El azconiano dúo de Logroño Espanto vuelve con un retrato irónico de la vida en nuestras pequeñas – y no tan pequeñas – ciudades con «Cemento» a ritmo de pop electrónico, folk, psicodelia, bossa y canción melódica.
La vida es absurda. Partamos de esa base. El tiempo que tardemos en darnos cuenta, ya es cosa de cada cual. Pero cuantas más experiencias va acumulando uno, más claro tiene que no hay un guionista sensato – ni nada que remotamente se le parezca – ideando un argumento medianamente lógico bajo las tramoyas del escenario de nuestras vidas. No es ningún drama. Cuanto antes se asuma, más divertido será todo. Nos queda la risa. Y si podemos adornarla con algo de belleza, mejor.
Luis F. Bayo y Teresa Jimno lo saben. Lo tienen claro, vaya. Sus discos se encargan de recordárnoslo. No se prodigan demasiado, llevan solo cinco álbumes (con este) en trece años. Como las buenas añadas. Pero sus canciones son algo así como el equivalente pop de ese universo cinematográfico berlanguiano en el que su paisano Rafael Azcona jugó un papel tan importante durante décadas: la disección de nuestra realidad desde sus aspectos más aparentemente nimios, desde un costumbrismo que resalta el sinsentido de nuestra cotidianidad.
Sus canciones diseccionan con humor nuestra realidad desde un costumbrismo que resalta el sinsentido de nuestra cotidianidad.
Si Fruta y verdura (Austrohúngaro, 2016) fue su disco rural, este Cemento (Austrohúngaro, 2021) es su disco urbano. Pero no el de una ciudad cualquiera: el de las pequeñas capitales de nuestro país; el de sus miserias, sus glorias y sus envidias locales; el que retrata esa funcionarial rutina diaria que se revuelve como puede, entre la ternura, la obstinación y un entrañable provicianismo, contra los estragos de la globalización y el imperio de la apariencia que dictan las redes sociales.
Los relatos de Espanto, lo que cuentan sus canciones y (sobre todo) cómo lo cuentan, rebosan clase, imaginación, elegancia y un finísimo sentido del humor.
Se inscriben sin complejos en la saga que forman Vainica Doble, Astrud, Parade, Single o Hidrogenesse. Por algo graban con Genís Segarra (en Logroño y Barcelona, con Raúl Frayle a la batería) y también publican en su sello, Austrohúngaro. Ya sabéis, quel era el adjetivo favorito del maestro Berlanga.
Espanto destilan Ironía y guasa. Un humor un poquito cabrón, para qué engañarnos. Pero también una serena empatía con aquello que retratan. Y lo hacen a ritmo de pop electrónico minimalista, prácticamente doméstico, folk onírico, psicodelia ligera, bossa nova, tarantela italiana o canción melódica de toda la vida.
Es complicado que alguien se aburra a lo largo de estas once canciones que se despliegan en 41 minutos. Su sello lo describe como un disco «divertido, triste y misterioso sobre la vida en la ciudad». A veces es extrañamente bonito, añadiría yo.
Y con algunas canciones preciosas, como «La tarta», «Teníamos», «La estatua» o «Piel contra el cemento». Y otras tan rotundamente pegadizas como «Foto con las autoridades», que ya incluimos en nuestra playlist con las mejores canciones del mes de abril.
Espanto son, en resumen, uno de nuestros mejores patrimonios musicales. Un divertimento inteligente, pero también un buen antídoto contra este clima de verdades absolutas, convicciones cerriles y ruido mediático que, en esencia, aparenta hablar de lo importante cuando solo nos habla de lo superfluo. Exactamente al revés que ellos. Lo demuestran con todos sus singles y «Cemento» no iba a ser una excepción.