
Los dos grandes gallos de pelea del corral del hip hop mundial publican sus nuevos discos de forma casi simultánea, prolongando con argumentos musicales la agria rivalidad que mantienen en sus redes sociales.
Pocos géneros más proclives a la bravuconería y al vacileo que el hip hop. Especialmente cuando los ingresos y los seguidores en redes sociales se cuentan por cientos de miles, o directamente por millones. Y de todos es sabida la enconada rivalidad entre el canadiense Drake y el estadounidense Kanye West. La suya es la animadversión menos discreta del show business. La más notoria del mundo del rap.
Las pullas a través de sus sus declaraciones en público y sus meadas fuera de tiesto en las RRSS, los beefs que se propinan entre ellos, están a la orden del día en los últimos años. Incluso en sus propias canciones, como demuestra el último trabajo del primero. A veces, rozando cotas tan surrealistas que nos obligan a preguntarnos por la madurez mental de tipos que sobrepasan las cuarenta castañas pero se comportan como críos consentidos, necesitados de que les hagan casito.
Sin ir más lejos, Kanye publicaba hace unos días la dirección de Drake y algunas fotografías del casoplón donde vive, en Toronto, en su perfil de instagram, con la única intención de fastidiarle, una absoluta irresponsabilidad que atentaba contra la privacidad de su presunto rival y se vio obligado a borrar en minutos, aunque para entonces el estropicio estaba ya hecho porque las capturas de pantalla volaban.
El destino (o quizá su propia cabezonería) ha querido que la publicación de sus dos nuevos trabajos prácticamente hayan coincidido en el tiempo, con tan solo una semana de diferencia. Y aunque ninguno de los dos está precisamente en su mejor momento, lo sorprendente es que, si hubiera que seguirle la corriente a su cacareado antagonismo desde una argumentación musical, que es al fin y al cabo lo que aquí nos interesa, sería Kanye West quien saldría ganador del combate, aunque fuera a los puntos. Ninguno está para infligir un KO.
Y eso sorprende, porque si alguno de los dos parecía completamente perdido era él, encadenando discos tan desnortados que parecían involuntarias parodias de sus obras maestras, las del tránsito de la década de los 2000 a los 2010. El de Drake siempre fue un trayecto con menos altibajos, algo también lógico porque quien no arriesga, rara vez resbala. Es demasiado tentadora la comparación entre el Certified Lover Boy (OVO/Republic Universal, 2021) de Drake y el Donda (G.O.O.D. Music/Def Jam/Universal) de Kanye West. Y también es verdad que las expectativas influyen en la valoración final, y con West últimamente estaban casi por los suelos.
En primer lugar, Kanye West suele ensanchar (o lo intenta, al menos) los cauces del hip hop, mientras que Drake los estrecha en su fórmula arenbioizada (de r’n’b, disculpad el palabro). Su disco es mucho más diverso, más ducho en registros, bastante menos previsible y proclive a coquetear con influjos externos, ya sea la electrónica, el gospel, el pop o el rock, aunque no siempre los resuelva con acierto. Y aunque también sea (nadie podría negarlo) mucho más pretencioso en su pálpito espiritual, con la coartada de la dedicatoria a su madre para seguir acentuando un culto a sí mismo que conecta con lo religioso, algo (por otro lado) muy propio de quien se cree capacitado nade menos que para gobernar los EE.UU. (y quizá no sin cierta razón, en comparación con el orangután con pistolas que la ocupó hasta hace poco).
En el nuevo de Kanye, uno tiene la sensación de que pasan cosas, mejor o peor definidas. En el de Drake, es como si apenas pasara nada. Un piloto automático activado durante casi hora y media, que se quedó en el molde de “Hotline Bling” (2016) y demás hits de hace más de un lustro. Aunque su tramo final mejore un poco las cosas: “Fountains”, con la nigeriana Tems, es lo más fresco, apenas la única sacudida que indaga en libros de estilo ajenos, en clave afrobeat: una canción que por algo incluimos en nuestra playlist de este mes.
En el disco de Kanye, uno tiene la sensación de que pasan cosas; en el de Drake, es como si apenas pasara nada.
En segundo lugar, porque aunque ambos discos son sumamente irregulares y excesivamente largos (27 canciones y casi dos horas en el caso de West, 21 y hora y media en el de Drake), hay un mejor aprovechamiento de las colaboraciones por lo que respecta al de Atlanta: muy logradas las de Jay-Z (antaño enemigo, también presente -por cierto- en el disco del canadiense en un corte mucho menos lucido) en “Jail” y la de The Weeknd en “Hurricane”. Las del propio Jay-Z, Travis Scott, Young Thug, Kid Cudi o Ty Dolla $ign apenas aportan nada relevante al de Drake, que luce más en los momentos en los que el de Toronto se queda solo. Es la cultura del featuring en su vertiente más cosmética.
En tercer lugar, porque aunque Kanye West nunca ha sido un rapero fastuoso (sí un gran músico, con brillantísimas ideas como productor, arreglista y hasta ideólogo de su propio culto), en ningún momento incurre en las sonrojantes rimas que se marca Drake en pasajes como “7am on Bridle Path”, con ese “Papi chulo, grippin’ culo”, entre otros desbarres. El canadiense tendrá siempre más flow, no diremos que no, pero también es peor letrista.
Y en cuarto lugar, porque hasta en la utilización de samples hay más acierto del lado de West. No hay más que ver el mucho partido que le saca al “Doo Wop (That Thing)” de Lauryn Hill en la estupenda “Believe What I Say”, y el poco rédito que le exprime Drake al “Michelle” de los Beatles en “Champagne Poetry” o al “I’m Too Sexy” de Right Said Fred en la ya de por sí ramplona”Way 2 Sexy”. Hay veces en que ya los títulos marcan la diferencia. Lo dicen (casi) todo. Este es uno de ellos. Es la divergencia que se cierne entre quien busca la trascendencia, so pena de pegarse en lo ridículo (ya le ha ocurrido, ya), y quien se conforma con la vertiente más prosaica de lo carnal.
Puede que ambas estrellas lleven años dando algunos buenos palos de ciego. De hecho, en el agregador Metacritic, que es un buen baremo por lo que tiene de resumen numérico de las principales críticas en los medios, ambos son los trabajos menos valorados de toda su carrera: 62 puntos el de Drake y 53 el de West, ambos sobre 100. Pero incluso en ese supuesto país de los ciegos hay argumentos para pensar que Kanye, sin sentar por ello un precedente, esta vez sea el tuerto que reine. Al menos en este round de 2021.