
Las grandes citas musicales se dividen entre quienes celebran este año ediciones más o menos normalizadas y quienes – la mayoría – se han visto obligados a aplazar de nuevo hasta 2022 y programar pequeños ciclos para este verano.
Que en un ámbito tan ferozmente competitivo como es el de los grandes festivales, uno de ellos se haya descolgado con una campaña que lanza guiños a la mayoría de sus competidores, ya es todo un síntoma de que la pandemia ha acabado uniendo a aquellos actores a los que, hasta hace bien poco, era impensable ver remando al unísono.
Siempre se ha dicho, con razón, que el de la música (no solo músicos: promotores, técnicos, riders, riggers, roadies) era un gremio desunido, en el que cada cual hacía la guerra por su cuenta. Pero la situación ha sido tan extremadamente complicada en los últimos meses que no ha quedado más remedio que aunar esfuerzos. Ese es uno de los pocos aspectos positivos que nos ha traído todo esto.
“El futuro es de todos. Volveremos a brillar”, es el tagline de la campaña emprendida por el madrileño Mad Cool, con una cartelería en la que hay guiños a la cuesta de Kobetamendi (BBK Live de Bilbao), a amanecer escuchando el “Don’t Stop Believin'” (Primavera Sound de Barcelona), las ganas de mojarse en la Plaza del Trigo (Sonorama de Aranda de Duero) o ver en marcha de nuevo la gran noria (el californiano Coachella). Una campaña emotiva, que incentiva el optimismo de un sector que pasa por un delicadísimo momento.
El Mad Cool ha lanzado una campaña con guiños de camaradería profesional al Primavera Sound, BBK, Sonorama o Coachella.
Mad Cool ha sido uno de los muchos grandes festivales – como también el FIB de Benicàssim, el Arenal Sound de Borriana o el Rototom Sunsplash, este último también en Benicàssim – que se han visto obligados a aplazar, por segundo año consecutivo, sus ediciones pendientes. Algunos, la mayoría de ellos, han decidido sacarse de la manga ciclos de conciertos con los que paliar, en la medida de lo posible, esa sequía de grandes festivales. Otros han querido, simplemente, postergar toda su actividad al 2022. La situación es, en cualquier caso, mucho más esperanzadora y optimista que hace doce meses. Sin duda.
El experimento que se realizó con el concierto de Love of Lesbian el pasado 27 de marzo, en el que participaron casi 5.000 personas (de las que solo seis dieron positivo en el test antivirus), dio esperanza al sector. Y hay quienes se han agarrado a aquello como a un clavo ardiendo. Entre ellos se sitúan los más osados: el Cruïlla, que se celebrará del 8 al 10 de julio con 25.000 personas y test de antígenos, es el más ambicioso.

También el Vida Festival se apresta para recuperar su actividad con una edición igual de nutrida que en años anteriores, al igual que el Sonorama, ambos con aforos que oscilan entre los 2.500 y los 5.000 espectadores, si bien la casi total imposibilidad de contar con músicos foráneos se notará más en la primera de esas dos citas – algo más deslucida, lógicamente – que en la segunda. Ambos representan, en todo caso, la excepción a la regla general.
Porque la mayoría de los festivales prefieren dejarlo todo pendiente para 2022 y dedicar este verano a programar algunos conciertos sueltos, para aforos reducidos. ¿La razón? La imposibilidad de celebrarlos con la normalidad de otros años, por sus dimensiones, por la merma en la calidad de su cartel que pueda representar la ausencia de artistas internacionales (por mucha calidad que detenten nuestros músicos) o la dificultad para redondear una logística que implique realizar pruebas a todos sus asistentes, con el enorme coste que comporta.
Ese es el caso del Primavera Sound, del Mad Cool o del BBK. También del Low o el Visor, ambos en Benidorm, que han anunciado hace poco al unísono el aplazamiento de sus festivales a 2022 y la programación alternativa para este verano de 2021, de calado menor por las circunstancias, pero con varios focos de interés en sus carteles, casi siempre formados por músicos españoles y algunos extranjeros que, bien por su lugar de residencia o por proximidad (muchos viven en la Europa continental), tienen más fácil actuar en nuestro país.
Recuperar la interacción social, el baile en grupo hasta el amanecer, la magia del directo, es algo que ya está mucho más cerca. También para las salas, ojo, que son (aunque muchas veces se olvide) el vivero que permite abastecer luego al circuito de festivales de nuevos talentos. Ellas lo tienen algo más complicado, por tratarse de recintos cerrados. Y aunque muchas aún continúan cerradas o con su actividad reducida a la mínima expresión, también empiezan a avistar signos de recuperación tras un año y medio complicadísimo, en el que han tenido que lidiar con la desesperante parsimonia y la falta de agilidad de las administraciones públicas a la hora de facilitar la reactivación del sector. Ya queda menos.