El magnífico disco póstumo de The Jazz Butcher se inscribe en la línea de carreras señoriales de los fundadores del pop independiente anglosajón, autores de carreras que merecen más foco.
Recuerdo el pasmo de un amigo al ver a Lloyd Cole recogiendo todo su equipo al finalizar uno de sus conciertos en España en el año 2000. Iba con lo justo, sin banda de acompañamiento y sin pipas, esos profesionales que se dedican a acarrear instrumentos y demás aparatos que forman parte de la logística de las giras. Él se encargaba de todo, como cualquiera de esos músicos que se pasan la vida tocando de bar en bar, de taberna en taberna. Sin divismos ni privilegios.
El músico escocés había pasado, en poco más de una década, de actuar con banda al completo en recintos para dos o tres mil personas, cuando se hacía acompañar por The Commotions, a hacerlo ante tres o cuatro centenares de fans. Y en el mejor de los casos, porque ese número aún menguaría más con el tiempo. Seguramente tampoco se le pasó nunca dedicarse a la música pop para forrarse, pero sí al menos para subsistir con cierta holgura.
“Son músicos que entienden el pop como una de las más bellas y nobles artes a las que un creador puede dedicar sus mejores empeños”.
Ocurre que las modas y las tendencias van dictando con pulso firme sus propios tiempos, y casi siempre lo hacen de un modo inclemente con talentosos músicos veteranos que, en esencia, no han cambiado tanto. Es más bien el mundo que les rodea el que ha cambiado. Lloyd Cole ha seguido facturando discos espléndidos, aunque cada vez menos gente se enterase. Quienes viven aún varados en los años ochenta porque fue el tiempo de su juventud o adolescencia quizá lo desconozcan. Y es una pena.
El de Cole no es un caso distinto, prácticamente en nada, al del resto de músicos que vamos a mencionar en este texto. El primero de ellos, que es Pat Fish, el hombre que aparece en la foto de encabezamiento de este artículo y que lideró el proyecto The Jazz Butcher durante cuatro décadas, falleció hace solo cinco meses, pero nos dejó a modo de testamento vital y creativo un precioso y señorial disco llamado The Highest In The Land (Tapete/Gran Sol, 2022), aparecido hace solo unas semanas, que no tiene nada que envidiar a sus mejores obras.
Es un tratado de pop artesanal, sobrio, elegante y distinguido, despachado por un hombre que supera la mediana edad y se ha dedicado toda su vida a lo que mejor sabe hacer. Canciones que vehiculan emociones sentidas, pensamientos en voz alta y melodías gráciles, y que nos recuerdan un tiempo (que fue cuando este hombre comenzó a componer) en el que el calificativo de indie era realmente sinónimo de independiente, y no una etiqueta ya desprovista de contenido.
The Jazz Butcher tuvieron la suerte de, por unas de esas coincidencias astrales que se producen una vez en la vida, gozar de cierto predicamento en algunos garitos y emisoras de radio españolas (yo recuerdo las valencianas, al menos) en la segunda mitad de los ochenta. Lo mismo que les ocurrió, a un nivel más amplio, a los Lloyd Cole & The Commotions de “My Bag” o “Jennifer She Said”, a los Go-Betweens de “Streets Of Your Town”, al Pete Astor de sus Weather Prophets y “Almost Prayed”, al Michael Head de los Pale Fountains que proclamaban lo de “Palm Of My Hand”, al Roddy Frame que capitaneaba Aztec Camera cuando “Somewhere In My Heart”, a los Chills que asombraban con “Heavenly Pop Hit” o al Edwyn Collins que, ya en los noventa y sin Orange Juice, triunfó en medio mundo (aunque solo fuera por una vez) con la despampanante “A Girl Like You”.
“Hablamos de músicos que han seguido componiendo estupendos discos en las últimas tres décadas, aunque el gran público apenas se enterase”.
Todos han seguido componiendo estupendos discos y notables canciones en las tres últimas décadas, aunque el gran público solo pusiera el foco en ellos durante un instante fugaz, casi siempre entre la primera mitad de los ochenta y mediados de los noventa. Así de caprichoso y de esquivo es generalmente el éxito comercial.
El éxito real, en cualquier caso, ese que no se atiene a cifras de ventas ni escuchas que se cuentan por millones, lo han madurado a lo largo de sus carreras. El éxito de dedicarse, con discreción y sin necesidad de aspavientos ni levantar demasiado la voz, al pop en su versión más artesanal, detallista y honda. El pop como una de las más bellas y nobles artes a las que cualquier creador puede dedicar sus mejores empeños.