
El periodista gallego Javier Becerra publica un interesantísimo libro sobre cómo establecer una relación saludable con la música que nos apasiona, sin sectarismos, prejuicios ni complejos.
Qué importantes son libros como La música no es lo más importante. Contradicciones de un melómano con su pasión (Libros.com, 2021), del periodista Javier Becerra (A Coruña, 1975), firma habitual de La Voz de Galicia, entre otros medios. Y no intento hacer un juego de palabras barato. Pienso de verdad que es un libro importante porque habla de esas cosas de las que habitualmente no se hablan. No al menos en la prensa musical, tal y como la conocemos, más allá de alguna columna de opinión. Y a veces, ni siquiera eso.
El contexto, la edad, la situación familiar o laboral o la fase vital por la que atravesamos son cuestiones que condicionan nuestra forma de consumir y disfrutar de la música. No lo hacemos igual cuando somos niños que cuando somos adolescentes, ni cuando somos jóvenes que cuando traspasamos la barrera de los cuarenta, al igual que no la filtramos del mismo modo si somos personas sin obligaciones del mundo, digamos -ejem- adulto, que si somos padres de familia con una agenda copada por servidumbres laborales. Ni siquiera aunque tu trabajo lo ocupe, al cien por cien, el maltrecho periodismo musical.
Ya el mismo título del libro lo deja claro. Javier Becerra sabe muy bien lo beneficioso que es aprender a desaprender, tras su anterior libro, ¡Esto es pop! 25 pequeñas grandes historias (Mont Ventoux, 2021), con el que se pateó media Galicia (o Galicia entera y parte del exterior) en presentaciones ante su público natural, el infantil. Era la importancia de contemplar la música con una mirada renovada, con la inocencia y la ausencia de prejuicios de un crío. Tomar distancia para volver a apreciar. Hacer tabula rasa y empezar de cero, con una mirada virgen sobre la música pop. Un ejercicio purificador.
Es una enmienda a la totalidad de los prejuicios musicales que alguna vez nos han atenazado.
La música no es lo más importante, sin embargo, es una mirada de adulto, y enfocada también a un público adulto. Pero con la experiencia que aporta haber bajado al barro (entiéndase en el buen sentido) de la mirada infantil. Es una enmienda a la totalidad de los prejuicios musicales que alguna vez nos han atenazado. Una invitación a valorar la música por lo que supone en nuestras vidas pero también en las de los demás, sin raseros clasistas, sexistas ni edadistas. Una revisión de esos pecados de juventud que a cualquier melómano incurable, en la soberbia fundamentalista de sus veintipico (o más) años, le llevó a dividir el mundo entre quienes realmente tenían buen gusto (y criterio) y quienes no tenían ni puñetera idea del asunto y formaban parte del rebaño.
A quienes tenemos una edad y un background similar al de Becerra todo eso nos suena de algo: yo mismo escribí hace unos años un libro llamado No olvides las canciones que te salvaron la vida (Efe Eme, 2019), a sabiendas de que que ninguna lo podía hacer, en realidad. Son otras cosas las que te salvan. No las canciones. Pero apetece jugar a esa ficción, aprovecharse de la licencia poética y con ella proyectar algo que fingimos ser más grande que la vida, porque necesitamos colorearla, atenuar su escala de grises.

Como bien dice el periodista (también gallego) David Saavedra en su acertadísimo prólogo, este libro no es un ajuste de cuentas del autor consigo mismo. Aunque a veces pueda dar esa impresión. Su tesis de fondo se parece bastante a la de Música de Mierda, el libro de Carl Wilson (Blackie Books, 2016), como si fuera el reverso del eterno Peter Pan que encarnaba el protagonista de Alta Fidelidad (Nick Hornby, 1995), obsesionado con las listas y reacio a asumir compromiso alguno al margen de su universo de melodías, estribillos y guitarrazos.
Personalmente, estoy absolutamente de acuerdo con todas las ideas que defienden sus 82 breves capítulos, estupendamente enhebrados, que se leen en un plis plas. Aunque no comparta algunas de sus filias (para eso están los gustos) ni tampoco comulgue con alguno de sus atajos: creo que marcarse unas risas a costa de la turra con el omnipresente “Resistiré” (Dúo Dinámico) en abril de 2020 no implicó necesariamente desdeñar el dramón que se nos venía encima. Ni mucho menos. El humor es más necesario que nunca en esas situaciones, por ácido que nos pueda resultar. Y las redes sociales proyectan una imagen sobredimensionada de algunas realidades, sobre todo cuando abundan plañideras y talibanes del buen gusto. Todo se amplifica en facebook, como en la casa de Gran Hermano.
Sus 82 breves capítulos, estupendamente enhebrados, se leen en un plis plas.
A veces tengo la impresión, leyendo este libro que no deja de ser un surtidor inagotable de ideas interesantes y reflexiones absolutamente pertinentes, de que la música ha sido tan determinante para el autor en algunos tramos de su adolescencia y juventud que acaba pasándose de frenada a la hora de exorcizar aquella vieja cerrazón desde nuestro presente. Quizá como secuela de aquel impulso tribal, colectivo, tan de la época, aquellos finales de los ochenta y primera mitad de los noventa en los que la música pop podía funcionar de argamasa entre púberes desorientados, necesitados de dar un sentido a su desnortado deambular mediante un código común que compartir. Yo me incluyo, ojo, aunque mi pasión fuera más de mis cuatro paredes hacia adentro, sin apenas búsqueda de almas gemelas.
La música no es lo más importante es, pues, un compendio de jugosísimos pensamientos en voz alta que que ponen el dedo en la llaga acerca de muchas cuestiones de fuste para cualquiera que no solo disfrute con la música, del género que sea, sino que también se interrogue acerca de ella y de todo lo que significa: el rancio concepto de la autenticidad, la falsa dicotomía entre honestidad (otro clásico) y diversión, el mito del “criterio”, el innecesario cortavenismo de algunos discos a una edad en la que ya no apetece escucharlos, la forma en la que algunos discos ganan muchísimos enteros cuando son escuchados mientras conducimos o ese mal que aqueja a gran parte de la prensa musical del país (escribir solo sobre lo que nos gusta, y no sobre lo que es noticia, consecuencia de un trabajo que entre todos abocamos a hobby residual: el autor lo ilustra con la disyuntiva -incomprendida por algunos- entre cubrir el concierto de Marc Anthony o el de Wilco) son algunos de los temas que destila esta saludable invitación a desterrar ideas preconcebidas en torno a la música que tanto nos apasiona.