El modfather prosigue su estajanovista racha de productividad con otro álbum heterogéneo y algo disperso, salpicado de momentos brillantes.
«Nadie le dijo a Miles Davis o a B.B. King que lo dejaran. John Lee Hooker tocó, literalmente, hasta el día en que se murió. ¿Por qué debería ser diferente con los músicos de pop?» Es la pregunta – muy razonable – que se hace Paul Weller, y que explica por qué lleva cuatro álbumes seguidos en los últimos cuatro años. De un tirón. Sin descanso. Porque él lo vale.
Y lo cierto es que nadie podría quitarle la razón. Más aún cuando todos los trabajos que ha ido publicando en las últimas temporadas, sin ser tampoco discos perfectos (¿se le puede pedir eso a estas alturas al factótum de The Jam y The Style Council, autor de algunas de las mejores canciones del pop británico de las últimas cinco décadas?), facilitan tantos y tan diversos momentos brillantes.
El confinamiento no ha hecho más que acentuar la productividad del británico, que enlaza con este cuatro álbumes en cuatro años.
El confinamiento fue, en realidad, un acicate para que Paul Weller se animara a componer la secuela del estupendo On Sunset (Polydor, 2020). A sus 62 tacos, nuestro hombre es un padre de familia posiblemente más hogareño de lo que nunca ha sido (su hijo más pequeño tiene tres años), lleva ya doce años sin apenas probar el alcohol, y dispone de un estudio propio al que poder acudir a grabar con frecuencia. ¿Quién podría reprocharle que dedique tres días a la semana a hacer lo que mejor se le da?
Si luego algunos de sus discos se completan con algún momento ligeramente prescindible, sus aciertos compensan sobradamente cualquier tic funcionarial. Y si alguien echa de menos obras maestras como All Mod Cons (1978), Our Favourite Shop (1985), Stanley Road (1995) o 22 Dreams (2008), el disco que inauguró esta fase de absoluta libertad creativa, esta racha de hacer lo que le dé la real gana, siempre los tiene a mano para rescatarlos.
Incluso puede solazarse con cualquiera de sus recopilatorios, o confeccionarse una playlist a su gusto, que con su repertorio las posibilidades son múltiples. Pero el Paul Weller de 2021 no tiene interés por la nostalgia ni por las rentas. Y hace muy bien.
Este Fat Pop (Vol. 1), que no necesariamente prevé tener un segundo volumen – otro guiño clásico en su carrera – , es un disco que se mira por igual en el espejo de David Bowie, Curtis Mayfield, Marvin Gaye o Traffic. Cuenta con colaboraciones de Andy Fairweather Low, Lia Metcalfe, Hannah Peel o hasta su propia hija, Leah, quien aporta su voz a ese fogonazo soul pop que es «Shades of Blue».
Hay ritmos electrónicos en «Cosmic Fringes», pop nuevaolero a lo Squeeze o Madness en «Fat Pop», rhythm and blues con trazas de soul en «True» o «Testtify», más soul pop con estupendos arreglos de cuerda en «Glad Times» y en «That Pleasure» («levántate e implícate», dice, en alusión a las eternas desigualdades raciales), que siguen reconectándole (como ya ocurría en el anterior disco) con el legado de Style Council, y también momentos más reflexivos, como «In Better Times» o «Still Glides The Stream», los únicos dos cortes que sobrepasan los cuatro minutos (por eso están al final) porque este es un disco de canciones breves, directas, concisas. Cortitas y al pie. Y aunque alguna, como «Cobweb/Connections», es más bien rutinaria, hay al menos media docena larga de ellas que son deliciosas.
El señor Weller sigue haciendo lo que le apetece. Lo que la da la gana. Picoteando de allí y de allá. Adentrándose en todos los vericuetos sonoros posibles. Rehuyendo con perspicacia y tesón la sombra del autoplagio. Tratando de que cada nuevo disco tenga algo ligeramente distinto al anterior, una nota diferencial que justifique su existencia, más allá del onanismo que se pueda colegir de su insaciable productividad. Y lo cierto es que, incluso asumiendo que pueda ser a veces con cuentagotas, su inagotable corpus creativo sigue mostrándose muy necesario. Nos sigue alegrando la vida.