Se cumplen 35 años de la obra maestra con la que el genio de Minneapolis se coronó como rey de los años ochenta.
Quería ser Jimi Hendrix, James Brown, Arthur Lee y Phil Spector al mismo tiempo. Y lo consiguió. Durante casi una década, no hubo quien le tosiera. Se puede hablar mucho de la genialidad de Michael Jackson, incluso de Madonna, pero nadie enlazó tal secuencia de obras maestras en menos tiempo.
Y en ningún disco su ambición lució más que en Sign O’ The Times (1987), unánimemente aclamado como la indiscutible obra maestra de Prince. En realidad, todo lo que publicó (como mínimo) entre 1982 y 1988 merece ese calificativo. Pero ningún otro de sus trabajos lució la diversidad, el cromatismo, el descaro y la riqueza caleidoscópica que tuvo este.
Fue publicado hace ahora 35 años, un tiempo que nos parece una enormidad, pero que no es nada si tenemos en cuenta lo bien que ha envejecido, salvo por algunos sintetizadores (esos Fairlight tan de la época) que delatan su procedencia. En estas 16 canciones, diseminadas a lo largo de una hora y 19 minutos (todo un festín en aquella época, cuando aún el disco compacto no había terminado de relegar al vinilo como formato mayoritario), había funk, soul, rock, psicodelia o electro. Todos los Prince posibles embutidos en solo uno. La obra definitiva de un talento ya desbordante, que nos dejó hace ahora seis años.

Sign O’ The Times (1987) es un órdago. Un desafío a las mas elementales leyes de la industria y de la mesura. Un desparrame. Una barbaridad. Un disco sensual, poliédrico, inagotable. Llegó al número 6 del Billboard y entró en el Top 10 en la mayoría de países europeos, pero en realidad su trascendencia no se explica por su promedio en las listas, sino por la importancia que tuvo a largo plazo y por cómo marcó a muchos otros músicos posteriores. Hay one hit wonders, números uno de la época, de quienes no se acuerda nadie. De Prince se acuerda todo el mundo.
La sombra de su música, y en singular de este disco, es alargadísima: Childish Gambino, Erykah Badu, Kamasi Washington, D’Angelo, Yves Tumor, Thundercat y cientos de músicos más asumen sin ambages su influencia. Desde su minimalista corte titular, un éxito casi inverosímil porque no siquiera contaba con un bajo, hasta los últimos segundos de “Adore”, este disco fue como el Sgt Pepper o el What’s Going On de los años ochenta. Ningún otro trabajo ha plasmado mejor su opulencia capitalista y neoliberal, los estragos de una sociedad sometida a la paranoia de la polarización entre dos potencias inmisericordes entre sí y también con los más débiles de sus respectivas sociedades.
Habrán pasado décadas, y seguiremos acudiendo a Sign O’ The Times (1987).