
A veces me entretiene pensar que las apariencias son la amalgama de todo aquello que imaginamos y suponemos. Aquello con lo que ponemos en marcha nuestra inventiva para crear un mundo que a veces poco tiene que ver con la realidad, pero que nos lo creemos a pies juntillas, porque el suponer y juzgar se halla instaurado en nuestro ecosistema como una telaraña a una viuda negra, porque, a veces, la vida acaba siendo tal y como nos la contamos.
Las herramientas que vamos construyendo y tenemos al alcance de la yema de los dedos no ayudan, empañan, confunden. El esfuerzo en aparentar y construir esa apariencia es un trabajo que está perfectamente normalizado y aceptado. Aparentar tener un buen trabajo, aparentar viajar a lugares bonitos, habitar la perfección de la belleza aceptada y los mejores y más divertidos vínculos. A veces todo se encamina a la perfección; a menudo, la perfección meticulosa de disimular lo que de verdad pasa por dentro.
A veces todo se encamina a la perfección; a menudo, la perfección meticulosa de disimular lo que de verdad pasa por dentro.
Porque, a veces, todo el mundo dice que está bien. Nos han educado en lo de disimular, incluso en lo de aparentar. A menudo en disimular que todo va bien cuando nos estamos muriendo por dentro, porque morirnos en vida está mal visto.
Desde hace tiempo percibo mi feed cargado de cosas irreales. No son solo las cosas del aparentar o el mostrar lo que no es, que en eso cada cual halle su estímulo o alivio, sino cosas que parece que son, pero no son. Lo de la IA, que llevaba yo un tiempo pensando en qué pasaría con eso, cuando de verdad nos la colasen con queso, cuando en el desfile de imágenes, textos y vídeos no pudiésemos distinguir lo que es y lo que no es.
A mí la primera vez que me ocurrió fue hace un tiempo, cuando un curioso fotógrafo griego al que sigo mostró unas maravillosas imágenes de un hotel. Tirando de hilos, descubrí que el hotel era una ilusión, como muchas otras cosas… Estaba creado con IA.
En esas, siempre pensé que quizá debería existir el derecho a la información. Algo así como “lo que usted está viendo no es real” y al hilo leí que parece que Bruselas ya lo ha propuesto.
Luego también pensé que estaría muy bien tener estos carteles en lo de la vida real, y acabé pensando en que cada persona seria interesante que llevásemos uno, pero bueno, para eso está lo de la intuición y el aprendizaje… A todo esto, Geoffrey Hinton, que es un señor de 75 que ha trabajado en Google en esto de la IA, y que ha trabajado tanto que lo llaman el padrino de IA, parece que se está arrepintiendo. Hace nada, en una entrevista en New York Times ha dicho que se ha dejado el trabajo en Google porque así puede hablar con más libertad de esto que ha creado y que piensa que tiene algunos peligros, por ejemplo, esto de confundir lo real, con lo que no es real. Tenía un buen puesto, era vicepresidente y dice que no ha dejado el trabajo por la empresa (que la empresa se ha portado muy bien) sino para poder hablar con más libertad sin que le afecte a la empresa. Pero digo yo que quizá a los 75, al señor también le apetecerá hacer otras cosas y hablar de otras cosas.
En todo esto, mis neuronas andan colgadas cual mono de rama, del punto del interrogante, también expectantes ante las vivencias y retos que van aconteciendo y seguras de que nos iremos adaptando con total normalidad. Incluso hay veces que pienso qué más da, si total en la vida real pasa lo mismo…
Las apariencias, los matices de lo real y lo irreal, quizá sean la mayor de las realidades que tenemos. Hace nada en una entrevista me contaban que ahora está de moda la estética MDLR, que son las siglas de Mec de La Rue en francés y hacen referencia a chico de la calle, algo así como vestir como si no tuvieses casa, pero evidentemente la tienes.
Quizá en algún momento hemos llegado a pensar que esto de los personajes era cosa del cine. Ese cine que juega con maestría, en sus guiones y tramas al despiste con las apariencias y cuando menos lo esperamos nos lanzan un giro de guion para sorprendernos con aquello que parecía la bondad personalizada y acaba resultando el malo de película y lo cierto es que cuanto más logrado esté ese personaje mejor nos resulta la película. En eso, Hitchcock era especialista y así lo demostró en «Sospecha», ese film en el que nada es lo que parece y fue considerada una de las obras del cine donde más abierto quedó el final, como en la vida misma .
Pero ahora los personajes andan en la vida real, se ubican en cada centímetro de adoquín, en cada disco de música, en cada puesto de trabajo, en cada mesa de café y en cada perfil de redes sociales. Y, a veces, esos personajes los creamos desde fuera, suponiendo, imaginando, aceptando o rechazando, según lo que nos contemos. A mí misma me pasó con C Tangana, la primera vez que me topé con él no me permití ver más allá, me creí aquello que mi mapa mental tenía programado, por suerte luego fui capaz de desmontarlo.
Los personajes en la vida real se ubican en cada centímetro de adoquín
Ahora cada vez es más complejo diferenciar que es auténtico de verdad o qué está sostenido bajo la apariencia del disimular, quizá por eso cuando hallamos algo que pensamos que sí que es autentico nos cuesta tanto soltarlo.
Y así acaba resultando el mundo que habitamos, o que creemos que habitamos, porque ese mundo no deja de ser un compendio de retales de todo aquello que vamos construyendo e imaginado.
En esas, a veces pienso que estaría bien limpiar, dejarse ver de verdad. Limpiar la mirada para ser capaces de ver sin mirar, limpiar la mente para ser capaces de descubrir sin anticipar, de comprender, sin suponer ni juzgar. Quizá en ese pequeño detalle se halle la magia de volver a habitar con nitidez nuestros diminutos mundos.