
El dúo catalán solventó la difícil reválida con un fascinante trabajo, logradísima síntesis de tradición y vanguardia, y unos directos deslumbrantes.
Lo advertimos en su momento, cuando lo escogimos como nuestro disco de la semana antes de la primavera pasada: no era un disco fácil. Posiblemente a muchos y a muchas no les entrase a la primera. Ni quizá a la segunda. Pero «Clamor» es un trabajo fascinante, y un auténtico paso de gigante respecto a su estupendo debut, el ya lejano 45 cerebros y un corazón (2017). Ni siquiera el haber comprobado ya la eficacia de estas nuevas canciones sobre los escenarios -servidor ha podido disfrutar de más de la mitad de ellas tres veces: en noviembre de 2020 en el Palau de Congressos de Castellón, en enero de este año en La Rambleta de València y en noviembre en el Primavera Weekender de Benidorm- le resta poder de embrujo. Al contrario. El suyo es el mejor directo de este país. Se nota que Arnal & Bagés son concienzudos, se toman el talle de sus canciones de forma tremendamente minuciosa, casi obsesiva. Y sin mirar atrás. Bravo por ellos.
«No era un disco fácil, que entre a la primera ni quizá a la segunda escucha, pero dedicarle tiempo ofrece sobrada recompensa».
Maria Arnal i Marcel Bagés son, ahora mismo, una de las mejores plasmaciones de esa síntesis de tradición y vanguardia (un cajón cada vez más amplio, en el que bien pueden citarse gente tan dispar como Rosalía, Los Hermanos Cubero, Califato 3/4 o Niño de Elche) que supone uno de nuestros mejores activos culturales. Excepcional tarjeta de presentación para la desbordante creatividad autóctona. También uno de los que mejor reflejan la complejidad de este tiempo. ¿Debería esta ser la auténtica marca España?
Más corales que nunca (el Clamor lo escriben en mayúsculas), con Marcel Bagés ya desligado de la guitarra (cometido principal ahora del productor David Soler) y más volcado en las programaciones, y con Maria Arnal secundada en tareas vocales por el dúo Tarta Relena, la pareja se marcó en este disco un viaje de ida y vuelta entre la canción ancestral y las sonoridades electrónicas más vigentes, con el pálpito de lo colectivo como factor común: su música busca la empatía, la sanación comunal. Como la de Kate Tempest.
«Lejos de perder interés conforme pasan los minutos, aquí la sensación de asombro se agranda en el tramo final».
Pero con anclaje en nuestro legado musical y poético y, al mismo tiempo, con las ventanas abiertas al mundo a través de un espíritu de experimentación que no pierde de vista el formato canción, y que en el segundo tramo del disco alcanza cotas fascinantes: las fabulosas «El gran silencio» (absoluta debilidad personal), «Hiperutopia» o «Jaque», con las cuerdas del Kronos Quartet, que llegan tras esa reinterpretación del tradicional «El cant de la Sibil·la» que bordan, mano a mano, con Holly Herndon. Lejos de perder interés conforme pasan los minutos -como suele ocurrir con tantos discos- , aquí el asombro se agranda.

Por algo reconoían que en este Clamor (Fina Estampa, 2021) hay tanto de Maria del Mar Bonet como de Björk. Voces de hondura atávica sobre capas tectónicas digitales. Caminos sinuosos en los que se filtra algo de luz en medio de la oscuridad. Probaturas juguetonas entreveradas en medio de sonidos de la naturaleza, cuerdas intrigantes, algún ritmo tribal y recordatorios a esa fragilidad que tan presente tenemos.
Derroche de seducción y buenas dosis de misterio. Y audacia. Mucha audacia. Un trabajo imprescindible. Reconocido, con razón, como uno de los mejores (o directamente, el mejor) de toda la producción estatal de 2021 en la prensa especializada. 2021 ha sido su año.