
Charlamos con la mallorquina, una de las artistas españolas más internacionales, tras la excepcional acogida del disco que grabó con Santana y a solo unos días de iniciar una anhelada serie de conciertos por la península.
(Foto de portada: Manuel Vélez)
Concha Buika (Palma de Mallorca, 1972) es un torbellino. Un vendaval. Todo en ella es intuición. Arrebato. Pasión. Amor a su trabajo. Y versatilidad, por supuesto. La que le ha permitido ser un nombre esencial dentro de la música popular en castellano, ya sea abordándola desde el flamenco, el soul, la copla, el jazz o hasta el fado. Recién llegada de un tour que la ha llevado por Turquía y México, charlamos con ella para ¡Mússica!, justo antes de una serie de conciertos, los primeros que ofrece en suelo español en mucho tiempo, cuyas dos próximas paradas son el 9 de octubre en La Rambleta de Valéncia y el 6 de noviembre en el Teatro Cuyás de Las Palmas de Gran Canaria.
He visto que acabas de llegar de Turquía. No sé dónde te pillo ahora.
Acabamos de llegar a Madrid desde allí, y ahora seguimos camino. Yo vivo en Miami, pero como ha sido mucho el tiempo sin venir a España y no estar con la familia, pues estamos aprovechando ahora para solventar todos los compromisos que teníamos. Lo estoy gozando mucho.
Supongo que tendrías ganas, después del largo parón de la música en directo.
Sí, fue bastante duro porque no podíamos viajar, y te preocupas por la familia. Gracias a Dios ahora estamos mejor, por lo menos.
Leí hace poco que la persona que te dio seguramente la mejor lección durante el confinamiento fue tu hijo, con solo 19 años, quien te aconsejó tomarte las cosas con calma. Era lo único que se podía hacer.
Claro, y razón tenía.
Pero debe ser complicado, más para alguien como tú, muy acostumbrada al contacto con el público.
Bueno, será lo que tú quieras. Pero sí que se me hacía durísimo eso, porque yo no soy de cantarle a un teléfono o a un IPad de esos. No me gusta. Lo intenté un par de veces, pero necesitaba salir al escenario. Como todos, entiendo.
Lo de los conciertos en streaming no te va, ¿no?
A mí no, la verdad. Si hay que hacerlo, se hace. Yo tengo esta profesión para bien o para mal, y sea lo que sea lo que tenga que hacer para comer y seguir desarrollando mi trabajo, lo haré. Pero no es de lo que más me gusta, la verdad.
Acabas de estar en Turquía, y un poco antes en México, donde has coincidido sobre los escenarios con Lila Downs o Pitingo. ¿Hay un público distinto en cada país, o las reacciones son básicamente las mismas?
Depende del tipo de música que hagas. Y del circuito. Entiendo que en festivales de rock el comportamiento será el mismo vayas donde vayas (risas). No lo sé. ¿Sabes qué pasa? Que llevo tantos años viviendo de esas personas, y viviéndolo todo a través de ellas, porque nosotros somos de los de girar duro, viajando cada dos días, con mucha temporada fuera de casa, y al final termina siendo tu gente, porque siempre les tienes a ellos: el público es tu gente. Los novios van y vienen, el dinero va y viene, con los amigos a veces te peleas y a veces no, pero el público siempre está ahí. Y al final ya no es una relación de que tú sales nerviosa al escenario porque vas a enfrentarte a un público. No. Tienes ansia por salir de nuevo al escenario porque es un reencuentro con tu gente. Con mi gente. A la que le puedo contar mis cosas, mis secretos, y todo, que no pasa nada.
“Los novios van y vienen, el dinero va y viene, con los amigos a veces te peleas y a veces no, pero el público siempre está ahí”.
Pero sí te darás cuenta de cuándo hay una química especial, muy directa, con el público en un concierto, respecto a otros en los que cuesta más.
Es la que tú establezcas, porque ten en cuenta que son personas que están ahí porque quieren estar contigo. Si no, no estarían ahí. Nosotros no somos como los políticos: no les damos regalitos ni nada por el estilo. A veces llegamos hasta con la lengua fuera, de puro agotamiento. A veces te subes a un escenario y llevas 23 horas sin dormir. Pero cuando ves a tu gente, ya te relajas. Y en mi caso, les cuento las cuatro cositas que me han pasado y las comparto con ellos, porque los siento como mi familia.
Siempre me he preguntado, y más en tu caso, que eres una artista muy pasional, que te vacías por dentro en cada concierto, cómo lo hacéis para interpretar las mismas canciones durante años con la misma entrega que si fuera la primera vez.
Es tu historia. Cada vez que le cuentas a una nueva persona o a un colega lo que te pasó aquella vez, que seguro que lo has contado mil veces, pero cada vez lo abordas con una pasión distinta… al final cantar es contar las cosas que te han pasado. Y lo haces con la misma pasión porque es tu historia. Ni mejor ni peor que la de nadie. Pero es tu historia: lo único que es tuyo para siempre. Siempre irá contigo. Es un momento milagroso, el de compartir esa historia con otras personas.

¿Es una labor terapéutica para ti, tanto el componer como el interpretar?
Sí, por supuesto. Y escucharla. Todos los procesos. Es como lo de cortar madera: es tu oficio al cortarla, al recortarla, al meterla en el fuego y al hacerlo. Lo aprovechas todo. Todo. Desde el momento en el que piensas “¡guau, cantar!”. Eso ya es un flipe. Yo vivo cantando. Parece la letra de una canción, vale, pero es que es verdad. Eso se disfruta cada día. Cada día. Cada segundo del proceso es un flipe. Hasta el trabajo sucio es un flipe.
¿A qué te refieres con el trabajo sucio?
Chico, pues por ejemplo en mi caso, que soy también productora de mi propia música… pues eso, todo ese trabajo y todo lo que tenga que ver con administración… hay una parte de nuestro trabajo que no es agradable. No del nuestro, del de todo el mundo. Mira, acercarse a estar a gusto requiere que tú aceptes y entiendas, y ya te puede quedar claro, que hay un 25% de nuestro día que es una puta mierda y lo será de por vida (risas). Rebaja tus expectativas, que ya no te moleste más (risas).
“Hay un 25% de nuestro día que es una puta mierda, y lo será de por vida”.
Supongo que siempre ha sido así, aunque en los últimos tiempos todos somos más esclavos de las redes sociales, algo que cuando empezaste no existía, y además también ahora dependéis más del directo.
Yo no tengo ni idea de todo eso. Yo ya sé triunfar, hermano. Y triunfar no es ganar millones. Triunfar es que estés bien, los ganes o no.Yo he venido aquí a vivir de lujo, chico, pero mi lujo no es una cámara de cuatro mil euros. Yo no he venido aquí a sufrir. Yo esto de los likes y estas cosas no sé ni cómo funciona, ni estoy pendiente. No me interesa. Pago a otra gente para que lo haga. No pienso estar pendiente esa esas cosas, hermano, porque me pilla muy mayor ya tanta tontería (risas). Estoy con mis cincuenta años pronto ya, y esa es la edad del rock and roll, hermano. Esa es la edad de la gozadera total y absoluta. A otras cosas, ya no estoy.
Mira, yo cumplo mañana 48, me voy acercando. Esperemos que sea como tú dices.
Tú te acercas ya, tío. Pues es tal y como te lo digo: es la edad de saltar al vacío. Yo nada más que estoy aquí ya para la gozadera. Es así.
¿Cómo fue la experiencia con Carlos Santana en el disco Africa Speaks (Concord, 2019), que es el último álbum en el que has estado trabajando, y que fue nominado al Grammy latino?
No lo pudimos presentar en directo porque no se podía hacer nada, con lo que me he dedicado durante este tiempo a crear, crear y crear, y a engordar, a todo esto que se hace cuando uno está encerrado casi dos años (risas). La grabación del disco fue una experiencia muy divertida y muy bonita, como un sueño. En Los Ángeles, en Malibú, gozando muchísimo. Lo pasamos muy bien, fue muy divertido.
Has trabajado a lo largo de tu carrera con Nelly Furtado, Chucho Valdés, Chick Corea, Mariza, Pat Metheny, Elefthería Arvanitáki… ¿hubo alguna colaboración que te marcara especialmente?
Pues no lo sé, porque claro, todos tienen una energía muy particular, y cada uno de ellos es genio y figura, ¿me entiendes? Cada experiencia es como muy única. Y muy increíble. La verdad es que todas las colaboraciones que he hecho han sido súper frikis (risas). Porque por regla general han sido con artistas que no tenían absolutamente nada que ver conmigo. Pero eso es lo que las ha hecho súper chulas y súper cool, y eso también me gusta. Me ha gustado por eso, creo. Cada artista tiene su patada en la cabeza, como la tengo yo (risas). Y con cada uno disfrutas de un personaje. A veces, muy histriónicos, otras veces, menos, algo más escondidos. Y siempre es una experiencia nueva. Y, sobre todo, una práctica de cómo tú te relacionas con los demás. Porque no es lo mismo colaborar entre colegas en una profesión como la tuya, por ejemplo, que en la mía, con los divinos y las divinas. Es que los divinos y las divinas son muy divinos y muy divinas. Ahí hay unas energías y unas movidas con las que a veces no es fácil lidiar, pero que a mí me resulta fácil lidiar con ellas siempre. Siempre. Yo no he tenido jamás un mal rollo. Todo lo contrario. Me ha parecido siempre divertidísimo encontrarme con esos personajes tan curiosos. Con vidas tan excitantes. Yo soy una niña de barrio, papi. Yo me encuentro con gente que son estrellas muy grandes. Entonces, me lo gozo mucho. Siempre mantengo esa inocencia de niña de barrio. De niña de barrio que no se permitía sueños, tronco, ya sabes (risas).
Bueno, eso te ha permitido no perder la capacidad de sorpresa, supongo.
Claro, tío, claro. Entre la capacidad de sorpresa y mi poca memoria, todo lo vivo como si fuera la primera vez (risas).
“Mantengo mi inocencia de niña de barrio, y eso me permite lidiar fácilmente con los divinos y las divinas”
Dices que son músicos teóricamente alejados de lo que tú haces, pero tú tampoco es que seas una artista fácil de encasillar, porque aunque tienes una raíz flamenca, le has dado al jazz, a la copla, al soul… ¿te has encontrado alguna vez con algún purista del flamenco (o incluso de cualquier otro género) que se rasgase las vestiduras?
Sí, pero a mí me da igual eso. Tienen razón, ¿no? ¿Yo qué sé? (risas). ¿Sabes qué pasa? Que yo sé que eso es muy irritable para algunas personas, pero no puedo evitarlo. Yo he venido aquí a estar a gusto. Yo soy de las que cuando me dicen, “tú eres una gilipollas”, yo les contesto “sí, claro” (risas). Porque es que es verdad: a veces soy una gilipollas. ¿Para qué voy a discutir contigo? Fíjate una cosa: soy de ser más amiga de mis enemigos que de algunos de mis amigos. Porque tus enemigos te dicen la verdad, tronco. Y solo con la verdad puede uno mejorar. Y los que te dicen la verdad no dejan de ser gente igual de acojonada que tú, que creen en lo que están haciendo. Yo es que no reconozco enemigos. Y me han puesto retos muy difíciles. Típicas situaciones en las que han dicho de mí esto o aquello, y yo mientras no hagan daño a nadie, ¿pues qué más me da lo que piensen? Que piensen lo que quieran. Imagínate cómo debe estar la cabeza de alguien para vivir odiando. Pobres. Me da lástima, tío.

Y además supongo que en vuestro caso, estáis acostumbrados a encontraros muchísima gente también que peca de lo contrario, de daros jabón y no decir nunca nada negativo, y eso no te hace crecer.
Claro. Lo de comprar la aprobación es una putada. Y lo de ser víctima de la aprobación, otra. Yo, la verdad es que no tengo ni defectos ni virtudes, y si los tengo, los tengo todos (risas). Criticándome, por lo menos se lo pasan bien un rato. Pues que gocen, chico. Hace poco alguien me hackeó el e-mail. Pasaban los días, y me decían “tía, que no lo estás arreglando”, y yo les decía “¿pero qué hay que arreglar?”. Pues que mire, pobrecica, es que no tengo tiempo. Yo no tengo secretos, chico. ¿A mí qué más me da? Pobrecica mía, una persona, entiéndeme, que tiene que perder el tiempo leyendo los e-mails de otra persona. Tú imagínate: pobre personaje. A mí me da lástima, chico. Esa persona no está bien. Yo paso de sentimientos extraños, hermano.
“Comprar la aprobación de los demás es una putada, y ser víctima de esa aprobación, también”
¿Cuál es la banda que te acompaña en estos conciertos que vas a dar por España?
Pues sin unos fieras. Una banda que es como un tigre hambriento, que flipas (risas). Está Ramón Porrina, el hijo de Ramón El Portugués, que toca el cajón que te mueres. Para mí, es lo mejor que hay en España, y eso que España es el país del cajón, y como aquí no se ha desarrollado ese instrumento. Para mí, Ramón es el maestro entre los maestros. A Josué Ronquido, que es otro animal, bajista. Y a Santiago Cañada, que es el trombonista pero también toca el piano. Son una banda que disfruta mucho de la música, en el sentido de que no necesitan recordar. Yo tengo a veces complicaciones a la hora de tocar con algunos hermanos porque no están acostumbrados a la libertad. La libertad es el estado más maravilloso pero también es el más jodido. Y no están acostumbrados porque la educación musical no te educa en la libertad, te educa para que seas perfecto dentro de un mundo. Y mi música está en todos los mundos, tío. A mí me gusta todo. Yo quiero estar en todo. Y soy tan ansiosa que a veces, en mitad de una canción, giro y digo “¡ay, espera, espera!”, y me pongo a cantar otra cosa y quiero que me sigan pero es algo que me estoy inventando y entonces es complicado (risas).
Haces ir de cabeza a los músicos.
Cállate, niño, que lo hice con una orquesta sinfónica (risas). Estaba tan excitada, y estaba saliendo todo tan bien, que de repente me giro y les digo “¡seguidme!”, y me pongo a improvisar una canción. Y eran ochenta músicos. Lo que me reí… me lo he pasado muy bien con la música, la verdad.