Ricardo Lezón tenía una asignatura pendiente: contar con Ángeles González-Sinde para esta, su sección. La espera para la charla con la escritora y ex ministra de Cultura ha valido la pena. Es un auténtico lujo.
(Foto de portada: GTRES)
Hace unos años me llamaron de la cadena SER para que me acercase hasta la emisora en Bilbao, para cantar una canción en directo en el programa de Carles Francino. Gon y yo fuimos y tocamos «La distancia del lobo», y luego pudimos charlar un rato con Ángeles González-Sinde, quien participaba en el programa. Tengo un bonito recuerdo de aquella tarde. También cantó Miren Iza una de las canciones de Tulsa, y luego Ángeles habló sobre su relación con la música, de cómo había llegado a ella y del lugar que ocupaba en su vida.
Cuando empecé a escribir estas conversaciones para Mússica, tenía claro que quería que estuviese ella. La suerte y el destino han querido, además, que esta conversación haya sido en persona, sin pantalla por medio ya que aprovechamos nuestra presencia en PRESURA, la feria nacional para la despoblación que se celebró en Soria y a la que los dos fuimos invitados para participar en diferentes diálogos. Y en mi caso, para cantar también.
Así que sin comerlo ni beberlo nos citamos en el vestíbulo del hotel y nos fuimos a comer y a beber a Casa Augusto Arranz, en la Plaza Mayor de Soria, recomendación de mi buen amigo Íñigo Romera, gran bajista rockero y amante, como yo, de las tierras sorianas. Frente a una sopa de boletus, unos torreznos y una botella de rosado, retomé aquella conversación sobre cómo llega a la música.
Comencé a trabajar con Gay Mercader cuando tenia dieciocho años. Acababa de volver de Estados Unidos y él necesitaba a alguien que pastoreara a Bob Dylan, que venía a Madrid. Venía con sus hijos, además. Fue majísimo, y la relación tan buena que me invitó después a sus conciertos en Francia. Mis padres me daban permiso para todo, así que fui. Cuando era pequeña, con trece años, mi padre me llevaba a los conciertos al pabellón del Real Madrid. Él se iba a cenar con sus amigos, y después venía a recogerme.
Él comenzó trabajando en RCA. Le gustaba mucho la música, tuvo que ponerse muy joven a trabajar y comenzó siendo vendedor. Después se pasó al cine, pero la música siempre estuvo muy presente y me fomentó mucho la afición. Pero llegué a trabajar con Gay no por él, sino por la hermana mayor de una compañera de colegio que trabajaba en una discográfica.
«Mi padre me llevaba a los conciertos del pabellón del Real Madrid, él trabajó en RCA, aunque no fue por él por quien empecé a trabajar con Gay Mercader».
Comenzar a trabajar acompañando a Bob Dylan no es un mal comienzo. Es difícil no ametrallar a preguntas a quien ha tenido esa oportunidad. Tan difícil que no me contengo, y voy liquidando el rosado mientras le pido que continúe. Quienes más fueron su rebaño, y vinieron muchos, fueron los Ramones, que eran unos señores amables y calladitos; Van Morrison que era un tipo muy desagradable, recuerdo que cuando acabó la gira sus coristas aplaudieron emocionadas de que terminase aquel tormento. Conmigo fue correcto, pero era mucho más divertido acompañar a los Ramones a comprar navajas de Albacete que aguantarle a él. Hubo muchos más: los Judas Priest, Joe Jackson, Sting… Tenía su parte estresante porque había que conseguir que estuviesen a la hora en todos los sitios, ir a buscarles al aeropuerto, hacer el papel de institutriz. Lo conseguí con ilusión, ingenuidad e inocencia.

Debe ser complicado centrarte en una carrera o en la vida en general cuando comienzas a ese ritmo. Estar rodeada de estrellas puede distorsionar muchas cosas, o al menos esa impresión puede dar, sin embargo Ángeles me cuenta que siguió con sus estudios haciendo turnos de mañana y de tarde, compaginándolos con los conciertos por la noche. Estudió Filología clásica, latín, griego y Virgilio por las tardes, y rock por las noches.
«Era mucho más divertido acompañar a los Ramones a comprar navajas de Albacete que aguantar a Van Morrison».
Pero algo me dice que cuando has entrado en el mundo de la música de esa manera, cuesta salir. Ver la vida desde la cercanía de quienes la viven en ese universo de desorden, libertad, creación y tormenta, hace desparecer a los otros. Gracias a los contactos que hice en aquel tiempo, conseguí un trabajo en promoción dentro de WEA y después en un grupo editorial potente, también en promoción, pero no me llenaban. En aquellos tiempos, finales de los ochenta, era más sencillo que ahora poder cambiar de trabajo. Ahora seguramente me habría tenido que agarrar a alguno de ellos.
«Gracias a los contactos conseguí un trabajo en promoción dentro de WEA y después en un grupo editorial potente, también en promoción, pero no me llenaban».
Empecé a hacer colaboraciones en prensa, y eso me acercó a la literatura. Mi padre estaba metido de lleno ya en el cine pero yo eso lo veía muy difícil. De pequeña había querido ser actriz, pero no me admitieron en ninguna escuela, y también descubrí en un taller que allí gritaban mucho a los actores y que les trataban fatal, así que desistí. Mi madre me animó a apuntarme a un master de guion que dirigían Mario Onaindia y José Luis Borau. Fue vital para mí, de allí salieron grandes profesionales. Cuando lo terminé, pedí una beca y me fui a Estados Unidos, tres años al American Film Institute a aprender un poco más, me veía muy verde. En realidad, como ahora, que me sigo sintiendo poco preparada a los 56 años.
Un ritmo vertiginoso, le digo, pero es cierto que entre los datos así expuestos pasan muchas cosas que en las entrevistas no aparecen, y que en muchas ocasiones son mas definitorios y decisivos en cualquier biografía. En medio de todo esto pasaron muchas cosas importantes, murió mi padre, él jamás leyó ningún guion ni vio nada que yo hubiese escrito. En las entrevistas no sale el día a día, todo está bien hilado y suena bonito.
A mí me resulta difícil que nuestra conversación no se convierta en una entrevista. Alguien cuyo primer guion es el de La buena estrella (1997), una de las películas españolas más interesantes que recuerdo, con el que ganó un Goya, o que es finalista del premio Planeta con su primera novela, es alguien a quien es difícil dejar de hacer preguntas. A partir de ahí, todo es cuesta abajo. Reímos sabiendo que no es cierto. ¡Serás tú el que sabes que no es cierto, bribón! Creo que es un síndrome muy común también en la música, el one hit wonder. Si arrancas alto es difícil volver a estar a la altura, sobre todo para ti mismo.
Nunca sabes si fue el azar el que te colocó ahí o tu trabajo. En realidad, las dos cosas, imagino, (porque los premios son una lotería), dependen de tantas cosas, de con quién compites, de quién vota, de muchos condicionantes. Las películas más pequeñas tienen muchas menos posibilidades. El año que ganamos con La buena estrella se cambió el sistema de votación en la Academia: los guionistas votaban el mejor guion y los técnicos de sonido al mejor técnico, y eso daba más posibilidades a las películas pequeñas.

Solo se ha hecho dos veces, y en las dos me fue bien porque gané los dos Goya. Hay gente que es más desconfiada con este sistema, pero yo lo considero más interesante. Como espectadora o lectora, no confío demasiado en los premios como marchamo de calidad. Me fío de otros criterios. Como profesional, en cambio, los premios me parecen fundamentales para la peli o el libro, ayudan a la promoción.
Dejamos los premios y volvemos a la música y al cine como búsqueda de la belleza, que es algo en lo que coincidimos; creo que existe una cierta tendencia por huir de la belleza, hace poco leí la última novela de Sigrid Nunez, en la que habla críticamente sobre esa fascinación por lo terrible. En el cine se encuentra mucho esa ausencia de belleza, ese empeño en la porno miseria, y yo creo que la belleza está infravalorada, y ahora que estamos en esta feria sobre la despoblación y cómo afrontarla desde un equilibrio y una sostenibilidad, que tiene mucho que ver con la sostenibilidad, pienso que la belleza es la armonía, que para que la vida prospere tiene que haber belleza. Amén. Lo bueno de la belleza además es que es subjetiva y está muy repartida. Encuentras belleza en lo más insospechado. Es como la magia o el misterio.
«Creo que existe una cierta tendencia por huir de la belleza, y en el cine se encuentra mucho esa ausencia de belleza, ese empeño en la porno miseria, y yo creo que la belleza esta infravalorada».
La conversación avanza entre el tumulto de un restaurante lleno, cuya banda sonora es el ir y venir de platos, el choque de copas y las risas, y de eso hablamos. De las bandas sonoras, de la importancia de la música en el cine, porque ahora Ángeles habla como la directora de La suerte dormida (2003), película sosegada y dura, de Una palabra tuya (2008) o de El comensal (2022), que es la que ha estado rodando en mi pueblo, Getxo, a escasa distancia del bar en el que trabajo, y que está basada en el libro homónimo de Gabriela Ybarra.
Y hablamos de la importancia de la música en las películas. Yo tengo muchos problemas con la música en las películas. En general, no me gusta demasiado. Me molesta muchas veces. Me parece muy difícil que no resulte invasiva. Anticipa y resuelve. En mi primera película encargué la banda sonora a Miguel Malla, y compuso una maravillosa, pero en el último momento la quité, solo quedó en el principio y en los títulos de crédito.
En cine no poner música parece una especie de suicidio, pero el productor me lo permitió, fue como una declaración de principios. Berlanga no ponía música. Paul Schrader tampoco. Es renunciar a una muleta, a un elemento que se supone que ayuda, que hace que el espectador se emocione más y comprenda mejor, pero yo prefiero que lo haga por lo que ve. Y a mí me viene a la cabeza Manchester frente al mar (2016), la película de Kenneth Lonergan donde la música barroca, creo que de Haendel, aunque no me hagan mucho caso, me sacó muchas veces de la historia, y en otras literalmente me puso nervioso. A mí me encantó. La película y la música. Bingo.

Para no discutir, le cuento la historia de McEnroe con los Goya: resulta que dos de los músicos que colaboraron con nosotros durante un tiempo, Fernando Velázquez y Olivier Arson, ganaron el premio a la mejor banda sonora en dos años distintos. Fernando por Un monstruo viene a verme (J.A. Bayona, 2016) y Olivier Arson por El Reino (Rodrigo Sorogoyen, 2018). Y lo orgullosos que estamos de ellos.
Tengo que reconocer que alguna vez he pensado en McEnroe para hacer la música, de hecho, si quitásemos la voz, sería perfecta. Todo un piropo para el cantante, replico. Bromeo con la etiqueta de tristes que nos ha perseguido y persigue incansablemente durante todo este tiempo. Hay un desprestigio terrible de la tristeza, la principal pega para poder encontrar financiación para El comensal ha sido que la han tildado de triste. A mí vosotros no me transmitís ninguna tristeza. Santi Alcanda tiene una teoría desarrollada sobre que los cantantes del norte cantáis mejor y sabéis tratar bien a la tristeza. Muchas veces se confunde tristeza con languidez. A mí, en muchos momentos tristes de mi vida, este tipo de música me ha resultado terapéutica, me ha ayudado a expresar cosas que no era capaz de hacer.
«Hay un desprestigio terrible de la tristeza, a mí vosotros no me transmitís ninguna tristeza, muchas veces se confunde tristeza con languidez».
Acabamos la comida hablando de Soria, de las aldeas despobladas y sus ritmos lentos y naturales, de la posibilidad de rodar un día una película sobre aquellos días en los que los detalles ocupaban el espacio y formaban el tiempo. Hablamos de la urbanización en la que Ángeles creció, siendo vecina de Aute, por quien ambos sentimos una debilidad parecida. Y después paseamos por las calles de una Soria que sestea, y Ángeles se detiene para sacar una foto a un comercio antiguo, de los de antes, de los que poco a poco van desapareciendo.
Unos días después volvimos a vernos, esta vez separados por una pantalla y echando de menos el bullicio y la cercanía, pero volviendo a esos temas para los que el reposo y el tiempo han hecho florecer más preguntas, a Bob Dylan o a la música y las películas. Ayer volví a ver Plácido (1961) y, como decía Urbizu, el sonido en Berlanga es importantísimo, las cosas que se escuchan, cómo usa el sonido, las texturas que le da el maullido de un gato o a una voz de fondo.
A él le gustaba mucho el montaje y el doblaje, le gustaba jugar con ello, llevar la peli a otro nivel de riqueza en la postproducción. Decía «ahora vamos a hacer que este hable», aunque en el rodaje no lo hacía, pero como está de espaldas metemos una frase: decisiones así añaden capas de significado al plano.

Tambien de La buena estrella, y quiero que me cuente de dónde sale esa historia que a mí tanto me gustó y tanto me sorprendió por original. Echo de menos muchas veces en el cine español encontrar historias que realmente me sorprendan y La buena estrella lo hizo. La buena estrella se le ocurre a un productor, que es Pedro Costa, a raíz de un hecho real que ha leído en El Caso, el periódico en el que trabajó muchos años. A partir de ahí, encarga un guion a Juanma Bajo Ulloa, pero parece que se pelearon, no veían la misma peli. Pedro llama a Ricardo Franco y le da la vuelta a una historia truculenta en algo más humano, algo más bondadoso.
Hizo una historia sobre gente imposible para convivir, que alcanzan una manera de comunicarse. En un principio se iba a llamar Los atributos del hombre. El personaje de Resines, el carnicero, tiene una disfunción que le impide tener relaciones sexuales, no puede tener erecciones ni hijos, y a partir de ahí lo que él se pregunta es qué hace de un hombre un hombre, cuáles son esos atributos, y el carnicero resuelve el antagonismo con el guapo de cara mediante unas estrategias basadas básicamente en la bondad. La historia real acaba con un crimen, y la nuestra también, pero alteramos el móvil.
Jorge Semprún escribió un libro llamado Federico Sanchez se despide de ustedes (1993). En cuanto llegué al Ministerio, me hice con él, creyendo que podría servirme como manual de instrucciones para alguien que llega a ser ministra viniendo de la calle. El libro está escrito en caliente y Semprún se despacha contra algunos compañeros del gobierno.
«En cuanto llegué al Ministerio me hice con el libro «Federico Sanchez se despide de ustedes«, de Semprún: pensé que podría servirme como manual de instrucciones para alguien que llega a ministra viniendo de la calle».
Un equipo de gobierno no es como un equipo de cine, donde estamos acostumbrados a una lealtad y a seguir todos juntos un camino. Allí no era así, en un gobierno no todos comparten la misma sensibilidad, incluso dentro de un Ministerio hay muchos intereses diferentes. Por una parte descubrí un partido político por dentro, y por otro me encontré con la Administración, que es como un mamut muy difícil de mover, y que esta ahí para auto protegerse.
Semprún cuenta en el libro que para un escritor la propuesta de ser Ministro de Cultura es irresistible, pues la política y la escritura comparten su afán por modificar la realidad mediante la palabra. A mí me ocurrió algo similar: entrar a formar parte y conocer desde dentro cómo funciona el mundo, era irresistible.

Como hija de padres progres que soy, me eduqué en la idea del bien común, de la participación política y de que no vale quejarse si no te mojas. También hubo su parte de vanidad, mezclada con la conciencia clara de que si me llamaron a mí es que otros, más listos, antes habían dicho que no.
«Entrar a formar parte y conocer desde dentro cómo funciona el mundo era irresistible: también hubo su parte de vanidad, mezclada con la conciencia clara de que si me llamaron a mí es que otros, más listos, antes habían dicho que no».
Decidí dejar para el final el tema de la política. Había cosas que me interesaban mucho más, y de esta lo que más me llamaba la atención es cómo debió ser el aterrizaje de una persona ligada a la creación, a la imaginación y al arte, en un planeta tan lejano. Es un viaje que al pensarlo se me presenta arriesgado y con muy pocas posibilidades de sacar algo que no sea amargo. Intenté ser humilde y no caer en la trampa de creerme que la gente era atenta conmigo por mi talento, cuando la realidad es que era solo por el cargo.
Aprendí muchas cosas buenas. Es una experiencia de una intensidad brutal. Aprendí sobre mis límites y capacidades. Tu verdadera esencia está en tu manera de equivocarte, eso se lo escuché a Saura hace poco, y lo relacioné con aquel tiempo. La política necesita más gente de la vida civil, pero se paga un precio alto por estar en ella.
Estuvimos hablando mucho tiempo. Yo escuchando casi siempre, porque además de todo lo que tiene que contar, Ángeles tiene una manera de hacerlo que hace difícil dejar de escuchar. Se me quedan muchas cosas en la cabeza que me hubiese gustado contar, cientos de preguntas que un dia volveré a hacerle.
Su relación ahora con la pintura y los museos, la liberación que encuentra en quedarse mirando un cuadro, cómo le gustaría hacer como Picasso que, según me contó, iba llenando la casa de obras de arte y muebles, y cuando ya no cabía nada más, la cerraba y se iba a otra. Y la historia de Mario Onaindia, esa que dice que cuando estaba en la cárcel les ponían películas en el patio que nunca podían terminar porque les mandaban a dormir a las celdas. Una vez allí, se imaginaba los finales y se los contaba a sus compañeros.