El grupo británico, en alianza con el colectivo Hypgnosis, plasmó a lo largo de dos décadas una grandilocuente estética que rompía esquemas y marcó a sucesivas generaciones.
Pocas bandas tan influyentes como Pink Floyd en la historia de la música popular. Si ellos no se entendería del todo la psicodelia, ni el rock progresivo, ni el stadium rock. Ni tampoco ninguna de sus muchas réplicas a lo largo de las últimas décadas. Sin ellos, quizá la música de Tame Impala, Jacco Gardner, The Orb, The Smashing Pumpkins, Porcupine Tree o Supertramp, por solo mencionar unos cuantos entre miles, habría tenido otros contornos.
Se liberaron de la sombra de su enajenado primer líder, se reinventaron y supieron adaptarse a las nuevas modas y corrientes, adaptaron sus grandes y pioneros espectáculos a las necesidades de un mercado que les acogía con los brazos abiertos, idearon campañas publicitarias tremendamente impactantes y supieron dominar su propia grandilocuencia y regenerar su fórmula hasta vender millones de discos por todo el planeta. Hasta en el lenguaje cheli se acuñó aquella frase, más vieja ya que Matusalén, de “eres un pinfloi“. Los más viejos del lugar se acordarán.
Una de las piezas esenciales de su excepcional y bien engrasado engranaje fueron siempre sus portadas. La gran mayoría de ellas han pasado a formar parte de la historia de la cultura popular. Fueron imitadas, alabadas, customizadas, y llevaron casi siempre el sello de Hipgnosis, el estudio de diseño londinense que ideaba cubiertas igual de audaces (o más) que el contenido de los discos a los que servían.
En este artículo repasamos cinco de sus cubiertas más memorables, aunque el listado fácilmente podría ser ampliable a diez o a quince. O a veinte. Un feliz hermanamiento entre diseño y música pop, ambos como reflejo de imaginaciones tan desbocadas como las de sus autores.

1 – Atom Heart Mother (Harvest/Capitol, 1970)
A finales de los años sesenta, Pink Floyd ya tenían el rarísimo privilegio de ser uno de los pocos grupos del mundo a quienes su discográfica les permitía diseñar sus portadas como les viniera en gana. Las modas y los estilos musicales se sucedían a un ritmo de auténtico vértigo, y en 1970 ya no contaban con Syd Barrett, el pequeño genio loco que había ideado sus primeros grandes discos.
En parte fue por eso por lo que, queriendo distanciarse lo máximo posible de la imaginería psicodélica y hippy de la época que estaban empezando a dejar atrás, decidieron que la cubierta de su nuevo álbum sería lo más simple y sencilla posible. Y por eso Hipgnosis, el estudio de diseño que formaban Storm Thorgerson y Aubrey Powell, decidieron plasmar una gran vaca pastando en mitad de la campiña. Su fuente de inspiración fue el papel de pared de vacas (“cow wallpaper”) que Andy Warhol había diseñado en los años sesenta.

2 – The Dark Side of the Moon (Harvest/Capitol, 1973)
El halo de luz refractándose en un prisma triangular que la expande en distintos colores es una de las imágenes más populares de entre todas las que se han asociado con Pink Floyd. Su discográfica ya andaba con la mosca tras la oreja después de unos cuantos diseños en los que Hipgnosis ideaban cubiertas en las que no aparecía ni el nombre del grupo, ni el del disco ni tampoco sus rostros. Pero tuvieron que hacer mutis por el foro ante los más de quince millones de copias que este octavo álbum vendió en poco tiempo.
Lo más curioso es que, en un principio, los músicos querían que fuera una imagen de Silver Surfer, el súper héroe de cómic de la Marvel, el protagonista de la portada. Decidieron hacerle caso a George Hardie, Storm Thorgerson y Aubrey Powell, una decisión también alentada porque los derechos de utilización del personaje de dibujos eran complicados de obtener. No les costó convencerse a sí mismos, vaya.


3- Wish You Were Here (Harvest/EMI, 1975)
Dos hombres vestidos de traje, dándose un apretón de manos en polígono industrial, mientras uno de ellos arde en llamas. En un disco marcado por el sentimiento de pérdida y añoranza (Syd Barrett les había visitado en el estudio, por última vez), cobra sentido una imagen así. La idea que subyace es que la gente tiende a esconder sus sentimientos más íntimos por temor a quemarse, a salir escaldados. Mejor no revelar lo que uno alberga dentro para no ser herido.
Por eso Ronni Rondell y Danny Rogers, dos extras, se enfundaron en esos dos trajes, uno de ellos ignífugo, y se dieron la mano en las inmediaciones de los estudios Burbank de Los Ángeles, luego la Warner. “Quemarse” era también la expresión que corría entre músicos a la hora de definir cómo de agotados acababan, en muchas ocasiones, de pedir que los royalties que se les debían fueran abonados. La contraportada de este memorable nuevo trabajo de Hipgnosis mostraba a un comercial vendiendo su alma en medio del desierto. A la banda la conquistó desde el primer momento.

4 – Animals (Harvest, 1977)
Curiosamente, aquí fue Roger Waters quien acabó imponiendo su idea para la portada a la que barajaban en un principio desde Hipgnosis. Y la cosa acabó también por írseles de las manos, porque la campaña discográfica que siguió a la edición del disco contemplaba la utilización de un enorme zepelín sonrosado a imagen y semejanza del cerdo volador de la cubierta, que se cernía sobre la central eléctrica de Battersea.
Pero con lo que no contaban es con que el porcino de plástico acabara escapándose (como si tuviera vida propia), interrumpiendo el tráfico aéreo de Heathrow y siendo capturado a la altura de Kent, a casi ochenta kilómetros de distancia, y tras una persecución policial con helicópteros. Una delirante travesía que tuvo en jaque a las fuerzas del orden y a los noticieros del día, leit motiv de un disco que arremetía contra con la industrialización en el contexto sociopolítico del momento en el Reino Unido.

5 – Delicate Sound Of Thunder (EMI, 1988)
El primer disco en ser reproducido en una misión espacial (en la Soyuz, concretamente) gozó de otra de las grandes ideas de Storm Thorgerson, ya desde el estudio que regentaba a su nombre. Él mismo explicó que Pink Floyd, ahora ya en 1988 solo al mando de David Gilomour, eran la mejor experiencia audiovisual que cualquiera podía degustar: el mejor sonido, las mejores luces y las mejores proyecciones. El lugar donde Mr. Sonido se citaba con Mr. Luz.
Por eso, en esta fotografía, tomada en plena meseta castellana, no muy lejos de Madrid, Mr. Luz lleva un traje repleto de bombillas que cuelgan de él (al más puro estilo de Dalí), y Mr. Sonido es un hombre rodeado de pájaros cantores. La imagen se tomó con una cámara Bronika 6/7 y apenas tiene retoques.