
El singular compositor catalanofrancés rozó la gloria con un disco en el que PJ Harvey, Toti Soler, Bel Canto Orquestra o Jean-Hervé Peron se integraban a la perfección en su poético, popular y detallista concepto de la música.
Hay momentos en los que algunos artistas, minoritarios pese a barajar universos expresivos propios que no caben ni en tres vidas, arañan el favor de eso que solemos llamar gran público y suele ser una masa informe, solo visible por sus números, y no por la cara y ojos de quienes la componen.
Son instantes en los que ese músico, al que a veces consideramos maldito sin que medie un porqué razonable, se asoma a una exposición pública mayor de la que frecuentaba, generando la vaga ilusión (entre sus seguidores más fieles e impenitentes) de que su música pueda llegar a seducir a miles de personas. Que su parroquia se pueda multiplicar, de forma exponencial.
Luego llega la cruda y tozuda realidad, y las aguas vuelven a su cauce. El músico, a lo suyo. El indefinible gran público, también. Eso es más o menos lo que ocurrió cuando PJ Harvey colaboró con Pascal Comelade a finales de los noventa.
Dos canciones, en realidad: la turbadora “Green Eyes” y la conmovedora, sencillamente maravillosa, “Love Too Soon”. Ambas fueron incluidas en L’argot du bruit (Les Disques Du Soleil Et De L’Acier, 1998), un disco que rebasaba la veintena en una carrera que para el prolífico artista de Montpellier sobrepasaba los 23 años en aquel momento.
Y aunque comercialmente no pasó nada auténticamente relevante, el disco quedó íntimamente fijado a la memoria de parte de una generación, y también acabó prosperando una de las concreciones más ricas y accesibles (por qué no reconocerlo) de la vastísima obra de un compositor tan singular e inclasificable como Comelade. Tanto es así que en 2015 fue reeditado.

Tan individualista y renuente a cualquier categorización, a veces incluso con su punto de irreverencia, como Jaume Sisa, Pau Riba o Albert Pla, el músico catalanofrancés siempre fue un alquimista de primer orden. Un músico de formación amplísima e intereses tremendamente diversos.
El hecho de que utilizara con frecuencia instrumentos de juguete siempre hizo que mucha gente errara el tiro a la hora de encajar su propuesta. Lo suyo no fue nunca el miniaturismo caprichoso, el esteticismo recreativo, la obsesión del minucioso luthier, porque en su caso la forma se supeditaba siempre al fondo.
Colaboró durante años con Albert Pla, con Faust o con Víctor Nubla, con gente de la danza como Robert Wilson o Cesc Gelabert, con dramaturgos como Joan Ollé, cineastas como Ventura Pons o pintores com Miquel Barceló. Así que no es de extrañar que su música se alimentara del pop, del rock, de los sonidos fronterizos, de la onda laietana, de las verbenas, de las bandas sonoras y de músicas populares como la sardana o la cobla: “Sardana dels desemparats”, sin salir de este disco, es una prueba.
L’argot du bruit (Les Disques Du Soleil Et De L’Acier, 1998; Discmedi Blau, 2015) es una excepcional puerta de entrada a su discografía, y es también un exquisito muestrario de su fina orfebrería pop. Pero pop entendido como apócope de popular. En sus pasajes instrumentales y en los cantados. En las rúbricas a solas y en las colaboraciones. Cuando la música habla por sí sola o cuando lo hace por boca de de PJ Harvey, Jean-Hervé Peron o Robert Wyatt. Tiene olor y sabor. Se alimenta de la calle y se proyecta a cualquier ámbito que se la antoje. Es una delicatessen con que lo que menos importa es su fecha de edición, por lo que tampoco apunta a ningún tiempo de consumo preferente. Es tan nutritivo ahora como hace 23 años.