El vocalista y letrista principal de La Habitación Roja publica hoy una descarnada autobiografía que se erige en uno de los libros musicales más conmovedores que se han publicado últimamente en nuestro país.
En un mundo carcomido por el cinismo, quizá no sea fácil (pero sí me parece razonable) el estar a favor de la honestidad sin dobleces. De quienes te lo cuentan todo clarito. De quienes apenas se guardan nada. De quienes transmiten sus emociones sin filtros.
Jorge Martí (València, 1972) es una de esas personas. Y de no haber sido así, difícilmente habría convertido su sueño de crío en una realidad, porque el del pop independiente en España no es el camino de rosas que mucha gente -equivocadamente- se puede llegar a pensar. Quizá el fútbol (su otro gran sueño) le hubiera reportado una vida más estable.
Hay como una oligarquía en ese ámbito del pop indie que está por encima del bien y del mal, pero bajo ella late una clase media (luego estaría el underground que ni araña el umbral de subsistencia, pero esa es otra historia) a la que nunca le faltarán motivos para tirar la toalla y dedicar su empeño a cualquier otra actividad con red de seguridad.
“Agasajado por el gentío en un festival de verano español y dedicado en cuerpo y alma a cuidar ancianos en una residencia escandinava”.
El vocalista, compositor principal y frontman de La Habitación Roja lo tiene muy claro. Uno diría que siempre lo tuvo, al menos por lo que recuerdo de la primera vez que le vi sobre un escenario: fue en febrero de 1996 en un concurso de bandas noveles. Se intuía que aquel potencial para las melodías claras y diáfanas tenía un buen motor detrás. Porque de poco sirve el talento sin empuje. Y de fe en sí mismos no andaban escasos.
Pero las dificultades añadidas que a Jorge le ha procurado la vida han acabado por redoblar sus esfuerzos: músico en España y enfermero en Noruega. Agasajado por el gentío en un festival de verano y dedicado en cuerpo y alma a inyectar pinchazos, cambiar paquetes y duchar a ancianos en una pequeña ciudad escandinava.
El baño de realidad que supone lo segundo es el mejor antídoto posible para que no se le suban ni remotamente a la cabeza los elogios por lo primero. Cualquier persona que haya tenido que cuadrar su actividad vocacional y/o pasional con otra más alimenticia, o conciliar las flores a su labor más visible con el quebradizo estado de salud de su cuenta corriente, sabrá de lo que estamos hablando.

Así que lo que brotó hace cuatro años como un documental, fue la excusa para un libro de 438 páginas que ve hoy la luz. Se llama Canción de amor definitiva (Plaza & Janés, 2022), y para cualquier lector que alguna vez haya empatizado con las circunstancias personales que hemos descrito antes, con ese desarraigo entre actividades, devociones, lazos familiares y amistades que se mueven como en mundos tan paralelos que parecen destinados a nunca cruzarse, y además sintonice (por edad y por gustos) con todo lo que ha vivido Jorge, la lectura es absorbente. La identificación, impepinable. La empatía, inexcusable. Por mucho que nos cueste imaginarnos en su piel.
Con la misma desenvuelta soltura con la que te cuenta su vida en cualquiera de esas largas entrevistas que hemos mantenido a los largo de todos estos años, aunque con una cuota extra de transparencia que tampoco hubiéramos imaginado nunca, Jorge Martí no se guarda aquí absolutamente nada. Ni sus vaivenes sentimentales ni sus escarceos sexuales ni las marejadas internas que toda banda con más de 25 años acumula.
“Leer este libro no solo sirve para entender mucho mejor la evolución de La Habitación Roja: sirve como lección de vida incluso para quienes no sean fans”.
Ni los estragos de la paternidad ni la oxidación de la vida en pareja ni los complejos de la adolescencia ni las filias inconfesables ni el quemazón de la enfermedad ni la cruel voracidad de parte de la industria ni su propia carencia de un talante práctico, ese que invita a leer los contratos antes de rubricarlos, incluida su letra más pequeña. Qué familiar resulta todo esto para quienes se mueven profesionalmente por la pasión.
Leer este libro no solo sirve para entender mucho mejor la evolución que marcan los discos de La Habitación Roja, que eso ya por sí mismo sería motivo de compra obligada para el fan. Sirve también como lección de vida, por rimbombante que pueda sonar. Incluso para quien no comulgue o sintonice con sus canciones.
Porque incluso atrapado en el torbellino, volteado como un guiñapo y en medio de una deriva que le hace sentir (en sus momentos de ánimo más bajos) que defrauda a los de aquí y a los de allí porque no es capaz de entregarse -sin ninguna clase de reserva- ni en España ni en Noruega, Jorge siempre transmite ese punto de ilusión, de resistencia a prueba de obstáculos, de inclinación innata a atrapar la magia de ese momento que se escurre entre los dedos para quizá no volver jamás, que hace que la inversión (en esperanza, en anhelo, en dedicación) obtenga su rédito.
La sensación de que todo, absolutamente todo, ha merecido la pena.