
El documental de Todd Haynes y el disco colectivo repleto de estrellas del rock alternativo, ambos recién desvelados, nos recuerdan los muchos moldes que rompió la banda neoyorquina, la más influyente en la historia del rock con permiso de los Beatles.
Ya pueden llegar generaciones X, millenials o zetas, que todo lo que rodea a The Velvet Underground, una banda nacida al mismo tiempo que los denostados baby boomers, sigue siendo negocio. Aunque el desembolso provenga de bolsillos que reparten su gasto entre matrículas de colegio, hipotecas y (de vez en cuando, por los viejos tiempos) algunos discos y películas. Y lo es porque siguen generando misterio. Fascinación. Porque da la impresión de que aún queden rincones de su turbia historia por iluminar.
El cuarteto neoyorquino, integrado por Lou Reed, John Cale, Sterling Morrison y Moe Tucker, apadrinado en sus primeros tiempos por Andy Warhol y aderezado por la gélida belleza de Nico, sigue encarnando el rol de ilustres misfits del rock. Lo más grandes desubicados de su historia. El proyecto artístico (no solo musical) que nadó más a contracorriente del espíritu del tiempo que le tocó vivir.
El que tuvo que esperar más tiempo, y penar por más travesías desérticas, antes de ver reconocida su enorme influencia. La primera gran banda de culto de la música popular. Abruptos, rompedores, audaces, disruptivos, desafiantes, procaces, mántricos, viciosos, repetitivos, sombríos pero también magnéticamente dulces. A su manera. Siempre a su manera.
Sin The Velvet Underground, seguramente no habríamos vivido el punk tal y como lo hicimos. Ni las vanguardias neoyorquinas de principios de los ochenta, las que dieron luz a bandas como Sonic Youth, hubieran cobrado la forma que tuvieron. Ni el rock alternativo hubiera existido. Se suele decir que no tenían demasiados fans en vida, pero que casi todos los que lo fueron acabaron por montar una banda. No hay mejor descripción de su poder como semillero.
Y seguramente fue así. Sin ellos, no hubiéramos tenido a los Modern Lovers, ni a los New York Dolls, ni a Television, ni a Talking Heads, ni a los Feelies, ni a The Dream Syndicate, ni a The Fall, ni a Galaxie 500, ni a Luna, ni a Yo La Tengo, ni a The Strokes, ni a The Wave Pictures ni a Polar. ¿Se puede decir que son la banda más influyente de la historia, solo por detrás de los Beatles, por encima incluso de Rolling Stones, Byrds o Beach Boys? Se puede, sin duda. Hay argumentos de peso para sostenerlo.


Dos nuevos artefactos culturales acaban de certificar todo lo que estamos diciendo. En primer lugar, el espléndido documental que el cineasta Todd Haynes ha rodado sobre ellos, estrenado en el pasado festival de Cannes y hace unos días también en San Sebastián: se llama The Velvet Underground (Motto Pictures, 2021), tiene acomodo en Apple TV + y es una fabulosa experiencia sensorial, armada sobre testimonios e imágenes de primera mano, más que adecuada para entender la simpar singularidad de los Velvet. Una película que, por montaje, tratamiento, estética y selección de participantes, huye de los lugares comunes del rockumental del mismo modo en que todos los acercamientos previos de Haynes a la cultura rock huían también de los convencionalismos del biopic al uso: baste recordar Velvet Goldmine (1998) o I’m Not There (2007). O también aquella Superstar: The Karen Carpenter Story (1988).
En segundo lugar, un nuevo disco colectivo con versiones de sus canciones más emblemáticas a cargo de un elenco de músicos que es como un all star del universo del rock alternativo (o lo que queda de él), figuras más que consolidadas cuya vocación no se hubiera incentivado nunca de no ser por el influjo del cuarteto de la Gran Manzana: Michael Stipe (R.E.M.), Matt Berninger (The National), Iggy Pop, Courtney Barnett, St. Vincent, Kurt Vile, Thurston Moore (Sonic Youth), Bobby Gillespie (Primal Scream), Sharon Van Etten o Fontaines DC revisan, cada uno a su particular manera, un repertorio inmortal y propenso a infinitas lecturas en el más que estimable I’ll Be Your Mirror. A Tribute To The Velvet Underground & Nico (Verve/Music As Usual, 2021), impulsado por Hal Willner en sus últimos días, antes de fallecer por coronavirus en abril de 2020.
Tanto Todd Haynes y su equipo como los músicos implicados en el disco son felices hijos bastardos de The Velvet Underground, discípulos aventajados de su desafiante insolencia, de su temeraria fusión de músicas contemporáneas entre lo culto y lo mugriento, de su turbia poética urbana, radicalmente opuesta al inocuo flower power de la era hippie (algo tienen en común los Primal Scream de “Kill All Hippies” y el Tarantino de Érase una vez en Hollywood, aunque les separen dos décadas) y de su visionaria ambigüedad sexual, preñada de una lujuria grimosa y decadente.
Los Velvet, la Velvet, The Velvet o como diablos los quieras llamar, rompieron muchos moldes. Y está bien que haya tantos artistas de peso que aún lo recuerden, más de medio siglo después de su sonora irrupción.