Portada de un número de Flanzine,de los años 90, que plasma parte de la letra de “El bello verano”, de Family.
El ligero repunte del fanzine no alcanza a lo musical, ámbito que vivió un esplendor del formato durante décadas y ahora se recuerda con nostalgia, sin relevo a la vista aunque con estimulantes nuevas retrospectivas.
¿Quién no recuerda con nostalgia el fanzine? Sí, esa revista doméstica que proliferaba cuando la blogosfera, las redes sociales e incluso el periodismo cultural profesionalizado eran poco menos que lejanas quimeras. Su motor era el entusiasmo. La pasión pura y dura. El amor al arte. La nostalgia.
Quienes los hacían no esperaban nada a cambio, más allá de la difusión (casi siempre modesta) de aquellas expresiones artísticas en las que creían ciegamente. Y en el ámbito de la música, proliferaban. Se contaban por decenas, en todo el Estado.
Era un periodismo libre de cualquier condicionante económico. Y su aportación fue determinante en el asentamiento de redes culturales alternativas en nuestro país. Incluso en la configuración de una prensa musical que, en España, alimentaba sus primeros días con un puñado de pioneros que soñaban con hacer lo mismo que sus homólogos norteamericanos o ingleses: contar las bondades del primer rock independiente, del punk o – más tarde – del indie de los 90 en sus múltiples manifestaciones.
El fanzine marcó a las primeras generaciones de periodistas musicales españoles.
Hay quien echa de menos aquel tono fogoso, didáctico pero apasionado, que gran parte de la crítica rock española blandía hace más de tres décadas. Aquellos plumillas se curtieron, de hecho y en su mayoría, en fanzines.
En ese sentido, lamentábamos hace bien poco que no hubiera aquí un libro dedicado a recuperar la historia de todas aquellas publicaciones, al estilo de lo que fue el relativamente reciente Todo era Posible: Revistas Underground y de Contracultura en España, 1968 – 1983 (Libros Walden, 2018), de Manuel Moreno y Abel Cuevas, que se limitaba – y bastante hacía ya con ello: es completísimo – a la revistas que tenían distribución en quioscos. Obviamente, el fanzine es un objeto de estudio más complicado de rastrear.
Hasta que, hace tan solo unos días, se ha anunciado la publicación de Papeles subterráneos: Fanzines musicales en España desde la transición al siglo XXI (Libros Walden, 2021), a cargo de la misma editorial, escrito por César Prieto y de nuevo Manuel Moreno y con diseño también de Abel Cuevas. Una extraordinaria noticia, desde luego.

La RAE define fanzine como una “revista de escasa tirada y distribución, hecha con pocos medios por aficionados a temas como el cómic, la ciencia ficción, el cine, etc”. La definición es rácana. Y muy insuficiente. Podría pensarse que el equivalente moderno al fanzine clásico es el blog digital de la última década, el weblog o el webzine, o incluso cualquiera de las actuales redes sociales que permiten articular un texto de cierta entidad.
Pero eso tampoco sería del todo cierto, porque montar un fanzine cuando internet no existía implicaba una labor titánica de búsqueda de información, que hoy nos parece impensable. También un pulso artesanal en su confección, como aquellas viejas cintas de cassette customizadas a gusto del consumidor.
Tiempos de ligero repunte
El diseñador catalán Óscar Guayabero se hacía eco hace solo unos días de cómo le había marcado de muy joven la cultura do it yourself del fanzine, su espíritu punk, su dedicación exhaustiva, la pasión desbordante que se desparramaba sobre esos montones de papel, grapas y tóner, que requerían muy poco dinero pero permitían dejar volar la imaginación sin ataduras.
También el periodista y crítico valenciano Álvaro Pons reivindicaba hace unas semanas lo que él llamaba el irresistible encanto del fanzine, y se hacía eco de la recuperación -no sin cierta nostalgia- de tan noble formato por parte de una nueva generación de creadores que están haciendo maravillas – en ese campo – en el mundo del cómic. ¿Otro paralelismo con el nuevo auge de la cinta de cassette, que tanto resuena justo cuando ha fallecido su inventor?

Desde Castellón, los compañeros de Nomepierdoniuna informaban también de que, en L’Alcora (Castellón), ha nacido el fanzine El Colmo, dedicado a la cultura en general, aunque con especial hincapié en el cine y las obras audiovisuales a las que daban cabida en su podcast. En el terreno de la música, sin embargo, algo parece moverse, pero aún con demasiada timidez.
La nostalgia en el fanzine ha fomentado sus brotes verdes, pero apenas lucen en lo musical. Y puede que sea paradójico, porque si algo se está evidenciando, ante el cierre de algunas cabeceras históricas, el desprecio – cada vez mayor – de los principales medios generalistas y la atonía absolutamente gris de tantas y tantas webs que (en la mayoría de casos) apenas parecen meras excusas para solicitar acreditaciones para entrar gratis a festivales, es la necesidad de una visión de verdad alternativa de cuanto acontece hoy en día en lo musical. Que es mucho y muy bueno.
Se podía cruzar la piel de toro de fanzine en fanzine
Echando la vista atrás con cierta nostalgia, el formato fanzine era abundante: durante los años ochenta, La Pluma Eléctrica, Moulinsart, Punk!, 96 Lágrimas (Madrid), Kontrol (Lleida), Metrópolis (Castellón), La Enfermera Plástica (curioso caso, gestado en Canarias y luego activo en Valencia tras tres décadas de intermitencia), Los Locos (Gijón) y los valencianos Editorial del Futuro Método (regido por Juan Vitoria), La Resistencia, El Kolectivo Lascivo o Estricnina, donde Rafa Cervera escribió sus primeros textos. Y muchos más. Salta a la vista que el punk, la nueva ola o el rock urbano españoles gozaban de múltiples altavoces.

Ya en los años noventa, Subterfuge (nacido en 1989 como semilla del sello discográfico), Kool’Zine, Rock Indiana (también asociado al sello del mismo nombre), Las Lágrimas de Macondo o Malsonando desde Madrid, así como Versión Original, Matarile, Fancomic o Flanzine desde València o Self, Disco 2000, Dinamo, Ultrapop en Barcelona o La herencia de los Munster en Euskadi. El indie, el garage rock, el power pop, el sonido Donosti, el Xixón Sound, el sonido de Getxo o la eclosión electrónica tenían quien los escribía. De sobra.
La nostalgia va por barrios
Todo aquello se fue perdiendo conforme entramos en los 2000. Y ahora, en tiempos de atomización digital, en los que el papel parece revalorizarse como bien tangible, como algo que se puede tocar, oler, disfrutar con el lacre de lo que es ya prácticamente exclusivo porque los puntos de venta físicos se van muriendo y parece que seamos incapaces de relacionarnos con el mundo si no es a través de una pantalla, los fanzines pop o rock siguen brillando, en líneas generales, por su ausencia. Cuando quizá sería mucho lo que aún podrían aportar.
Quizá la licuación de los nichos de mercado, la disolución de ciertas trincheras creativas o la imposibilidad de replicar aquellas tribus urbanas que poblaban nuestras calles hace más de dos décadas tenga algo que ver. El caso es que se nota que hay cierta nostalgia por aquellos fanzines. No sobran voces que, en lo musical, aúnen pasión, conocimiento y frescura.
Para finalizar, os dejamos con la playlist que Libros Walden ha seleccionado con canciones que ilustran el contenido de su recientísimo libro sobre la historia de nuestros fanzines musicales.