
El irlandés Conor O’Brien se doctora en la ciencia de un soul psicodélico con sello del siglo XXI mediante un sobresaliente sexto álbum que juega a emborronar los límites entre conciencia y sueño.
Hay que cuidar a Conor O’ Brien. Como oro en paño. Mimarlo. Alabarlo. Decirle a la cara lo bueno que es. Tanto que, a veces, ni él mismo se lo cree. Cantárselo por zoom si se tiene ocasión de entrevistarle. Soltárselo por esas redes sociales que le dan (con razón) tanta pereza. Por tierra, por mar o por aire. Conviene proclamar a los cuatro vientos su condición de pequeño genio. Para que no se nos olvide. Para que él se lo crea un poco, solo un poco. Sí, un genio discreto, poco amante de las estridencias ni de los titulares sísmicos. Pero genio. Si alguien alberga todavía alguna duda o cree que todo esto es una exageración, haría bien en enchufarse en vena este fabuloso sexto disco, publicado hace solo tres días. El mejor de todos los que ha publicado. No debería haber ni debate, sinceramente.
Fever Dreams (Domino/Music As Usual, 2021) es un disco hipnótico, surreal, fascinante, de cualidades nebulosas, decididamente onírico y también complejo. Intrincado y accesible a la vez. El que guarda un mejor equilibrio entre experimentación y concreción pop a lo largo de toda su carrera: dos polos que no siempre han de ser opuestos. La elegancia, la clase, la distinción, ya las conocíamos. Le vienen de serie. Su forma de retorcer un folk que siempre tiene un punto distintivo respecto a lo que hacen paisanos como Glen Hansard o Damien Rice, también. Pero nunca como ahora había logrado aunar emoción desbordada y espíritu de aventura con tanto acierto.
Música de aliento pictórico y múltiples influencias
Es este álbum una odisea de soul psicodélico como solo algo así puede sonar en 2021, y en cuyas aguas conviene sumergirse a fondo y sin escafandra. Una bendita chaladura alimentada por semanas de confinamiento, de leer a Flann O’Brien o a Audre Lorde, de contemplar las pinturas de LS Lowry o la granadina Maripi Morales (“So Simpatico” la alumbró en una casa en Granada, ante sus cuadros) y de escuchar viejos discos de Piero Umiliani, Alessandro Alessandroni, Duke Ellington o Alice Coltrane.
Basta escuchar el tema titular para apreciar sus intenciones: suena torcido, desfigurado, como sumergida bajo el agua, como si estuviera inmerso en el éter del que están hechos esos sueños en los que nada es exactamente igual a la vida real. Es lo onírico como refugio ante un contexto social y político inhóspito, enloquecido por la hiperdependencia de la tecnología y el populismo que dicta realidades alternativas que son solo patrañas que millones de personas se endilgan crédulamente. Con las canciones-sueño de Villagers, lo que menos apetece es despertarse. Lo tienen todo para que deseemos quedarnos a vivir en ellas.

Se nota que últimamente O’Brien ha estado jugando con el saxo y con la trompeta. No hay más que dejarse mecer por el barroquismo pop y el puro éxtasis que es el final de “So Simpatico”. Trasciende su convencimiento de que el mundo es un lugar ahora mismo tan afligido que necesita volver a mirar las cosas con una mirada virgen, con la ilusión del adolescente. Por eso “The First Day” suena como la canción perfecta para despertar el primer día del resto de tu vida: como un copo de nieve, como el brillo del sol, como la lluvia fina, como enamorarse, parafraseando su letra. Se siente de forma incluso física cómo se ha empapado de free jazz. Se confirma al escuchar la enloquecida “Restless Endeavour”, un trip en toda regla, que podría codearse con los últimos viajes mentales de los Dream Syndicate.
La vida es sueño, y los sueños, realidad son
Es también evidente su deseo de sorprender al oyente, de pillarle por sorpresa, de desconcertarle tras tenerlo preso en el bonito arrullo de una “Circles In The Firing Line” que mete la directa en su último tramo con un abrupto cortocircuito de garage rock. Trasluce su muy lograda plasmación de una psicodelia traviesa, esa que no sabes si te está sonriendo o esbozando una mueca, como ocurre en la mántrica “Song In Seven”. ¿Y qué decir del cierre, esa oceánica y sanadora “Deep In My Heart”?. Es música para soñar que haces música para soñar que haces música, parafraseando el viejo eslogan de Spacemen 3 desde un ángulo más inocuo para la salud, cambiando las drogas por ese universo alucinatorio que habita entre la duermevela y la inmersión profunda en nuestro subconsciente.
Compuesto durante dos años, grabado en sesiones que se desarrollaron entre finales de 2019 y principios de 2020 que luego O’Brien refinó en su estudio de Dublín durante los meses pandémicos, favorecido por un parón covídico que dio a muchísimos músicos la posibilidad de repensar sus ideas y formularlas de un modo distinto a como las concibieron en un prinicipio, y con mezcla final a cargo de David Wrench (Frank Ocean, The xx, FKA Twigs), Fever Dreams (Domino/Music As Usual, 2021) es un álbum mayúsculo, al que nada le sobra y nada le falta, que juega solo en su propia liga.