El joven músico británico debuta con un espectacular álbum que aúna lo mejor de casi todas las músicas de baile que han partido la pana en el Reino Unido – y media Europa – en las últimas dos décadas.
Algún día alguien debería describir en qué forma el pop electrónico en el Reino Unido ha ido trazando un relato en los últimos veinte años. Un continuum en el que las nuevas tendencias, las nuevas formas de hacer música y las sucesivas sensibilidades se han ido sucediendo sin interrupciones generacionales, desde la explosión de la cultura de club en los 90 hasta ahora. Algo que continué la labor que levó a cabo el periodista Simon Reynolds en su libro Energy Flash. Un viaja a través de la música rave y la cultura de baile (Contra, 2014), y con una buena playlist para ilustrar.
El garage, el two step, el grime o el dubstep han sido algunos de estilos que, emergiendo del underground, de los suburbios de las grandes ciudades, de las estrecheces de los pisos de los council estates, han ido – poco a poco – conquistando sus listas de éxitos, y de paso colonizando culturalmente a gran parte del planeta pop. Son los génros musicales que Han sido los altavoces de su juventud durante dos décadas.
Desde The Streets, MJ Cole o Craig David a Bicep, pasando por Burial, Skepta, Disclosure, The xx, James Blake, Jamie xx o apéndices de otras latitudes pero con una sensibilidad común, como Caribou, The Blaze o For Those I Love. Es música pensada para bailar, pero también para sentir, para pensar, para conjurar esa combinación de vitalidad y congoja, de euforia y melancolía, que siempre ha definido a gran parte de la mejor música popular de los últimos tiempos.
La música de Fred Again… recoger toda esa herencia que va desde The Streets o Craig David a Bicep, pasando por Burial, Skepta, Disclosure, The xx, James Blake o Jamie xx.
Es música también hecha como ensalmo escapista, como pócima ensoñadora que se revela en perfecto animal de compañía en tiempos inciertos como los que vivimos. Beats repetitivos, sincopados, al servicio de melodías preñadas de sensibilidad. Cortes concebidos para hacernos soñar. Para volar con la imaginación. Sin duda.
Uno de los últimos grandes eslabones de esa cadena es Fred Gibson, el joven de 26 años que se oculta tras la marca Fred Again… Sí, así, con los tres puntos suspensivos al final. No es una errata de edición nuestra. Como productor ya había trabajado al servicio de Stormzy, Ed Sheeran, The xx, Underworld o FKA Twigs. Buen currículo para su juventud, desde luego.
Contaba, además, con el aval de ser uno de los músicos favoritos – recientes, claro – de Brian Eno. Pero no se había decidido a dar el gran paso: publicar un disco a su nombre. Tenía ya un disco anterior, sí, pero era un EP de solo seis canciones. La del álbum es siempre la prueba del algodón.
Hace tan solo unas semanas que ha resuelto esa asignatura, y con una nota excelente. Tuvo que llegar la pandemia, el confinamiento y la reclusión doméstica para que todo ese bagaje acumulado empezara a concretarse en un disco con ojos y cara. Se llama Actual Life (April 14 – December 17 2020), en referencia al lapso de tiempo durante el que fue compuesto, y es uno de los grandes trabajos de pop electrónico de lo que llevamos de este 2021. Tiene todos los números para ser un disco de referencia.
«Actual Life (April 14 – December 17 2020)» tiene todos los números para ser uno de los discos de pop electrónico de referencia en 2021.
La solidez de su fórmula, su gran poder de seducción, tiene mucho que ver con su exhaustivo conocimiento y su forma de absorber y luego destilar las mejores lecciones del r’n’b, del two step, del grime o del dubstep, sino también con su dominio de sampler y su proyección en las redes sociales, especialmente en instagram, donde acumula a la mayoría de sus seguidores y desde donde ha ido emitiendo sus fascinantes sesiones en directo desde su piso londinense, con el Támesis al fondo. No os perdáis la que reproducimos al final de esta entrada.
Fred Gibson demuestra ser un consumado alquimista, pese a su juventud. Un músico omnívoro que se alimenta de toda clase de estímulos sonoros, de una miríada de voces ajenas (a veces son poemas, a veces son fragmentos de conversaciones cazadas al vuelo) y de una capacidad extraordinaria para conjugar diferentes estructuras rítmicas con patrones melódicos elegantes, con un poder de ensoñación líquida, de ternura casi indefinible, de hechizo fragmentario, que casa a la perfección con la esencia de nuestro tiempo.