
El símbolo de la llama dio la bienvenida a un nuevo estilo, el trip hop, y se convirtió en santo y seña de Massive Attack, uno de sus padres, hasta nuestros días.
Hay discos cuya portada es fiel reflejo visual de su contenido. Ese debería ser su principal cometido. Aunque no siempre ocurra. Y entre ellas, hay algunas que tienen la virtud de captar la esencia de su música al primer intento, dando con una temprana imagen de marca que se ha perpetuado con el paso del tiempo. A veces, una decisión correcta puede marcar – para bien – una carrera musical.
Uno de esos ejemplos de afortunada clarividencia gráfica fue el artwork del debut de quienes hasta entonces eran poco más que un colectivo artístico de Bristol prácticamente desconocido fuera de su ciudad: Massive Attack y su primer álbum, Blue Lines (Wild Bunch/Virgin, 1991), que está a solo unos días de soplar las velas por sus primeros treinta años. El ocho de abril cumplirá tres décadas el trabajo que alumbró una nueva forma de hacer música y la hizo universalmente conocida: el trip hop. Y no debe haber nadie que no asocie su sonido al de aquella llama que protagonizaba su primera gran portada.
«Blue Lines» dio a conocer mundialmente un nuevo estilo surgido de Bristol, alentado por un colectivo artístico hasta entonces desconocido.
El responsable fue 3D, el nombre artístico de Robert Del Naja, el músico británico (de origen italiano) que se ha encargado siempre de dirigir todos los aspectos visuales del trío. Por algo fue graffitero ya en los años ochenta y ha desarrollado una amplia carrera en las artes visuales (fotografía, pintura, collage) que llega hasta nuestros días, y que provocó que durante un tiempo se llegara a especular con que era, en realidad, la identidad que se ocultaba tras Banksy, el artista urbano británico. Fue una teoría que se propagó con la rapidez de las mejores leyendas urbanas.
Todo lo que no es copia es plagio, se suele decir. Pero la cultura pop siempre se ha nutrido del préstamo de referentes. Sonoros, estéticos, visuales. Es un arte del patchwork. Y la cubierta de Blue Lines (1991) no fue una excepción. 3D siempre lo ha reconocido. El pictograma de material extremadamente inflamable llevaba muchos años siendo utilizado en el ámbito comercial (hay una directiva europea que consensúa su uso desde 1967, nada menos), pero Del Naja quisó ir más allá de la fuente original y enlazar con la cultura punk con la que se crió. Lo hizo adaptando la idea que los norirlandeses Stiff Little Fingers habían acuñado en 1979 para su álbum Inflammable Material (Rough Trade).


La fuente usada por Massive Attack fue la Helvetica Black Oblique. Robert Del Naja, cuyo rol como eslabón entre distintas culturas musicales es primordial para entender a Massive Attack (fue uno de los primeros en introducir el graffiti en Bristol, esa pintura urbana que ya hacía furor en las ciudades norteamericanas como imagen del hip hop), era fan de Stiff Little Fingers. A estos nunca les molestó que Massive Attack se basaran en su vieja portada para Blue Lines (1991). Más bien al contrario: incluso participaron en el Meltdown Festival londinense en 2008, la edición en la que los de Bristol se encargaron de su programación como comisionados.
A los Stiff Little Fingers no les molestó que Massive Attack se valieran de una vieja portada suya, al contrario.
Todo lo que en el disco de los Stiff Little Fingers era rabia, angustia, claustrofobia, desazón y denuncia social, en Massive Attack se convertía en elegancia, suavidad, estilización y un talante que tenía más de reformista que de rupturista: no era nuevo que un puñado de músicos se alimentaran de soul, funk, dub y hip hop, pero sí era nueva la forma en la que ellos fundían todos esos nutrientes para dar con una aleación inédita. Había nacido el trip hop.
Una etiqueta de la que, como ocurre con todas, sus propios instigadores acabarían renegando con el paso de los años. En cualquier caso, una portada inflamable para un material sonoro también inflamable. Voluptuoso, ardiente, apasionado. Y a diferencia de lo que ocurría con la música de aquellos punks de Belfast, muy negra. Una reformulación de la mejor música negra para explicar el fin del siglo XX.
Llámese trip hop o no, lo cierto es que la carrera de Massive Attack, que nació del colectivo (y sound system) Wild Bunch a finales de los años ochenta, ha mostrado hasta nuestros días una gran capacidad de regeneración, tanto en lo sonoro como en lo visual. Pero el logotipo de la llama es el que ha pervivido asociado a ellos en el imaginario popular.
Curiosamente, la de los noventa fue la década en la que algunos de sus músicos más prominentes recurrieron con más frecuencia a los símbolos que servían para señalizar que un material era tóxico o inflamable. Especialmente en la segunda mitad de la década, cuando la mezcla de estilos avanzaba la angustia premilenio ante la proximidad de un nuevo siglo y del llamado efecto 2000, aunque luego pudiéramos comprobar que no era – ni mucho menos – para tanto.
El ejemplo de Massive Attack cundió en otros músicos, como Radiohead o Los Planetas, que también incorporaron pictogramas de material irritante o nocivo en sus artworks.
Aún asombra comprobar la coincidencia entre dos discos clave, fiel reflejo de su época, que aparecieron años después del debut de Massive Attack pero con menos de un año de diferencia entre ellos: el OK Computer (Parlophone/Capitol, 1997) de Radiohead y Una semana en el motor de un autobús (RCA, 1998) de Los Planetas. Tanto Stanley Donwood como Javier Aramburu, sus diseñadores, se valían del símbolo empleado para etiquetar productos químicos que pudieran resultar nocivos o irritantes. Con distinta cuota de protagonismo, eso sí.

