
Lorenzo Rodríguez, quien fuera director de la madrileña sala Rock-Ola entre 1981 y 1984, expone en Barcelona una muestra de carteles, fotografías y memorabilia que documentan la explosión creativa que sacudió nuestro país en los años ochenta y lo dotó de cromatismo tras décadas de gris dictadura.
(Fotos: Núria Cugat)
Nació el pasado mes de agosto en Úbeda (Jaén), y hace unos días llegó a Barcelona. Se trata de la muestra de carteles, fotografías y toda clase de objetos relacionados con la legendaria Rock-Ola, la sala de conciertos que entre 1981 y 1985 se convirtió en uno de los epicentros de la Movida madrileña merced a su mezcla de tribus urbanas, su condición de discoteca que funcionaba como punto de encuentro de la modernidad del momento y, sobre todo, su programación: por allí pasaron Spandau Ballet, Iggy Pop, Simple Minds, Depeche Mode, The Stranglers o The Damned, entre muchos otros, en paralelo a lo que ocurría también en la catalana Zeleste o en la valenciana Pachá (luego Arena Auditorium), y también toda la plana mayor del pop español de la época, bandas como Nacha Pop, Alaska y los Pegamoides, Los Secretos, Burning, Radio Futura, Loquillo, Gabinete Caligari o Siniestro Total, entre muchos otros.
Seguramente su director, Lorenzo Rodríguez, quien gestionó la sala entre su apertura en 1981 y principios de 1984, nunca imaginó que esta exposición, nacida en su Úbeda natal casi por casualidad, despertaría tanta atención desde que llegó al Centre Comercial L’Illa Diagonal de Barcelona, hace unos días. Allí podrá verse, hasta el próximo 20 de noviembre, a través de decenas de carteles de conciertos, casi todos diseñados por Pepo Perandones (uno de sus grandes motores, junto a Mario Armero, su jefe de contratación), cientos de fotografías de Miguel Trillo y toda clase de objetos relacionados con la actividad de la sala, que se ubicó en el madrileño barrio de La Prosperidad y logró en muy poco tiempo consolidarse como el principal espacio de música en vivo (un aforo sobre los 1.200 o 1.300 espectadores) de la música pop y rock menos adocenada de aquellos tiempos de nueva ola: post punk, synth pop, psychobilly, rock industrial y mil estilos más sonaron entre sus cuatro paredes, no solo por los músicos que la habitaron sino tambien por las sesiones de discoteca que sucedían a sus conciertos.
“Rodríguez es uno de esos empresarios que, cual hormiguita, ha ido guardando y coleccionando todo el material con el que trabajó a lo largo de unos años que considera los mejores de su vida, y que tienen su plasmación en esta muestra”.
Esplendor Geométrico llenando tétricamente el escenario de pollitos que habían recogido de una granja a ritmo de rock industrial, Iggy Pop confraternizando con el público tras un concierto que estuvo a punto de negarse a ofrecer, Spandau Ballet congregando en sus primeros tiempos a la plana mayor del moderneo (Pedro Almodóvar, Alaska) en una sala insospechadamente abarrotada tras un exitoso bolo en Ku Ibiza… son muchos los recuerdos que se agolpan en la cabeza de Lorenzo Rodríguez, uno de esos empresarios (actualmente tiene una cadena de restaurantes) que, cual hormiguita, fue guardando y coleccionando todo el material con el que trabajó a lo largo de unos años que considera, tal y como afirma estos días en cada entrevista que concede, los mejores de su vida.
Siempre objeto de cierta controversia entre quienes piensan que fue un fenómeno excesivamente mitificado y en exceso complaciente con el gobierno de turno y quienes piensan que todo aquello fue una eclosión de creatividad (musical, pero también cinematográfica, fotográfica, plástica o de diseño) sin parangón en nuestra historia reciente, lo cierto es que la Movida madrileña, que a su vez tuvo sus particulares réplicas en ciudades como Barcelona, València o Vigo, sigue siendo objeto de gran interés por parte del público. Y eso es algo que, cuarenta años después de la apertura de un templo como fue Rock-Ola, nadie podrá negarle.






