26 veranos después se recrudece el enconado duelo entre los hermanos Gallagher y la banda de Damon Albarn, gracias a una final que enfrentará por primera vez en la cima europea a sus dos equipos, Manchester City y Chelsea FC.
Carambolas del destino. ¿Quién iba a pensar, en 1995, que el Manchester City y el Chelsea FC llegarían a enfrentarse en toda una final de la Copa de Europa? Ambas eran las escuadras predilectas de dos grupos que escenificaron, durante el fin del verano de aquel año, el máximo punto de rivalidad del brit pop: Oasis y Blur.
Sus equipos de fútbol eran entonces prácticamente irrelevantes en las competiciones internacionales. El City había ganado una Recopa en el remotísimo 1970. El Chelsea, curiosamente, la logró justo al año siguiente, 1971. Y desde entonces, tendrían que pasar 27 años más – 1998 – para repetir título. La Liga de Campeones parecía una quimera para ambos en los noventa. Ambos se la disputan, por primera vez entre ellos, el 29 de mayo en Estambul. Dentro de tres semanas.
¿Quién podía pensar en 1995, cuando Oasis y Blur se disputaban el cetro del «brit pop», que sus equipos de fútbol se jugarían toda una Copa de Europa a una sola carta?
Aquel enfrentamiento entre la banda de los hermanos Gallagher y la de Damon Albarn, alimentada por la prensa británica del momento, fue siempre un juego de tópicos que tenía, tampoco lo podemos negar, una base razonable. Y que incluso entre sus equipos de fútbol tuvo un cierto reflejo. La dicotomía entre centro y periferia. Entre sur y norte. Entre capital y provincia. Entre opulencia y pobreza. Una dualidad que también explica algunas de las grandes quiebras visibilizadas por el Brexit.
Era la contraposición entre el orgullo proletario del norte, personificado en Oasis y en cualquier supporter del Manchester City, frente al acento cockney (impostado, según muchas malas lenguas) de esos pijos londinenses que aparentaban ser Blur, seguidores acérrimos de un Chelsea FC que ya empezaba a amasar un presupuesto con el que los citizens mancunianos no podían ni soñar: casi cinco millones de libras de la época, todo un récord para ellos, se gastó el club de Stamford Bridge en contratar al italiano Di Matteo.
Contaban ya con leyendas como Mark Hughes y Ruud Gullit. Mientras, un City sin oropel alguno en su plantilla enfilaba el despeñadero que le llevaría a descender de categoría en 1996. El contraste de estereotipos estaba servido.
Curiosamente, si hablamos de números y ganancias, fueron los «pobres» quienes acabaron por imponerse a los «ricos». «Roll With It» de Oasis y «Country House» de Blur competían – sin ser, ni de lejos, las dos mejores canciones de sus repertorios – en septiembre de 1995 por ganar el favor del público. Del primero se vendieron 600.000 copias. Del segundo, 540.000.
Y respecto a los álbumes cuyo contenido precedían, también Oasis salieron vencedores: de What’s The Story, Morning Glory?, segundo largo de los Gallagher, se vendieron 23 millones en todo el mundo (es el tercer disco más vendido en la historia del Reino Unido), mientras que de The Great Escape, que era el cuarto de Blur, apenas rebasó el millón. Una auténtica paliza, en términos deportivos.
La batalla de discos, en términos de ventas, la ganaron Oasis, y de paliza.
La rivalidad entre ambos no dejó de ser, en todo caso, tan artificial como la que se procuró entre los Beatles y los Rolling Stones durante la década de los sesenta. Otra disyuntiva entre el norte y el sur. Entre chicos de extracción humilde y estudiantes de escuela de arte. Entre lo espontáneo y lo adulterado.
Y simplificar la realidad hasta esos extremos puede – podía, vaya – servir para vender muchos semanarios musicales (recordemos que entonces el New Musical Express y el Melody Maker tenían tiradas astronómicas, e internet apenas era un rumor que, a nivel usuario, utilizaban cuatro frikis), incluso para obtener muchas votos en una campaña electoral (ya lo estamos viendo en los últimos tiempos), pero no para describir fielmente una realidad social y musical en toda su dimensión.
Oasis eran deslenguados, desafiantes, chulos, disruptivos. Y quien tuvo, retuvo: basta recordar el pollo que un ebrio Liam Gallagher montó en el Santiago Bernabeu hace nueve años en un partido de su City. Acabó de patitas en la calle. Blur siempre tuvieron todo el aspecto de chicos buenos de clase media, juguetones, traviesos pero poco alborotadores, socialmente inofensivos. Pero, musicalmente, siempre brindaron una propuesta mucho más rica y diversa que la de los Gallagher.
Oasis se inspiraban en T Rex, en Led Zeppelin, en los Stones y – descaradamente – en los Beatles. Y se les apagó la mecha tras sus dos primeros discos. A partir del tercero, todo fue pura rutina. Y por su cuenta, el interés no dejó de ser muy variable. El discurso musical de Blur fue siempre mucho más ancho: del sonido Madchester a la herencia de los Kinks, para luego trazar esa especia de enciclopedia del pop británico que fue Parklife en 1994 (vodevil, synth pop, disco music, canción melódica) y acabar aproximándose a las hechuras del lo fi y el indie rock norteamericano e incluso a los sonidos africanos. ¿Recordáis «Song 2»? Pocos han fusilado mejor a los Pixies. Por no hablar de la inquieta e inagotable trayectoria de Albarn en solitario o con cualquiera de sus proyectos (Gorillaz, Mali Music).
Más allá de las ventas, la carrera de Blur y de Albarn en solitario siempre fue mucho más inquieta, rica y diversa que la de los Gallagher en cualquiera de sus versiones.
En términos futbolísticos, sin embargo, sus equipos sí que han ido pareciéndose. Cada vez más, aunque sea partiendo desde estilos de juego distintos. Hace ya años que no hay espacio para el agravio comparativo: tanto el City como el Chelsea están en manos de propietarios millonarios. El magnate ruso Roman Abramovich y el jeque Mansour bin Zayed bin Sultan Al Nahayan, de Emiratos Árabes. Son dos de los clubes más poderosos del mundo.
Pero incluso desde sus presupuestos estéticos, que tan lejanos parecían cuando Guardiola llegó para instaurar su tiqui taca desde la posesión y el juego de ataque como máxima divisa, y Mourinho seguía erre con erre con su blitzkrieg físico, en el que la velocidad, la especulación en función del rival y el poderío atlético eran valores poco negociables, también se han ido acercando. Pep lleva años gastándose una millonada en atornillar una defensa de garantías, y el alemán Thomas Tuchel ha logrado últimamente que jugadores tan de fantasía como Mason Mount o Christian Pulisic estén dando lo mejor de sí mismos.
Ambos sin renunciar a sus principios, tal y como Noel y Liam Gallagher o Damon Albarn vienen haciendo con sus carreras musicales, publicando nuevos trabajos en los que aún conviven nuevos brotes de inspiración – lo último de Liam es sorprendentemente solvente – con unas cotas de innovación que varían, en función de sus posibilidades.
Será divertido seguir sus redes sociales el próximo 29 de mayo. Seguro.