La suspensión de las giras rock debido a la pandemia está obligando a algunas bandas masivas a replantearse sus nuevos discos sin los condicionamientos del directo, revelando versiones renovadas de sí mismos.
Cada vez tiene uno mayor certeza de que, para los grupos de rock masivos, esos que venden miles (o cientos de miles) de discos, cuentan sus reproducciones en streaming por millones y se las apañan para llenar pabellones deportivos, estadios y recintos de grandes festivales sin apenas despeinarse, eso de ir editando nuevos discos es poco más que una excusa para volver a salir de gira. Sobre todo, cuando hablamos de marcas creativas más que consolidadas, que ya dieron lo mejor de sí. Esas que, en muchos casos, ya han dicho todo lo que tenían que decir hace tiempo, y se limitan a vivir de su oficio, de la rentabilidad de una fórmula que repiten sin apenas modificarla. De rentas, vaya. Haciendo girar la rueda del beneficio con la ley del mínimo esfuerzo, que el público es, por lo general, conservador: quiere que le den un poco más de aquello que ya conoce. Sin experimentos. La pandemia ha cambiado todo esto.
Es más, todo esto es más visible que nunca en un momento como este. Con la música en vivo para multitudes absolutamente parada. Cuando no hay conciertos a los que orientar las nuevas canciones. Puede resultar paradójico que algo tan desastroso – para la humanidad y para la industria de la música – como es una pandemia, pueda acabar teniendo un efecto beneficioso para algunos músicos, al menos por lo que tiene de acicate para que asuman algunos riesgos que ni se planteaban. Un estímulo. Si no para la tan manida reinvención, sí para darle una pizca de heterodoxia, o de atrevimiento, a su oxidado discurso.
Es paradójico que algo tan desastroso – para la humanidad y para la industria de la música – como una pandemia, pueda acabar, por la ausencia de directos, estimulando el atrevimiento o la reinvención de grupos que se limitaban a vivir de rentas.
Servidor lleva ya unas cuantas entrevistas hechas en las últimas semanas con músicos internacionales que reconocen abiertamente ese efecto. A falta de giras, han tenido tiempo de sobra para darle unas cuantas vueltas a sus últimas remesas de canciones, para plantearse un tratamiento distinto, para no grabar con la obsesión de pensar en cómo sonarán en un recinto antes varios miles de personas y cómo estas las acogerán. Sin razones para pensar en estribillos diseñados para que la clac los coree hasta la extenuación.
Me lo decía Jared Followill, bajista y miembro más joven del grupo de rock norteamericano Kings of Leon (en la foto). Su nuevo disco, When You See Yourself (Sony, 2021), se aleja conscientemente de los singles facilones, de los estribillos instantáneos. Prima un estado de ánimo común a sus once canciones, tras un concienzudo trabajo de producción regido por Markus Dravs, supervisor de algunos de los álbumes más celebrados de Coldplay o Arcade Fire, quien ya trabajó con los de Nashville en su anterior álbum, y trata de extraer lo mejor – según el benjamín de los Followill – de ellos en el estudio. Y todo lo que en los discos de aquellos (de Coldplay o Arcade Fire, queremos decir) era explosividad, aquí es contención.
Más meridiano aún es el caso de sus paisanos Weezer, quienes, en vista de que la sequía de directos se iba a prolongar sine die, decidieron sacar a la luz un precioso disco de pop soleado y algo barroco, sostenido sobre el piano y unos pimpantes arreglos de cuerda, que en principio iba a ser un divertimento coyuntural y ha acabado convertido en su mejor trabajo en muchos años.
Se llama OK Human (Crush/Atlantic, 2021), y me contaba hace unos días Brian Bell, su guitarrista, que el hecho de que su gira con Green Day y Fall Out Boy – el Hella Mega Tour – se fuera al garete, tuvo la culpa: al no haber conciertos de rock a la vista, no tenía mucho sentido primar la publicación de Van Weezer, ese disco-guiño al hair metal (ya saben, a los riffs de guitarra y cardados imposibles de Van Halen, Def Leppard o Bon Jovi) de los años ochenta, que han decidido aparcar hasta mayo. Tener tiempo de sobra les permitió darle unas cuantas vueltas a este OK Human, y reelaborar parte de las letras desde una perspectiva pandémica , reforzando su puesta en cuestión de la tecnología suplantando el contacto humano, y realzar sus arreglos sin incurrir en la pompa gratuita. El resultado ha sido óptimo.
Tampoco es menor el hecho de que muchos de estos músicos de predicamento masivo se estén viendo obligados a incurrir en formatos acústicos, aunque solo sea como una forma de adaptarse a las nuevas circunstancias, mediante conciertos de cercanía, muy reducidos, o para ser retransmitidos en streaming. Quizá también resida ahí la posibilidad de una nueva sensibilidad, un nuevo registro por explorar, una distinta versión de sí mismos que desvíe su trayecto a paraderos inexplorados, de una intimidad poco frecuentada.
Tendrá que pasar tiempo para que confirmemos si todo lo que ha conllevado la pandemia se convertirá en una tendencia con visos de perdurar, o será tan solo un breve paréntesis hasta que la normalidad del futuro inminente se vaya pareciendo cada vez más a la que conocíamos hasta hace un año.