
El nuevo álbum rescatado de los arcones inéditos del genio de Minneapolis, Welcome 2 America, es un notable trabajo que, incomprensiblemente, no fue publicado en 2010.
Es difícilmente comprensible que Welcome 2 America (Sony/Legacy, 2021), el álbum publicado hace solo tres días, haya estado criando polvo en un cajón. Cuando se compuso, en 2010, Prince (1958-2016) andaba regalando, literalmente, algunos de sus discos a través de la prensa: 20TEN (NPG Records), un álbum llamado como aquel mismo año y del que apenas se acuerda casi nadie, salió con el Daily Mirror, una jugada que ya había probado tres años antes con Planet Earth (NPG/Columbia, 2007), su trigésimo segundo álbum, disponible para todo aquel que se hiciera con una copia del periódico The Mail On Sunday.
Era una estrategia similar a la que habían explorado antes Rubén Blades o los Radiohead de In Rainbows (XL, 2007), cuando lo difundieron en internet a cambio de un precio simbólico. El genio de Minneapolis llevaba años dando palos de ciego, generando una producción tan prolífica como irrelevante, sustentada en probaturas con aliento de caprichosas jams. Y este disco le hubiera redimido a ojos de parte del gran público. Seguro. Eso hace aún más indescifrable su privacidad hasta hoy.
O quizá no, quién sabe. Puede que ahora lo veamos con ojos distintos. Nada como morirse de forma prematura: lo que antes era acogido como parte de una anodina rutina ahora se aguarda, desde el lado de los vivos, con auténtica devoción. El caso es que nadie en su sano juicio osaría colocar este Welcome 2 America (Sony/Legacy, 2021) entre la decena de obras maestras que Prince encadenó a lo largo de casi todos los años ochenta. Ni en pintura. Pero tampoco nadie con un mínimo de sensatez le debería escatimar un puesto entre sus veinte mejores discos, por encima de la media que tanto descendió hasta llegar a esos casi cuarenta que acumuló hasta 2016.
No, no es ninguna exageración. Estamos ante la que es, casi con toda seguridad, su mejor colección de canciones en el siglo XX. Por encima del que era su punto álgido hasta ahora en nuestro tiempo, aquel 3121 (NPG/Universal) al que nos vemos obligados a mirar ahora con menos benevolencia. Este es más proteico, va más directo al grano, se deja vencer menos por el esteticismo y no delega de forma tan abrumadora en el funk. Ni mucho menos.
Es una diversa demostración de habilidades y potencialidades. Una más en la carrera de quien las prodigó. Es un suculento manjar que depara mucho más que cualquiera de las reediciones que han ido pululando en los últimos tiempos, o que cualquiera de esos discos de material exhumado, como Piano & Microphone 1983 (Warner, 2018) u Originals (Warner, 2019). Y que no necesita innovar ni tratar de ponerse a la altura de cualquiera de sus más recientes alumnos aventajados, llámense Thundercat, Yves Tumor, Childish Gambino, Kendrick Lamar o Blood Orange. El maestro se basta y se sobra apelando a sí mismo.

El hombre que quiso ser Jimi Hendrix, Marc Bolan, George Clinton, Sly Stone y James Brown al mismo tiempo (y milagrosamente lo logró) sale más que bien parado en estas once canciones, conjurando las artes del funk, el pop, el glam, el baladismo y hasta una conciencia social que, hay que ver lo que son las cosas, aún casa mejor con 2021 que con 2010. El mismo corte titular ya nos dice que vivimos tiempos en los que todo y nada (a la vez) que nos confirme google, mola porque sí, y en los que la verdad se ha convertido en una nueva minoría. Material que, evocando brumosamente el talante notarial de “Sign O’The Times” (1987), hubiera podido ser banda sonora de los disturbios raciales y la desabrida campaña electoral de 2020.
En “Born 2 Die” es capaz de evocar al mejor Curtis Mayfield, el de los años setenta. “Running Game (Son of a Slave Master)” nos recuerda lo eficiente que era a la hora de rodearse de imponentes coros femeninos. “Welcome 2 America” es funk elástico, sinuoso, intrigante y con conciencia. “1000 Light Years Frome Here” es una canción pop como la copa de un pino. “Hot Summer”, una de sus habituales erupciones de rock rijoso, heredera del glam y de la new wave. “Check The Record”, otro de sus guiños a la memoria de Jimi Hendrix, una plantilla que bien podría tomar prestada Lenny Kravitz para dignificar su alicaído repertorio. “When She Comes”, uno de sus efectivos baladones lúbricos, marca de la casa. Y “Yes” es una breve orgía de funk rock festivo que sirve como perfecto cierre.
Bajan un poco el listón el funk algo desvaído de “Same Page, Different Book”, la traviesa pero redundante “1010 (Rin Tin Tin)” y la versión (quizá no muy necesaria) del “Stand Up and B Strong” ¡de sus vecinos Soul Asylum!. Pero esto es un disco de notable, se mire como se mire. Y eso es algo que ya pocos podías esperar de sus arcones inéditos. ¿Habrá más sorpresas en un futuro?