causas? Múltiples, seguramente. Se advierte un cambio de paradigma, una progresiva brecha generacional entre quienes se criaron en la vieja liturgia rock y quienes lo hicieron ya con los nuevos modelos de éxito del siglo XXI. Durante décadas, a Mick Jagger y a Keith Richards les fue prácticamente imposible siquiera tratar de emular la repercusión de sus Rolling Stones con sus trabajos en solitario. Poco importaba lo solventes que fueran. Su público quería más de lo mismo, y eso les animaba a prolongar la marca en sucesivas giras y algún que otro disco alimenticio, pese a que siempre fue vox populi que ambos no se soportan (así lo reveló la biografía de Richards) desde mediados de los años 80.
El público del rock de toda la vida era más de bandas, por eso Mick Jagger y Keith Richards nunca triunfaron comercialmente en solitario, y se vieron alentados a prolongar su marca grupal pese a no soportarse.
Resulta también inimaginable que los miembros de U2, de Foo Fighters, incluso de Coldplay, emprendieran carreras en solitario. Son muchos los músicos de aquella época – años 80, 90, incluso primeros 2000 – que siguen funcionando bajo el paraguas de su banda de siempre, aunque en la práctica sean ya solo one man bands, porque saben que si lo hicieran bajo su nombre propio equivaldría a un descalabro comercial: Mike Scott (The Waterboys), Paddy McAloon (Prefab Sprout) y muchos más.
El pop de los sesenta, el rock progresivo, el punk, el rock alternativo, el grunge o el brit pop fueron movimientos esencialmente de grupos. Pero algo se quebró a partir de 2005 o 2006, coincidiendo con la irrupción de Arctic Monkeys, la última gran banda de aquel paradigma. Justo un poco antes, en 2003, dos de las grandes estrellas de la década triunfaban por su cuenta con discos en solitario en los que mostraban la emancipación respecto a sus bandas: Beyoncé (tras Destiny’s Child) y Justin Timberlake (tras NSYNC).
Era la prueba de que ni siquiera el modelo de boy bands y girl bands juveniles que había tenido su cénit en los años 90 – Backstreet Boys, Spice Girls – tendría relevo. Hoy en día, apenas se sostiene comercialmente en el ámbito del K-Pop coreano, con proyectos como BTS o Blackpink.

Así que, por mucho que la vieja guardia asuma que su parroquia lo que quiere es seguir luciendo la camiseta de su grupo favorito, los tiempos están cambiando a un ritmo vertiginoso. Son muchos los músicos españoles a quienes todavía les cuesta horrores proyectar popularmente una carrera como solistas tras militar durante años en una banda emblemática (Los Enemigos siguen reuniendo más gente que Josele Santiago, los Surfin’ Bichos más que Fernando Alfaro y Mercromina más que Joaquín Pascual, por ejemplo), pero entre quienes se han criado musicalmente ya en el siglo XXI, las cosas son totalmente distintas.
Obviamente, la implantación de internet lo cambió todo. La facilidad para crear música solo con un ordenador que tenga Pro Tools o Ableton, sin salir de una habitación, es una de las claves. Componer y difundir música sin apenas tener que realizar una inversión mínima nunca ha sido más sencillo. La sociedad en la que vivimos también se ha vuelto más individualista, en todos los sentidos. Las redes sociales proyectan un modelo de celebridad individual, nunca grupal. Y a ello han contribuido también los talent shows televisivos.
Internet, las redes sociales, las herramientas digitales y los “talent shows” televisivos han potenciado la primacía de los solistas.
Las fobias, las manías, los miedos y el pathos de nuestro tiempo se expresan mejor desde la creación enclaustrada que desde el trabajo en grupo, en el que siempre entra en juego la lucha de egos, las batallas por el poder, las malas artes por hacerse con el mando. La música de Billie Eilish, una estrella femenina a años luz de la imagen hipersexualizada de sus precedentes, es el más vivo ejemplo de ese reflejo. No es casualidad que el llamado bedroom pop sea una de las etiquetas en boga, con su resonancoa acelerada tras la pandemia. Como nos decía el periodista Barney Hoskyns en una reciente entrevista, son muy pocas las bandas que se libran de la competición de egos, y el 95% de los que las tienen – o tenían – están formadas por hombres.
Si a todo ellos le sumamos que, en la mayoría de casos, también es más fácil para la industria (discográficas, editores, management, promotores) lidiar con un solo interlocutor que con cuatro o cinco, y que también a veces es más fácil moldear el talento de muchos valores muy jóvenes que, tutelados por productores de más que probado éxito en serie (Jack Antonoff, Mark Ronson, Max Martin, Dr. Luke), se disponen a ocupar el primer plano mediático, todo termina de cuadrar. Solo queda saber si este cambio será irreversible. Quizá en unos años, con mayor perspectiva, lo sepamos.
En cualquier caso, no tiene por qué redundar en la calidad del producto, porque aquí seguimos defendiendo que hoy en día se siguen publicando discos tan estupendos como hace veinte o treinta años.