El sexteto de Philadelphia refina su fórmula de rock en cinemascope jugando sobre seguro, con un cancionero fiable y sin deslices.
Corría hace años el chascarrillo, algo malicioso, de que Wilco se habían convertido en los nuevos Dire Straits. Seguramente porque quienes lo decían no sabían aún el curso que iba a tomar la carrera de The War On Drugs. La banda de Adam Granduciel ha representado, como pocas en los últimos tiempos, una de las más significativas bisagras entre aquello que entendíamos como lo indie y lo mainstream, porque aunque nacieron del sustrato alternativo norteamericano, han terminado facturando discos que no hubieran desentonado en absoluto en las emisoras de FM de los años ochenta o en la rotación de videoclips de la MTV durante aquel decenio.
Sí, es la combinación de rockerío inquebrantable y comercialidad que Mark Knopfler brindaba durante sus días de apasionado idilio con las listas de éxitos. Ese concepto de rock para todo los públicos, aunque – en esencia – sea muy para la mediana edad. Para maduritos, vaya. Símbolo de una supuesta autenticidad – un concepto tan desteñido con el tiempo, y con razón – combinada con eficiencia instrumental, marchamo de profesionalidad que se identifica a veces con virtuosismo, otra ecuación más que discutible.
Y todo muy pulcro. Digno de integrar una de esas playlists que lo mismo sirven para acompañar un viaje, hacer deporte en solitario o regar una buena comida con amigos. Nada malo en ello. Es el confort de lo acogedor. El rock de cualidades amnióticas que tan bien nos acuna, porque nos transmite el calorcito casi uterino de todo aquello que permeó a través de nuestros oídos cuando no habíamos dejado de ser unos mocosos y teníamos los pabellones auditivos casi vírgenes.
The War On Drugs se encuentran muy cómodos explotando esa fórmula, esa actualización de la americana mediante borrascas que en su día jugaron con el shoegaze y cada vez recorren sendas más expansivas, con los sintetizadores en primer plano y grandes sin piruetas formales. Y aunque este I Don’t Live Here Anymore (Atlantic, 2021) haya sido acogido con cierto alborozo por la crítica internacional desde el mismo día de su edición, tratado como uno de sus mejores trabajos, la verdad es que presenta pocas novedades respecto a todo lo que nos han venido ofreciendo en sus últimas entregas. Si acaso, algo más de concisión, una forma más certera de concretar sus ideas y abrocharlas con minutajes más escuetos.

Es otra nueva ración de heartland rock (la sombra de su paisano Springsteen o de Tom Petty, claro) del nuevo milenio, que versa – y en este disco más que nunca – sobre madurar, hacerse mayor y contemplar la vida cuando se está ya más cerca de los cincuenta que de los cuarenta tacos. Expide una producción lustrosa, abrillantada por el propio Granduciel y su compinche Shawn Everett, y un sello, una marca, que ya no necesita explicarse a sí misma. Bastan unos segundos de cualquiera de sus canciones para reconocerles. Capas de guitarras entrelazándose y superponiéndose con capas de sintetizadores, bajos carnosos que impulsan sus melodías y ritmos que las propulsan a un estrato superior. Efectista y efectivo. Bonito fue, y bonito sigue siendo.
De hecho, aunque la acústica “Living Proof” revele su pedigrí dylaniano (ese que Granduciel compartía tradicionalmente con su antiguo compinche Kurt Vile), en cuanto llega “Harmonia’s Dream” queda clara su fidelidad al canon: es otra de esas canciones de carretera y manta, de ritmo traqueteante con reminiscencias de la cadencia motorik del kraut rock, con sintetizadores cegadores y uno de esos relatos-río que evocan amplias llanuras: la eterna gran metáfora norteamericana de la carretera, jalonada por conceptos tan recurrentes en su lírica como los de memoria, pérdida o sueño.
Un día más en la oficina de The War On Drugs, sin duda. Aunque el filtro de voz de “I Don’t Wanna Wait” pueda descolocar por su forma de su combar su perfil AOR, “Wasted” sea una de las piezas más dinámicas que hayan facturado nunca y el sintetizador Juno de “Victim” le confiera ese aspecto de soundtrack para una serie de ciencia ficción de Netflix. Los giros en este disco son más de matiz que de fondo, pero las canciones funcionan, despliegan sus argumentos con solvencia, y eso será suficiente para quienes los tienen aún en lo más alto de su devocionario.