
DJ Nano y Eme DJ, dos referentes de las cabinas de nuestro país, publican sendos libros que explican, cada uno a su manera, cómo la música y su propio trabajo han sido una tabla de salvación ante las adversidades de la vida.
Anoche un DJ me salvó la vida. Lo decía un viejo hit de 1982, firmado por los neoyorquinos InDeep, que seguro debe recordar cualquiera que sobrepase los cuarenta años. Aquella canción expresaba el poder curativo de la música en plena resaca del fenómeno disco. La liberación en la pista de baile. La superación de miedos, complejos, temores e inseguridades gracias al poder redentor de la música cuando bombea a todo volumen y hace que perdamos gozosamente el control sobre nuestro propio cuerpo.
Pero, como esta es una relación que opera en doble sentido, ¿qué ocurre cuando es el DJ quien ve cómo es su propia vida la que se salva gracias a su trabajo, cuando cobra pleno sentido merced a su rol de maestro de ceremonias en largas y extenuantes sesiones?
Acaban de publicarse dos libros que, desde perspectivas divergentes, nos lo explican. Y muy bien. Uno, escrito en colaboración íntima con el periodista Miguel Ángel Bargueño, nos cuenta la vida y obra de DJ Nano, cuyo nombre en el DNI es José Luis Garana de los Cobos (Madrid, 1977). El otro hace lo propio con Eme DJ, cuyo nombre administrativo es Marta Fierro (Monforte de Lemos, 1982). El primero es hombre. La segunda, mujer. Él suele pinchar techno, house y trance. Ella suele pinchar indie rock, pop, hip hop y electrónica. Grosso modo. Se llevan solo cinco años de edad.
No tienen aparentemente nada que ver, más allá de que ambos comparten profesión. Ni por estilo, no por estética, ni por los recintos que frecuentan o la clientela que atesoran. Pero los dos libros que reflejan su trabajo sí comparten algunas cosas en común. El primero se llama Al otro lado de la cabina (Libros Cúpula 2021). El segundo se llama Cómo ser DJ. El manual (Bala Perdida, 2021). Uno es más vivencial y el otro es más práctico, en parte tambien porque Eme DJ ya publicó en su momento Mamá, quiero ser DJ (Léeme Libros, 2016).


En primer lugar, ambos destripan con exhaustividad y rigor una profesión que, especialmente en nuestro país, (casi) nadie se ha encargado de explicar bien. Si la cultura suele ser aquí el último mono, y la música uno de los últimos monos dentro de la cultura, el DJ es también el último mono dentro de la música. En términos de consideración social, creativa o artística, para entendernos. No en términos estrictamente monetarios, que los hay que se ganan muy bien la vida. Parece mentira que haya que explicarlo una y otra vez, pero ser DJ no es simplemente poner canciones en una discoteca, u evento o un festival. No es un trabajo de mero selector musical.
Un buen DJ ha de saber seleccionar lo que va a pinchar, pero tambien debe saber cómo ensamblar los temas, cómo realizar las mezclas, cómo leer al público y sus necesidades, cómo adaptarse a cualquier situación imprevista, cómo modificar una sesión a mitad de camino si la audiencia lo sugiere, cómo adaptarse al medio según el entorno que frecuente, y hacerlo casi siempre en un horario muy poco agradecido, lidiando con los excesos etílicos de gente sin sentido de la medida ni empatía, cómo reciclarse continuamente con un aprendizaje continuo, cómo proyectar su trabajo a través de los medios y las redes sociales y, cada vez más, cómo componer sus propias canciones, obras con entidad propia que van mucho más allá de los remixes que suelen hacer para otros artistas, generalmente músicos. Casi nada.
En un país en el que seguramente hay millones de personas que piensan que Francisco Rivera, el personaje anteriormente conocido como Paquirrín, también es DJ profesional, es necesario seguir explicando todo esto. Y tanto DJ Nano – con el inestimable trabajo de Miguel Ángel Bargueño, autor de sobresalientes y referenciales libros sobre Enrique Urquijo o las mujeres en la historia del rock – como Eme DJ lo han hecho muy bien.



En segundo lugar, ambos volúmenes expresan cómo el oficio de disc jockey puede llegar a convertirse en una bendita adicción que, como cualquier otra actividad creativa, acaba por dar sentido a la vida de quienes la abordan. E incluso sanar muchas de las lacerantes heridas que cualquiera de nosotros puede encontrarse a lo largo de su vida. En el caso de DJ Nano, una forma de superar una infancia y adolescencia familiarmente complicadas, agudizadas por sus problemas con los estudios y su falta de vocación por ninguna de esas profesiones tan presuntamente respetables que cualquier padre de los años ochenta querría para un hijo o una hija. Una trayecto en el que su propia paternidad es también un punto de inflexión. En el caso de Eme DJ, como un modo de disipar los efectos de la ansiedad, una inestabilidad mental acentuada por la pandemia y el parón de los espectáculos de músico an directo, que ella sorteó en gran medida gracias a la buena acogida que han ido teniendo sus sesiones a través de un canal en el que hasta entonces no había reparado: Twitch. Un nuevo modo de conectar con su parroquia de seguidores.
Al fin y al cabo, cuando hablamos de DJs y su audiencia hablamos de comunicación. Un flujo de energía que se desarrolla al instante. Una conversación que tiene lugar de forma directa, y que va más allá de cualquier estereotipo que podamos albergar en torno a la figura del disc jockey como un millonario pontífice que dicta su ley sin reparar en la audiencia, como esas nuevas estrellas del rock que, en gran medida, también han acabado siendo. Eso puede valer para David Guetta. Pero no para los grandes referentes de nuestra escena. Estos dos libros son dos lecciones de vida. Entretienen e incluso instruyen cuando incurren en un afán didáctico. Y, sobre todo, tienen la gran virtud de ampliar el fondo de armario bibliográfico de un trabajo tan sometido a topicazos, prejuicios y malentendidos. Basta leerlos (y son para todos los públicos) para desterrarlos.
(Fotos Eme DJ: Juan Pérez Fajardo; Fotos DJ Nano: Libros Cúpula)