¡Mússica!
  • Tienda
  • Playlist
  • Discos
  • Cultura
  • Gen Z
  • Firmas
    • Carlos Pérez de Ziriza
    • Pucho
    • Abraham Boba
    • Xacobe Pato
    • Ricardo Lezón
    • Pablo de Haro
    • Arantxa Iranzo
  • Entrevistas
  • Contacto
Sin resultados
Ver todos los resultados

No hay productos en el carrito.

¡Mússica!
  • Tienda
  • Playlist
  • Discos
  • Cultura
  • Gen Z
  • Firmas
    • Carlos Pérez de Ziriza
    • Pucho
    • Abraham Boba
    • Xacobe Pato
    • Ricardo Lezón
    • Pablo de Haro
    • Arantxa Iranzo
  • Entrevistas
  • Contacto
Sin resultados
Ver todos los resultados
¡Mússica!
Sin resultados
Ver todos los resultados

Las voces contadas, con Anari

Ricardo Lezón
10 de marzo de 2022
Cultura, Las voces contadas
144
REDES
2.4k
LECTURAS
FacebookTwitterWhatsApp

Ricardo Lezón charla, largo y tendido, con la cantante y compositora guipuzcoana sobre el arte y la vida. El suelo que ella pisa no resbalará nunca, nos dice.

Hace mas de un año, en mitad de la pandemia, mientras buscaba con la guitarra canciones para el disco que Jimi Limousin y yo teníamos en la cabeza y entre las manos, encontré una que comenzaba diciendo “las últimas luces de un día de marzo se deslizan suaves por un muro limpio y claro”. Y me pasó algo que no me había ocurrido nunca, y es que casi de inmediato supe que no la iba a cantar yo, y que iba a ser en euskera.

Con esas dos ideas tan claramente decididas, lo siguiente que me vino a la cabeza fue Anari. Hay artistas con quienes sientes una cercanía que va más allá de hacer una música que camina por el mismo sendero o de la seguridad de compartir referentes, incluso más allá de la admiración.

Adivinas en ellos tu propia manera de entender y vivir todo esto de hacer canciones, y no solo no encuentras duda alguna en poner tu canción en sus manos, sino que lo haces con la ilusión y la seguridad de que será vivida y tratada como tú quieres y de que el camino hasta que esté terminada será algo enriquecedor y gozoso.

“Hay artistas con quienes sientes una cercanía que va más allá de hacer música por el mismo sendero, de compartir referentes o de la admiración: Anari es de ellas”.

También puede pasar que tu percepción acabe siendo equivocada y no sea así. Yo la tenía con Anari y no era equivocada. Terminé la canción, mi amigo Peru me la tradujo al euskera y unos días después, Jimi y yo estábamos en Bonberenea, el viejo caserón tolosarra donde Karlos “Txap” Osinaga, de Lisabö, capitanea el estudio desde donde tantos y tan importantes discos han salido. Nunca había hablado en persona con Anari hasta aquel día: la había visto algunas veces en directo pero jamás habíamos cruzado una palabra.

Allí cruzamos muchas. Hoy las cruzamos todas. Después de varios intentos conseguimos vernos a través de la pantalla y, como buena profesora, es ella quien comienza preguntando.

“Uno de mis temas, de los que me apetecía hablar contigo, es Nick Cave, del disco No More Shall We Apart (2001). Vi que lo elegías como disco de cabecera para una exposición fotográfica y desde entonces he querido que hablásemos de esto. A mí es un disco que cuando lo escuché me llevé un gran fracaso: es donde Cave vuelca todas las canciones al piano y recuerdo que estaba en Mutriku escuchando el primer single mientras comía el bocata de mediodía entre clase y clase”.

“En el coche, mirando al mar, pusieron la canción en Siglo XXI, creo recordar que era “As I Sat Sadly By Her Side”, y no me gustó. Yo estaba en los discos guitarreros con Blixa (Bargeld) y de pronto, con todos aquellos pianos me quedé muy decepcionada. De todos modos, fui a verle a Madrid, a La Riviera, y acabe gritando “Oh My Lord, Oh my Lord”. Con el tiempo ha llegado a ser posiblemente mi disco favorito de Nick Cave”.

“Yo estaba en los discos guitarreros de Nick Cave y con todos aquellos pianos de “No More Shall We Part” me quedé muy decepcionada: con el tiempo ha llegado a ser mi favorito”.

“Lo que quería proponerte es hablar sobre esto. Yo ahora que estoy entre disco y disco me pierdo, me creo que soy capaz de hacer veinte clases de discos, me olvido de que no soy capaz y después tengo que ir cerrando una a una las posibilidades para al final aceptar que puedo hacer pequeños cambios, pero que todos mis discos son casi iguales”.

“Me entra el síndrome de la peluquería: te cortan cuatro centímetros de pelo más y crees que has cambiado radicalmente, pero nadie se da cuenta más que tú. Además, en relación al público, sabes que quien te escucha siempre está esperando que hagas el disco anterior y tú necesitas hacer el siguiente. En definitiva, es hablar sobre el riesgo. ¿Cómo vives esto del disco a disco? ¿Como luchar contra la sensación de estar repitiéndote?”.

Esto es empezar fuerte: hablar del miedo a repetirse, que va íntimamente ligado al síndrome del impostor tan famoso o a ese otro de pensar que ya has hecho lo mejor que podías hacer: es algo agobiante y que muchas veces es el camino directo al bloqueo, pero también el de la felicidad de haber sido capaz de vencerlo y comprobar que se es capaz de seguir haciendo cosas de las que sentirse satisfecho. 

“A mí el Nick Cave que me gusta es el del piano”.

A mí el Nick Cave que me gusta es el del piano. De hecho, suelo bromear con un amigo muy fan, y siempre le digo que cuando coge la guitarra yo salgo corriendo. Nos reímos de la manera que cada uno ha llegado a ese disco y hablamos de los siguientes y de más discos en los que nos encontramos y que han sido y son importantes para los dos. Y comprobamos lo que ya sabíamos: que estamos muy cerca. De Thalia Zedek, de Howe Gelb, de Sonic Youth y todos aquellos grupos que íbamos descubriendo y metiendo en la coctelera y de cómo ahora la sensación es la contraria, la de que siempre llegamos tarde a cosas que no sabíamos ni que existían.

“Ayer estuve viendo la entrevista de Jordi Évole a Morad, que me gusto muchísimo. Que apolítico era su discurso y qué política toda su intimidad. Al comienzo del programa entrevistaron al periodista Nando Cruz, que es de nuestra época, y decía que le habían llamado para hablar de Morad y que él no sabía quién era y, al buscarlo en internet, había visto que tenía millones de reproducciones en youtube. Yo tampoco le conozco de nada, y me quedé alucinada pensando en la desconexión: de este rollo conozco a Yung Beef, y punto”.

“Hemos crecido en la época de “Rockdelux”, de cuando mirábamos las listas para descubrir cosas, y recuerdo un año en el que abrí la revista y leí que el mejor disco nacional era de PXXR GVNG, y pensé, ¿qué es esto?”.

“Hemos crecido en la época de Rockdelux, de cuando mirábamos las listas para descubrir cosas, y recuerdo un año en el que abrí la revista y leí que el mejor disco nacional era de PXXR GVNG, y pensé, ¿qué es esto? Y busqué en youtube y al ver y escuchar hablar a Yung Beef y compañía, allÍ es cuando pensé, “joder, soy una señora” (risas)”.

“Acto seguido, me di cuenta de que eran los Wu Tang Clan, los Public Enemy que oía con la distancia de no entender las letras, pero hecho aquí. El problema es que les entendía. Salvando el dolor del género,  pensé que estaba bien, que así debe de ser, que es como el nuevo punk y que para que el mundo siga siendo mundo las cosas deben romperse por algún sitio, y el hecho de que yo no lo entienda o me den incluso miedo sus pintas y sus formas es lo que fue La Polla Records para nuestros padres. Esa distancia es la prueba de que lo están haciendo bien. Si lo entendiese, sería que algo falla. Tiene que existir ese crack “.

“Que apolítico era el discurso de Morad y qué política toda su intimidad“.

Muy de acuerdo con todo. También siento que esa distancia es algo vivo, y la naturalidad con la que brota -en realidad siento más susto por las formas y pintas que por el fondo- , que sigue siendo el desencanto. Un desencanto actualizado, y seguramente ampliado, pero desencanto al fin y al cabo. ¿Dónde nos quedamos nosotros, entonces?

“Nosotros nos quedamos en el lado acústico, melódico, y en el lado de donde venimos. Morad en su respuesta a la última pregunta, la de si no fuese cantante qué sería, responde que intentaría ser bueno en lo que tuviera que ser: si tuviera que robar, pues intentaría ser un buen ladrón. Una gran respuesta. Esa es una opción que nunca ha estado en nuestra vidas, por suerte. Nosotros ya somos viejos y venimos de una clase y de una tradición musical que, según muchos, ya está terminando, que es el rock.  Somos el último continente (risas)”.

“Yo en clase de literatura siempre les digo a los alumnos que solo hay dos movimientos: cada generación se carga a la contemporánea y ensalza a la anterior, un poco “kill your idols””.

“Yo en clase de literatura siempre les digo a los alumnos que solo hay dos movimientos, unos llevan pitillos y otros pata ancha, empiezan los románticos y los de antes siempre eran una mierda, cada generación se carga a la contemporánea y ensalza a la anterior, un poco mata a tu padre, un poco kill your idols y your idols son los que están pegados a ti: se niega lo inmediatamente anterior. Pitillos y pata ancha cíclicamente, excepto los rockeros, que siempre vestimos igual. Nosotros estamos ahí, estamos más unidos a un mundo anterior y el de ahora nos rechaza, el siguiente nos volverá a querer. Llegará un mundo que rechazará el Instagram y volverán a escuchar nuestros vinilos, así que tranquilo” (risas). Y me tranquilizo (risas).                 

Me gusta cómo lo cuenta, sin preocupación y desde una lucidez positiva, y yo le digo que me gusta estar ahí, y también ver lo feliz que me hace cuando veo a jóvenes venir a vernos. La sensación que me da de haber hecho algo resistente y duradero. Y que esa es la manera de convencerte de que has hecho algo bueno y válido, no en términos de calidad sino de utilidad. Eso, unido al disfrute del viaje, de la compañía y del camino, es lo único importante.

“Me hace feliz ver a jóvenes en nuestros conciertos, la sensación de haber hecho algo resistente y duradero, convencerte de que has hecho algo bueno y válido, no en términos de calidad sino de utilidad”.

“Yo hice Zure Aurrekari Penalak (2015), que es seguramente el disco más viejuno y existencial que podía haber hecho, y ver que enganchaba a veinteañeros, más allá de ser una señal pésima del mundo, pensé que esto ahora no me toca, pero me hizo muy feliz. Para mí también el camino ha sido brutal, con la banda que también son grandes amigos: haberlo hecho con Bidehuts, con gente de Lisabö y tal, en nuestro micromundo euskaldun, haber hecho algo autogestionado, autoeditado”.

“Para mí, el camino ideológico dentro de la música ha ido muy unido a mi camino artístico. Hemos tocado mucho en gaztetxes, en pequeñas radios, y ahora también en el Teatro Victoria Eugenia. A mí me pasa ahora que tengo ese bagaje, que vengo de ahí, de tocar frente a muy poca gente, en sitios muy pequeños, y las personas jóvenes que vienen ahora a verme no saben de eso, y creen que siempre ha sido como ahora: no conocen de mis orígenes y mi camino hasta aquí. Soy un poco Kaurismäki, una mujer sin pasado. Desconocen el contexto, y eso me desconcierta”.

“Soy un poco Kaurismäki, una mujer sin pasado”.

Y este es otro lugar en el que nos encontramos. Quizás viene de compartir una idea de éxito que no tiene nada que ver ni con el lugar donde tocamos ni con el número de gente que viene a vernos. Tiene que ver con otras cosas más íntimas y complejas de explicar. Puede que el ser autodidactas o el haber tenido unos comienzos que surgían más del impulso y las ganas que de un aprendizaje, nos haya hecho vivir todo esto desde una auto exigencia mas benévola.

“El no saber tocar me hizo crear desde el principio. No podía tocar versiones, porque no sabía tocar la guitarra ni cantar. El virtuosismo con la guitarra nunca me ha obsesionado. Toda mi discografía está hecha sobre pocos acordes mayores y menores pero, la verdad, no echo nada de menos. Hice un aprendizaje básico de solfeo y año y medio de piano: el resto lo aprendí tocando con amigos, al principio la batería y después poco a poco aprendiendo la guitarra”.

“El no saber tocar me hizo crear desde el principio: el virtuosismo con la guitarra nunca me ha obsesionado”.

“Antes de la pandemia me rompí la tibia y el peroné, y decidí dedicar aquel tiempo de recuperación a aprender a tocar con el piano las canciones de Mikel Laboa, aunque solo fuesen los acordes mayores y menores, los que domino con la guitarra. Tuve un profesor muy joven y muy músico, que era capaz de explicar las canciones de forma matemática, científica, donde todo encajaba y tenía un sentido en el que yo nunca había reparado, pero a mí me sigue gustando más la sorpresa”.

La conversación avanza sola, fluida y curiosa, por campos reconocidos e importantes para nosotros. Es bonito comprobar que alguien a quien admiras comparte inquietudes artísticas y también mundanas como el miedo a volar.

“Ahora estoy aprendiendo a disfrutar un poco, siempre ayudada por medio orfidal, a veces no se elevan tanto y si se ve el suelo y se reconocen las casas… sufro menos, cuanto más reconocible es el porrazo que te vas a dar, menos miedo me da (risas)”.

De la ITV y la obsolescencia programada y de los campos de Olite de donde viene su familia materna. Allí, en Olite, se quiere instalar una pequeña temporada para dedicarse a escribir, y también en eso coincidimos, porque ambos estamos en ese punto de centrarnos en la escritura.

“Se escribe con el culo, siempre digo eso a mis alumnos: sentada y dedicándole mucho tiempo”.

“Estoy escribiendo este año. No sé muy bien lo que es. Escribo en prosa, extenso, muchas veces después arranco trozos de este texto, ideas que estén dentro del texto y las convierto en canción, esa es mi manera de escribir. Ahora estoy escribiendo un todo y parte de un texto que escribí a mi padre que murió muy joven y que no es cantable, no sería capaz de hacerle una canción a mi padre, no creo, no en este momento”.

En eso no coincidimos (risas).

“Ese texto fue creciendo y el año pasado cogí dos meses de permiso y escribí todo lo que tenía dentro, y ahora estoy tratando de ordenarlo. Siempre he escrito en prosa y luego he jibarizado extensos textos en breves canciones. Ahora estoy dejando que se extienda. No sé qué saldrá. Esto es otra envergadura, nada que ver con las canciones”.

Escribir requiere una serie de herramientas diferentes, un orden y una paciencia, una claridad y un sentido diferente.

“Se escribe con el culo, siempre digo eso a mis alumnos: sentada y dedicándole mucho tiempo, y a mí eso me cuesta mucho, porque enseguida quiero irme al monte a pasear, me disperso. La canción es más benévola con los dispersos”.

“Antes de la pandemia me rompí tibia y peroné, y dediqué tiempo de recuperación a aprender a tocar al piano las canciones de Mikel Laboa”.

“Ronda también la propuesta de publicar un libro con las letras de las canciones, es algo que me produce un poco de desazón porque te queda la sensación de que si reúnes ahora tus letras, ¿dónde se quedaran las que vienen después, no? Es algo como más entendible para una obra acabada, y la mía aún no lo está: eso espero, aunque por otro lado, en estos tiempos de streaming cobra más sentido, porque la gente no compra en formato físico”.

A mí, los libros con las letras de un músico nunca me han atraído demasiado. Me gusta leerlas en el disco, en vinilo a poder ser, mientras suenan. Es cierto que, al separarlas de la música, crecen o disminuyen o florecen o se apagan o pueden sostenerse o se caen, pero me resulta difícil y poco atractivo hacerlo así. Hablamos de letras, de escritura, de oralidad y poesía

“Me interesa mucho el tema del prestigio del escritor y del cantante, aquella ya vieja polémica del Nobel a Bob Dylan. Me ha gustado mucho el capítulo del libro de Irene Vallejo, El infinito en un junco (2019), la historia de la escritura, en el que trata este tema. Creo que muchas veces se pide, a quien se aprecia como buen escritor/a de canciones, que escriba un libro para poder valorar su obra literariamente. Como si todo lo que se escribe fuera bueno. Ahora que no nos lee, creo que Nick Cave ganaría mucho si no hubiese escrito esos horribles libros. La elipsis y la brevedad de una canción, creo que normalmente nos salvan más que condenarnos…”.

“Creo que Nick Cave ganaría mucho si no hubiese escrito esos horribles libros”.

“Llevo un tiempo dándole vueltas al hecho de intentar despoetizar las canciones: no es un halago que me digan que mis canciones son poemas. Lo que cada uno entiende por poema es otra historia. Cuando oigo eso, siento que el poema queda por encima de la melodía y yo creo que la canción es canción cuando existe una simbiosis entre melodía y letra”.

¿Y como arreglamos eso?. “Estoy siguiendo la intuición de escribir letras tal y como lo dirías hablando, acercarme a la oralidad. Por ejemplo, “La distancia del lobo” igual sí la podrías decir en un bar, pero muchas otras canciones no. También me da miedo caer en una cierta pedantería. Esto son etapas, y ahora estoy en esta intuición: después puede que cambie, seguro… “.

Estaría hablando de esto durante décadas. De hecho, llevamos casi toda la mañana y es algo enriquecedor, eso de tener la sensación de que lo que escuchas y dices van a desbocar en algo, que no se va a quedar dando vueltas hasta disolverse. Hablando de letras, llegamos a nuestra admiración por Nacho Vegas, escritor monumental. Hablamos también del peligro de deslizarte hacia lo que no eres, de lo importante que es que lo que cuentes sea cierto: la manera se puede cambiar, discutir, explorar, pero el fondo no puede ser resbaladizo. Y de ahí nos vamos a la eterna tristeza que nos colocan siempre.

“En la canción “Epilogoa” -perdón por la auto cita- , clasifico mis canciones como un producto de la industria de la tristeza, junto a las películas de Haneke, los ansiolíticos o los médium. Todo son estrategias para liberarnos de la opresora melancolía burguesa”.

“En la canción “Epilogia” clasifico mis canciones como un producto de la industria de la tristeza, junto a las películas de Haneke, los ansiolíticos o los médium”.

“Siento que llevo toda la vida defendiéndome de la acusación de escribir canciones tristes, asumo la culpa. Pero no en el sentido en el que te lo dice alguien como “no puedo escucharte, tus canciones me deprimen”. Bueno, pues no las escuches. Y por cierto, igual hay una parte que es tuya en esa sensación. Es un tema interesante. Y cíclico en el mundo del arte. Como el compromiso social, político o la belleza por la belleza. El hecho de que tachen de lo mismo a artistas a los que admiro, como tú o Leonard Cohen, me refuerza en mi postura (risas)”.

Me gustan mucho los discos de Anari. El último elepé, Zure Aurrekarri Penalak (2015), es magnifico. “En él está la canción en la que ahora mismo, que estoy escribiendo, más me reconozco, la más cercana a la simbiosis de la que te hablaba antes: melodía, armonía, discurso… “Luizia” es, sin duda, la canción en la que más me he acercado a ese equilibrio”.

Pero quiero hablar con ella de Habiak (2000), un disco que ya tiene la friolera de 22 años, que visito muchas veces para encontrar cómo esa rabia intransferible y personal se esparce de otra forma, envuelta en una calma que me encanta y que seguro que también encantaría a Stuart Staples y sus Tindersticks: un disco precioso en el que está “Zubiak”, una canción especial para mí.

“”Habiak” (2000) es un disco que visito muchas veces para encontrar cómo esa rabia intransferible y personal se esparce de otra forma, envuelta en una calma que me encanta y que seguro que también encantaría a Tindersticks”.

“Es curioso que me hables de ese disco: tengo con él una relación complicada, nada fácil. Durante mucho tiempo he estado enfadada con él y desde hace poco empiezo a reconciliarme. Hablábamos de tristeza, y este disco es una cosa curiosa, porque lo hice en una época muy feliz de mi vida y desde allí escribí el disco más triste de mi carrera. La tristeza como ejercicio estético. Que me transportaba a una especie de impostura cada vez que lo escuchaba. Los violines, la melancolía se me atravesaban. Ahora, desde la distancia, incluso soy capaz de volver a escucharlo y apreciarlo”.

¿Y aquella tristeza impostada se parecía a la real que llego después? “No sabría decirte (risas). Cuando todo se rompió, decidí no dedicar ni un minuto a cantar sobre el daño que sentía: de repente esa canción que tanto me gustaba, “Ne me quitte pas”, de Jacques Brel, me pareció la canción más cutre del mundo (risas). El primer verso que escribí para el disco desde la tristeza real, aunque me haya caído he caído para arriba, como los peces cuando mueren flotan. La gran lección fue que tenía que escribir desde la verdad. Sea triste o no”.

Lezón & Limusin con Anari y Karlos Osinaga, cuando grabaron juntos en el estudio Bonberenea.

En el proceso de perfilar “Martxoko argiak”, de saber en qué formato la íbamos a cantar, qué parte cada uno, en qué idioma cada uno, en repasar la traducción para que cuadrasen las muchas variantes que tiene un idioma tan bravo como el euskera, Anari y yo tuvimos conversaciones muy interesantes. No tengo la suerte de hablar euskera, e ir descubriendo sus giros me hizo sentir aún más envidia por quienes lo dominan.

Finalmente convencí a todos de que podía cantarla. Creo que nunca he tenido más ganas de cantar una canción. Pero era comprensible que dudasen de mi pronunciación. No sé cómo lo hice, pero les convencí y la canté, y estoy muy orgulloso y feliz de cómo ha quedado; siento de verdad que es una de las canciones más bonitas en las que he participado. Y tengo muchas ganas de que empiece su camino.     

“Tuve tiempo de darle un abrazo a Anari y comprobar, otra vez, que el suelo que pisa no resbalará nunca”.

También guardo como un tesoro aquel día en Bonberenea: las risas, las ganas, la ilusión, la certeza de haber acertado y de que ya solo por pasar aquellas horas juntos, “Martxoko Argiak” ya es un hit.

El sábado pasado coincidí con Anari en el Palacio Euskalduna. Ella daba un concierto acústico y después nosotros tocábamos en una de las salas. Tuve tiempo de darle un abrazo, de volver a repetirle que pronto haremos algo juntos y, lo que es más importante, de escucharle cantar cuatro canciones acompañada únicamente por su guitarra, y comprobar otra vez que el suelo que pisa no resbalará nunca.

(Foto de portada de Anari: Dani Blanco).

Artículos relacionados

Lo que me pasa por dentro

Me gusta Julio Iglesias, por Ana Gea

23 de marzo de 2023
Libros

Los noventa, entre el mundo analógico y el digital

24 de marzo de 2023
Cultura

Por qué vuelve a estar de moda el drum’n’bass

20 de marzo de 2023
Las voces contadas

Las voces contadas con Jorge Martí (y II)

16 de marzo de 2023
  • TIENDA
  • PLAYLIST
  • DISCOS
  • CULTURA
  • GEN Z
  • ENTREVISTAS
  • CONTACTO
Condiciones Generales | Política de Privacidad | Entregas y devoluciones

© 2022 mussica.info

  • Tienda
  • Playlist
  • Discos
  • Cultura
  • Gen Z
  • Firmas
    • Carlos Pérez de Ziriza
    • Pucho
    • Abraham Boba
    • Xacobe Pato
    • Ricardo Lezón
    • Pablo de Haro
    • Arantxa Iranzo
  • Entrevistas
  • Contacto

¡Hola de nuevo!

Entra en tu cuenta aquí abajo

¿Olvidaste tu contraseña?

Crear nueva cuenta

Completa estos campos para registrarte

Todos los campos son obligatorios Entrar

Recuperar tu contraseña

Por favor, introduce tu usuario o correo para resetear tu contraseña.

Entrar