Se publica por fin en castellano el apasionante libro que el periodista Chris Heath publicó en 1990 tras vivir a fondo y de primera mano la que fue la primera gira de Neil Tennant y Chris Lowe.
Margaret Thatcher aún gobernaba con mano férrea el Reino Unido, cuyas clases medias estaban a punto de rebotársele por la controvertida y desigualitaria poll tax. Hong Kong aún era una colonia británica. El gobierno chino acababa de sofocar la revuelta de la plaza de Tiananmén con una masacre. Y el pop comercial en las islas estaba dominado por Jason Donovan, Kylie Minogue y Bros.
En paralelo, el fenómeno underground de las masivas raves ilegales estaba en pleno apogeo, viviendo su segundo verano del amor (que en realidad era ya el tercero, si tenemos en cuenta el de 1967) a ritmo de acid house. Y los Pet Shop Boys, aunque eran ya unas celebridades, no habían dado ni una sola gira. Ni un concierto multitudinario. Seguían inmersos en eso que ellos mismos describían como su lucha del pop contra el rock. Pero sin necesidad de pisar las tablas. Ellos eran el pop, claro.
Ese es el sustrato sociocultural sobre el que se asienta Pet Shop Boys. Literalmente (Contra, 2021), el libro que el periodista británico Chris Heath, amigo personal del dúo ya que había sido compañero del propio Neil Tennant mientras este vivía del periodismo musical en la revista Smash Hits, publicó en 1990, y ahora ha sido por fin traducido al castellano. Un relato tan fascinante ahora como cuando fue abordado, ya que refleja mejor que ningún otro volumen (y eso que aquí tuvimos el completísimo Pet Shop Boys. Plural, de Francisco J. Barbero, publicado por Milenio en 2016) la peculiar idiosincrasia del tándem británico.
Hoy en día tenemos más que asumido que los Pet Shop Boys son una banda de directo. Son decenas las veces en las que se han acercado a actuar a España, prácticamente con la publicación de cada nuevo disco. En muy distintas ciudades. Pero en 1989 tenían casi todo por hacer.
Chris Heath se zambulló en aquella primera gira por Japón y el Reino Unido, a partir de junio de 1989, y se convirtió en su sombra, armado con una libreta y un boli. Todo lo que hacían o decían, tanto ellos como su entorno, ya fueran bailarines, riders, managers, actores, bookers o gente de su equipo de prensa, aparece reflejado en sus cuatrocientas páginas con todo detalle.
No es un ensayo, ni una historia oral, ni una biografía artística ni tampoco una complaciente hagiografía que nos muestre a los Pet Shop Boys como divinidades o individuos sin mácula. Es una especie de largo reportaje que se lee como si estuvieras viendo un documental, en el que queda perfectamente plasmada la singular naturaleza de una pareja artística diferente a cualquier otro grupo de pop o de rock del momento, dos improbables estrellas que desafiaban a los viejos tópicos rockistas, con todas las contradicciones que eso conlleva.
Dos tipos que, con todos sus miedos e inseguridades, también con su punzante inteligencia puesta al servicio de un concepto del pop que se nutría del synth pop, el electro, el Hi NRG y hasta del house, salpimentaban con mucho sentido del humor los aspectos absurdos y los sinsentidos del hecho de haberse convertido en estrellas sin haber soñado con ellos. Hay momentos en el libro en los que a uno la parece disfrutar de una guasa muy en la línea de la que aquí se han gastado siempre Alaska, Nacho Canut o Carlos Berlanga. Esa clase de ironía, tan desmitificadora. Esa forma de entender la cultura pop.
Hay momentos en el libro de una guasa tan particular en que a uno le parece estar leyendo reflexiones en voz alta de Alaska, Nacho Canut o Carlos Berlanga, esa clase de ironía, esa forma de entender la cultura pop.
Lo cierto es que Pet Shop Boys pusieron patas arriba el concepto escénico de los grandes conciertos de pop del momento. Los grupos de rock que se remitían a su vieja liturgia, como U2 -antes de reinventarse– o Simple Minds, ya hacía tiempo que habían entrado en su fase mesiánica. Las grandes estrellas del crossover pop, como Michael Jackson o Madonna (Prince en menor medida), habían redimensionado sus shows con un gigantismo que se nutría también de su atlética capacidad aeróbica y sus espectaculares coreografías.
Los Rolling Stones ya habían convertido sus bolos en un gran circo rock. Pero lo que no era normal en 1989 es que dos tipos permanecieran prácticamente estáticos, al más puro estilo Kraftwerk, mientras a su alrededor se desplegaba un impresionante espectáculo coreográfico de tinte muy teatral, que rendía tributo a los musicales de Broadway y resignificaba los códigos de la cultura pop en su más amplia acepción.
Pet Shop Boys siguieron haciendo giras escénicamente imaginativas, sosteniendo con hechos su derecho a ser diferentes (aquella de los cubos de colores que pasó España en 2009 y en 2010), pero ninguna más impactante, por innovadora, que la que emprendieron en 1989. La primera que hicieron. Cuando todo estaba por descubrir y el mundo, aún sin globalización, internet ni redes sociales, era un lugar muy distinto al que conocemos hoy en día. El libro de Chris Heath lo refleja extraordinariamente. Y por eso, entre otras cosas, se devora en un suspiro.