Xacobe Pato evidencia la hipocresía inherente a esos objetivos que nos marcamos cada mes de enero, y apuesta por imprimir una lista con todos ellos y sentarse a incumplirlos todos.
Solo han pasado unos días desde que empezó 2022 y ya he pisado encima de todas las minas que se escondían tras los buenos propósitos que me había fijado. Todas esas aspiraciones bienintencionadas saltaron por los aires, y yo con ellas, y está bien que así sea porque las tradiciones están para cumplirlas.
Si hay algo característico de las primeras semanas de enero no es tanto preparar una lista de buenos propósitos como incumplirlos, uno tras otro, y pasar a otra cosa. Que el día de año nuevo vaya inmediatamente después de Nochevieja no está bien planteado, creo yo. Antes de acostarme la primera noche del año ya había bebido, comido y tuiteado más de la cuenta. Ya había mentido como un bellaco. Ya había fumado en pocas horas todos los pitillos que había reservado para todo el año.
En realidad no fue más que una demolición pactada, la tradicional voladura controlada de propósitos, que a mí me parece algo hermoso, como si quisiéramos inaugurar cada año con fuegos artificiales.
“He llegado a la conclusión de que este año voy a dar un volantazo: una lista de despropósitos, especialmente nocivos para mí y para la gente que me rodea”.
Sin embargo, he llegado a la conclusión de que este año aún estoy a tiempo de revertir la situación. De dar un volantazo, un giro de ciento ochenta grados en mi política de año nuevo. Decidí poner patas arriba mi lista de buenos propósitos. Y lo que ha surgido es una lista de despropósitos, o de malos propósitos, especialmente nocivos para mí y para la gente que me rodea. Genialidad táctica: puestos a incumplirlos, que los propósitos sean dañinos.
Una lista de propósitos cumple o debería cumplir la función de inspirar para ser o estar mejor; y yo quiero llevar la mía a ese límite en el que los propósitos ya no inspiran, sino que agobian. Se trata de fijarse objetivos inalcanzables, metas lejanísimas, como hacerse rico o triunfar, autopresionarse hasta el absurdo para fomentar la frustración y la culpabilidad por no conseguirlo y ni siquiera acercarse.
“Se trata de fijarse objetivos inalcanzables, metas lejanísimas, autopresionarse para fomentar la frustración y la culpabilidad”.
En el apartado del cuidado personal, que abarca propósitos clásicos como hacer más ejercicio, dejar de fumar, beber menos y comer mejor hay bastante que decir. En primer lugar, considero que hago bastante deporte, por lo tanto conviene que haga menos, o que directamente deje de hacerlo. Aunque me sienta bien a nivel físico y mental, uno se debe a sus propias teorías peregrinas. Deporte, fuera. Caminar lo justo y a desgana. Si me apunto a un gimnasio será solo para ocupar las máquinas y sacar de quicio a los habituales.
Respecto al tabaco, tengo como ejemplo la experiencia de algunos amigos y familiares que han conseguido dejarlo con mucho esfuerzo. Intentaré convencerles de que vuelvan. Yo no solo no pienso dejar de fumar sino que voy a fumar muchísimo más. Voy a pasar de ser un “fumador social”, de pitillo de tertulia, a fumar hasta en la cama, como Antonio Alcántara. De paso conseguiré cumplir con otro de mis propósitos: no ahorrar en todo el año.

También he pensado plantear algo similar en relación al consumo de alcohol. Beber en reuniones con amigos está muy bien, así que beber solo debe ser aún mejor. A partir de mediodía, o antes, abriré una botella de vino en soledad y con gran ceremonia. Brindaré conmigo mismo, apoyando en la mesa, no sin patetismo, y después quedaré con amigos para pasar la resaca. Seré simpático y sociable cuando esté solo; huraño y triste cuando esté con gente.
Para acabar con el asunto de los autocuidados y respecto a la alimentación: buscaré dietas sin base científica por internet y empezaré una tras otra sin consultar a ningún nutricionista. Pediré la comida a domicilio todos los días en aplicaciones que paguen una miseria a sus repartidores. No dejaré propina, ni sonreiré. Comeré y cenaré ultraprocesados, de pie y a todo correr. No desayunaré por ir siempre con prisas a no sé dónde. No volveré a probar la verdura y dejaré pudrirse la fruta en la nevera.
“Beberé solo, brindaré conmigo mismo, seré huraño y triste cuando esté con gente, buscaré dietas sin base científica en internet y pediré comida en aplicaciones que paguen una miseria a sus repartidores”.
Por supuesto, tampoco pienso aprender ni una sola palabra nueva en inglés e intentaré olvidar las que ya sé. Suspenderé todos los intentos con los que he tonteado hasta ahora (dejaré de ver series en versión original y no escucharé música en inglés, ni siquiera Dover). Con eso en principio debería bastar; a día de hoy mis esfuerzos no han sido precisamente titánicos.
Respecto a otro de los propósitos clásicos, aprender a tocar la guitarra u otro instrumento, he decidido mantenerlo. Con un poco de empeño, espero que dentro de un par de años pueda ser el típico pelmazo que quita la música en las fiestas, saca la guitarrita y da la turra con covers lamentables de Fito y los Fitipaldis, causando verdadero sopor entre los invitados.
En vez de llamar más a la familia, romperé todo vínculo. Dejaré de cogerles el teléfono a mis padres e incluso cambiaré de número. Volaré todos los puentes que me unen a ellos. Los bloquearé en las redes sociales, en las que pasaré todavía más tiempo, alimentando esa falsa comunicación con los demás que no es más que soledad cruel y mal disimulada. Dejaré mi autoestima en manos del algoritmo y un puñado de desconocidos. Detox digital a la japonesa.

No solo no voy a viajar este año, sino que saldré de casa lo imprescindible. Voy a cultivar el síndrome de la cabaña y la dejadez. Si hago algún plan con amigos, será para llegar tardísimo y finalmente cancelar. Como ya dije, no pienso ahorrar ni un euro. Voy a dilapidar lo que tengo y en la medida de lo posible también me endeudaré. Invertiré en criptomonedas por lo que me entere de oídas en cualquier bar y compraré lotería a manos llenas. Buscaré con ansia la bancarrota.
Respecto a otro de los objetivos que suelen citarse -salir de la “zona de confort”- yo voy a salir pero sin criterio ninguno, como una vaquilla. Voy a romper mis relaciones personales, sentimentales y laborales. Me voy a rapar el pelo, me voy a tatuar la cara, voy a decir lo que pienso todo el rato. El primer día me quedaré sin amigos, sin pareja y sin empleo. Y no pasará nada porque entonces emprenderé. Me equivocaré diez veces para tener éxito, como dicen los emprendedores. ¿Con qué dinero? ¡Quién sabe!
“Voy a romper mis relaciones personales, me voy a rapar el pelo, me voy a tatuar la cara y voy a decir lo que pienso todo el rato”.
Comprobaré si estoy suscrito a alguna asociación benéfica y me daré de baja. No solo no moveré un dedo contra las injusticias sociales, sino que las fomentaré. En las sobremesas haré comentarios y chistes racistas, machistas y homófobos y si alguien me los afea declararé muy digno que “hoy en día ya no se puede decir nada”. No hace falta decir, y si lo digo es por puro recochineo, que no voy a reciclar.
Leeré menos. No escribiré. No diré “te quiero”. Iré en coche a todas partes y no cederé el paso si no tengo que hacerlo. Me tomaré todos los comentarios de manera personal. Buscaré excusas para todo. Insultaré a los famosos en las redes sociales. Envidiaré lo que consigan los demás. No apreciaré lo que tengo. Me quejaré todo el rato.
Supongo que simplemente se trata, como cada año, de imprimir la lista de propósitos y sentarse a incumplirlos. Qué puede salir mal.