El músico puertorriqueño resalta las grandes desigualdades que están agrietando la sociedad de su país en un nuevo video que es, en realidad, un breve documental (musical) sin desperdicio alguno.
Venga, va. Empecemos con la cantinela de siempre: que si el reguetón es una música machista y descerebrada, que no apela al intelecto, que solo se preocupa de remover los instintos más básicos. Que es un producto de usar y tirar. ¿Compramos sin reservas ese manido discurso?
Que en algunos, quizá muchos casos, sea así, no significa que lo sea en todos. Bad Bunny es ahora mismo el artista más escuchado en el mundo, según los datos de las plataformas de streaming. Es precisamente uno de los músicos a quienes mucha gente niega esa propia condición. Que si no se le entiende, que si necesita un logopeda para que sus textos sean comprensibles, que si solo canta (o habla) de culos, tetas y sexo, así en general.
Bien. Cualquiera que sostenga esa opinión, haría bien en prestar atención a los 22 minutos (al menos a la mitad) de su último videoclip, porque es la muestra más gráfica que tenemos ahora mismo del poder de denuncia social que puede albergar la música pop. El puertorriqueño, consciente de la enorme parroquia que tiene distribuida por todo el mundo, ha aprovechado su popularidad para resaltar, en su nuevo videoclip, los desequilibrios y las injusticias que se están cometiendo en su país. Son más de siete millones de personas quienes han visto el clip, que en realidad es un reportaje con música, brillantemente presentad por la periodista boricua Bianca Graulau.
La gentrificación, el liberalismo salvaje, la privatización de servicios tan esenciales como el alumbrado público (de ahí los apagones que le dan título), los intereses empresariales cruzados con los públicos y la forma en la que la gente más humilde de los barrios más pobres del país está siendo literalmente expulsada de sus casas para que estas se conviertan en apartamentos turísticos y residencias de lujo, en connivencia con una política de impuestos totalmente ventajosa para los tiburones financieros: todas estas cuestiones desfilan a lo largo de los 22 minutos de un clip que no tiene desperdicio.
Una reivindicación social en toda regla, precisamente en la cuna del reguetón y con guiño incluido a Tego Calderón y a los pares del género, con la que Bad Bunny se merece, como mínimo, un respeto. Porque su música puede no gustarte (o sí), pero no es menos digna ni menos noble que ninguna otra.