El miedo a perderse algo es una enfermedad moderna, pero es mejor hacerle frente con alegría y con ese placer salvaje de perderse las cosas, porque los trenes están pasando todo el rato.
Cuando tenía dieciséis o diecisiete años, y no podía salir un fin de semana, me parecía que se iba a acabar el mundo. Ese sábado, justo ese sábado, pasaría todo, y el lunes yo estaría fuera de la conversación, de los recuerdos, de la memoria, de las historias inmortales de la adolescencia. Sería un personaje olvidable, desdibujado por la ausencia.
Luego llegaba a clase el lunes y no había pasado nada. Lo cierto es que cuando dejas pasar algo, lo que sea, no suele suceder nada en absoluto. Dicen que hay trenes que solo pasan una vez en la vida, pero no hay más que ir a cualquier estación para darse cuenta de que los trenes están pasando todo el rato. Es un poco como cuando terminas de comer y sientes que todavía tienes hambre. Basta con dejar que transcurran un par de minutos para que esa hambre desaparezca. Entonces descubres que tal vez no era tanto hambre como gula.
El FOMO, de las siglas “Fear Of Missing Out”, se traduce en castellano como el miedo a perderse algo, a estar fuera. La expresión describe una nueva forma de ansiedad, la necesidad apremiante de estar conectados surgida tras la popularización del móvil y las redes sociales, pero en realidad no es nueva. El FOMO no es más que la manifestación moderna de algunos miedos antiguos: a sentirnos excluidos, a perdernos experiencias.
“El FOMO es la manifestación moderna de algunos miedos antiguos: a sentirnos excluidos, a perdernos experiencias”.
Tiene mucho que ver con la adicción al uso del móvil. Es difícil ser conscientes del tiempo que pasamos con el teléfono, y ni siquiera de los intervalos brevísimos de tiempo que transcurren entre consulta y consulta, a menudo sin una intención concreta, casi como en una compulsión. En mayor o menor medida, todo el mundo sufre FOMO. Ya no es solo el adolescente descarado que se pone a mirar el móvil en la mesa, es la hermana mayor, es el padre y si te descuidas también la abuela.
Nos sentamos en un bar sin apartar la vista del móvil. Consultamos las últimas publicaciones mientras esperamos a que el semáforo se ponga en verde. Perdemos la noción del tiempo haciendo scroll en Instagram cuando solo queríamos consultar en Google un dato del libro que estábamos leyendo. Por el tipo de cosas que suelen compartirse en las redes, basta un vistazo por encima para pensar que todo el mundo tiene una vida más interesante, lo que refuerza la idea de que nos estamos perdiendo cosas.

El ágora digital nos ha dado la oportunidad de tener una conversación casi permanente sobre las cosas que nos gustan, la posibilidad de comunicarnos con personas afines. Yo he conocido gracias a internet a mucha gente interesante que me ha descubierto libros, series, películas, artículos, discos, conciertos. Me he sentido acompañado por haberlos encontrado. Pero las oportunidades dejan de serlo cuando empiezan a parecerse a las obligaciones. Como cuando una persona amable revela un día un gesto sombrío.
El FOMO no es una broma: puede llegar a generar depresión y ansiedad. Estamos constantemente dirigidos a las novedades, a las notificaciones, a las interacciones, a la dopamina que llega a través de los refuerzos positivos de los likes, los comentarios y los mensajes, por los que se puede acabar generando una suerte de dependencia. Como los futbolistas sin talento que insisten en perseguir balones perdidos de antemano para recibir el aplauso de la grada. Algo no funciona bien en nuestras sociedades -y en nuestras vidas- cuando a lo único que aspiramos es a la desconexión.
“Escucho a personas inteligentes decir que “llegan tarde” a un libro o a una película, pero es mejor darse de bruces con lo asombroso que acosarlo y perseguirlo: en el segundo caso intentará escapar”.
Escucho a personas inteligentes decir que “llegan tarde” a un libro o a una película que quizás tienen un par de meses. En el fondo sabemos que nunca se llega tarde a ninguna parte. Que leímos algunos de nuestros libros favoritos siglos después de que se publicaran. Que nuestras películas preferidas tienen veinte o treinta años. Lo asombroso está a la vuelta de la esquina, y es mejor darse de bruces contra ello mientras caminas distraído, que acosarlo y perseguirlo corriendo detrás de él con un palo, porque en el segundo caso lo normal es que lo asombroso intente escapar.
Desde hace unos meses yo practico un antiFOMO consciente y combativo, que es un poco el placer salvaje de perderme cosas, de dejarlas pasar no solo sin culpa sino con alegría. Y recomiendo la experiencia. Ahora duermo a pierna suelta mientras veo pasar los trenes. El miedo es una sensación natural, y hasta buena, en la medida que nos permite mantenernos alerta y ponernos a salvo.
Pero en la superación del miedo hay algo demasiado placentero como para no intentarlo. Al fin y al cabo, solo hay una sensación peor que la de pensar que deberíamos haber salido, y es la de saber que nos teníamos que haber quedado en casa.