Desde hace unos años, disfruto más de la noche de los Goya que de la de fin de año. Me preparo para ella con esmero: atuendo bien hilado, cena sencilla pero estudiada y copa de cava incluida.
Comienzo temprano, siguiendo los desfiles por la alfombra roja en directo, sin poder evitar los momentos íntimos, esos que seguramente suceden más allá de las telas y las sonrisas frente a los focos.
Pienso en lo humano, en los nervios y emociones, y en cómo a todas esas caras que acompañan nuestras vidas les han sucedido las horas del día y la noche anterior. También pienso en la condición de ser mujer, en el saber que la alfombra estará impecable y en cómo la relación con nuestro cuerpo a veces nos falla, ya que las comparaciones pueden generar miedo a los focos y las apariencias.
Los premios Goya reconocen y premian, pero también son expectativas, ilusiones y emociones de todas esas almas, a menudo zarandeadas por el destino, que conforman la gran familia del cine español.
Son incontables las emociones que se perciben, en el escenario y entre el público, antes y después. Este año, con las recientes denuncias, no puedo dejar de pensar en ellas; en cuántas habrán sufrido alguna vez acoso y se debaten entre el silencio y la exposición, sintiendo la rabia de lo sórdido que ambos extremos deben causar, porque como en todo, seguramente hay más de lo que podemos ver.
Afortunadamente, la noche transmite alegría. Alegría cuando la intersección entre la niñez y la madurez coinciden en el escenario en la recogida del premio a mejor actriz de reparto para Ane Gabarain por «20.000 especies de abejas», cuando Sofia Otero, con tan solo 11 años, le entrega el galardón. Ternura ante los nervios de esa mano que sostiene las palabras escritas de Janet Novás cuando recibe el premio a mejor actriz revelación por «O Corno», o el orgullo cuando Pedro habla, reivindica y explica que los «señoritos del cine» devuelven con creces el dinero de las subvenciones. Que para entender la cultura hay que amarla. O ese discurso lleno de agradecimiento al sentir la importancia de cuando te reconocen fuera de tu país de Sigourney Weaver y agradecer la voz de doblaje de Maria Luisa Solá, porque poco se habla de esas voces de doblaje.
Más tarde, cuando comienza el desfile, no puedo evitar observar el brillo y la belleza que suele ir reñido con la comodidad, imaginando los pies en hielo, las ganas de una butaca y líquido, que con el paso de las horas supongo que cada vez se agudizan más, porque aunque asistir a la gala requiere menos horas que un rodaje, percibo que al final la cosa se hace larga. Y no puedo evitar pensar en todo lo que les pasa por dentro, porque la noche de la gala está marcada en el calendario, pero quizá no siempre llegue en el momento adecuado, porque no todos los días son buenos y también hay días horribles y seguro que hay actrices y actores que acuden allí, una vez más, para actuar.
En el cine, la música es omnipresente. Todas esas películas esconden escenas que sin su música no serían lo que son. Ese «Yo no soy esa» de Mari Trini en «Te estoy amando locamente» o Rodrigo Cuevas y Sergio y Estíbaliz en «20.000 especies de abejas». Desde las primeras imágenes hasta las últimas, en el cine está la música, y en la gala también.
La gala comienza con «Mi Gran Noche» y mientras veo su interpretación con Amaia y Bisbal, no puedo evitar recordar lo sublime de aquel «Me quedo Contigo» por Rosalía en 2019. Aunque Los Javis son magos en el hallazgo de cruces de recursos que encuentran justo lo adecuado para el momento, algo así como ese amigo que pincha ese hit en el momento perfecto, pienso en cómo no se le había ocurrido a nadie antes utilizar este tema para comenzar, aunque quizá sí y yo no sea consciente. Porque si algo transmite la noche de los Goya es que es la gran noche del cine español, esa noche donde los encuentros y las sorpresas suceden, aunque algunas ya estén intuidas, como el gran éxito de «La Sociedad de la Nieve», porque como decía mi tía, donde hay candil no hace falta lucero.
En esos momentos internos, imagino que, a pesar de evitarlas, en algún momento la ilusión y las expectativas florecen, imaginando que es tu nombre el que se dice en voz alta. No dejo de pensar en esas caras que, como decían Los Javis y Ana Belén, no dejan de ser caras especiales, cuando estás nominado y no te toca, como las de Ernesto Alterio, Juanma Bajo Ulloa o Loles León que cuentan con experiencia en eso, con varias nominaciones a lo largo de la historia y ninguna subida al escenario. Luego está Isabel Coixet, que cuenta con 8 triunfos siendo la mujer con más Goyas del cine español, y bien merecidos los tiene.
María Jiménez es una de las que se ha marchado este año, y pienso en que estaría orgullosa de ese «Sé acabó» por Niña Pastori, Mª José Llergo e India Martínez.
Otro de esos momentos esperados de la noche es el «In Memoriam», que siempre viene cargado de emoción por las pérdidas y que este año fue especialmente emotivo cuando la interpretación de «Procuro Olvidarte» por la maravillosa Silvia Pérez Cruz y Javier Sobral comenzó con un «No quiero olvidarte», porque casi todo lo que procuramos olvidar sucede porque en el fondo no queremos, ni podemos, olvidar.
Como no podía ser de otra manera, los Goya también premian a la mejor canción original. En esta edición competían por el cabezón Xoel López con «Eco» por «Amigos hasta la Muerte», «Chinas» de Marina Herlop por «Chinas», «El amor de Andrea» de Vetusta Morla y Valeria Castro por «El amor de Andrea», y la ganadora «Yo solo quiero amor» de Rigoberta Bandini, por «Te estoy amando locamente».
Aunque esta gala no ha sido de las más emocionantes, al ver juntos a Los Javis y Ana Belén, pienso en la belleza de creer en los sueños y perseguirlos, en el empeño y las ganas de hacer, y en la suerte de la juventud y la madurez.
Como dijo David Verdaguer al recoger su Goya a mejor actor protagonista por «Saben Aquell»: “Creo que la mayoría de los que estamos aquí tenemos miedo, pero lo aparcamos y hacemos películas. Quizá estas películas sirvan para que alguien, cuando las ve, se olvide durante un ratito, y eso es muy bonito”. Así es el cine, un inmenso refugio… Como la música.