
Guillermo Farré edita otra deliciosa nueva tanda de canciones pop, influidas por su paternidad y el confinamiento.
Congelar el tiempo. Aferrarnos a ese instante que sabemos que no volverá. Atrapar los momentos y que se queden con nosotros para siempre. Ojalá pudiéramos. Lo más cerca que tenemos de poder lograr eso son las fotografías. Pero tampoco son lo mismo. Ni de lejos. Ninguna imagen reemplaza a la experiencia real, por mucha definición que tenga la cámara de nuestro móvil de última generación.
Un día eres padre, tu hija corre a colgarse de tu cuello como si el mañana no existiera, y al día siguiente – bueno, venga, unos meses más tarde – ya no es la niña que conocías: lo único que quiere es perderte de vista porque ya es casi una adolescente. Lo mismo que te pasó a tí cuando tenías su edad, en esencia.
Y entonces entiendes perfectamente a tus padres y la matraca que te daban con todos estos asuntos. Me ha pasado recientemente, y seguramente le ocurra también a Guillermo Farré dentro de unos años, aunque ahora no lo crea: ha sido padre por partida doble en apenas dos años. Aún le queda.
Mientras tanto, y como la vida te da sorpresas, ya no solo porque nuestras familias (la suya también) crezcan, sino por habernos tirado un año y medio de nuestra existencia condicionados por una movida apocalíptica que apenas conocíamos a través de los libros de historia (mi fatiga pandémica es tal que ya ni me atrevo a nombrarla), Farré ha hecho lo mejor que podía hacer: dar continuidad a la carrera de su proyecto, Wild Honey, con una nueva hornada – la quinta – de gemas de pop distinguido, delicado, elegante, sutil y siempre, en todo momento, delicioso. Eso es Ruinas futuras (Lovemonk, 2021).
Ya desde su propia portada se enuncia el dilema, la ambigüedad de estos tiempos inciertos, la contradicción entre querer atrapar el tiempo y, al mismo tiempo, hacerlo avanzar, aunque no sepamos muy bien para qué ni hacia dónde, ni siquiera su nuestros hijos les estamos dejando mundo algo más habitable que el que nos encontramos nosotros: ¿está el personaje – él mismo – de la portada cayendo o subiendo por esa escalera?

El azar, las notas de voz registradas en el teléfono móvil, una práctica cada vez más común que enlaza con la música concreta y el errorismo, han jugado un papel determinante en la naturalidad que destilan estas diez canciones, despachadas en solo media hora. También la aportación de Remate, con quien Farré fue trabajando en la distancia porque su alianza previa en bandas sonoras compuestas al alimón tampoco requería – por suerte, dadas las circunstancias – compartir estudio, antes de que las canciones fueran mezcladas por Ali Chant (Aldous Harding, Perfume Genius) en su estudio de Bristol. Shawn Lee a la batería desde Londres y Javier Lorente y Anita Steinberg al bajo y a los coros desde Berlín redondearon la ecuación.
Podríamos estar hasta mañana hablando de las coordenadas estilísticas de este disco, de cómo en el tema titular recuerda a Parade (su pasión por la ciencia ficción les une, entre otras cosas), de cómo “Me dijeron que ya no vives aquí” remite a la escuela del mejor sunshine pop californiano, de cómo “Saludos secretos” refuerza su versión más barroca, de cómo “Mi prima Adriana” brinda su vis más melancólica o de cómo “Dos accidentes” acaricia, con esas cuerdas, como la mejor brisa soul de los años setenta.
Pero iremos al grano, para no derrochar palabrería, porque el mejor favor que podéis haceros es simplemente buscar estas diez canciones en vuestra plataforma favorita (o comprarlo directamente, que nuestros buenos músicos merecen vivir de su arte), olvidaros de todo lo demás y dejaros llevar por esta realidad paralela en la que un puñado de teclados, arreglos de cuerda y voces ingrávidas entretejen una sucesión de viñetas pop prácticamente perfectas, que deberían hacer las delicias de cualquiera que sienta una brizna de aprecio por Brian Wilson, Caetano Veloso, Prefab Sprout, The Zombies, Steely Dan o Kings of Convenience, por solo citar un manojo de nombres dispares.