
El octavo disco de Zahara, “Puta”, fue un valiente tratado de pop electrónico que no se hubiera entendido sin la pandemia, el #MeToo y las profundas transformaciones dentro del negocio de la música.
Si hay algo que esta pandemia por la que aún atravesamos debería dejar claro, es la necesidad de no guardarse nada. De no reservar nuestras mejores salvas para un futuro que se nos perfila más incierto que nunca. Si tienes algo que decir o que contar, mejor hacerlo ahora. Por lo que nos pueda pasar. No tiene sentido relegar nuestros mejores argumentos a nuestro fondo de armario.
Esa parece que fue la máxima que Zahara aplicó en su octavo álbum “Puta”, el mejor de todos los que ha publicado. Aquí lo escogimos como nuestro disco de la semana, y la mayoría de listas de los medios especializados lo han seleccionado entre los mejores discos españoles de 2021.
Difícilmente se entendería este trabajo sin la pandemia. Pero también sin el #MeToo y sin la cuarta ola feminista. O sin los revolcones que la industria del disco y de la música – que no siempre son exactamente lo mismo – han sufrido en los últimos tiempos.
Por algo estas once canciones ratifican la apuesta de la jienense por la autoedición y la autogestión. Por algo recuerda, en el lúcido synth pop de “MERICHANE”, aquellos tiempos “en las oficinas de Universal, tragando sermones sobre mi gran potencial”. Largo ha sido el camino.
“Puta es un disco a ratos mullido y a ratos abrupto, duro y a la vez sedante, siempre confesional, deslenguado y honesto en extremo”.
PUTA (G.O.Z.Z. Records, 2021), escrito así, en mayúsculas, es un disco de pop electrónico, a ratos mullido y a ratos abrupto. Duro y a la vez sedante. Siempre confesional, deslenguado, honesto en extremo. Sus textos asumen el exorcismo de viejos demonios personales, el striptease emocional, y lo hacen de una forma que rehúye -y eso ya de por sí es un riesgo, que provocará (ya lo hizo) división de opiniones- el subterfugio poético porque sí, para brindar un lenguaje directo, sin remilgos.
Las cosas claras, suenen mejor o peor, más o menos bonitas. Porque así es la realidad, al fin y al cabo. Así es la realidad que ella ha vivido, la que la ha conducido hasta aquí, a ser quien es.
A Zahara le honra, en este disco más que nunca, la exploración de un territorio que no se conjuga demasiado en femenino singular en nuestro país, y que tiene en Florence Welch, Björk o Lorde a algunos de sus puntos de referencia. Por algo se iba a llamar Melodrama, hasta que Lorde se adelantó y aguó su idea. Por algo hasta el momento más de subidón en todo su minutaje, esa “berlin u5” que fue nuestro videoclip del día, no deja de ser una de esas canciones para bailar con lágrimas en los ojos, como cantaban Ultravox hace más de tres décadas, en la que se atisba la sombra de Caroline Polachek, Tove Lo o Dua Lipa. Aquí, hasta el momento de mayor júbilo esconde una sonrisa que se convierte en mueca, que transmite una sensación agridulce.
“Zahara explora en este disco un territorio apenas conjugado en nuestro país en femenino singular, el de Florence Welch, Björk o Lorde”.
La producción de Martí Perarnau, compañero suyo en _juno, se amolda como un guante a un trabajo valiente, relativamente arriesgado, aventurado en desvíos spoken word (casi rap), brotes de electrónica malsana y disruptiva -el grito de “¡Puta!” en “RAMONA”, el rasguño de “joker” y la confesión que subraya su carácter conceptual: “llevo seis putas canciones explicándolo”- e incluso variantes como un cierre, “DOLORES”, en forma de copla.
La artista de Úbeda encaró este disco como un reto, un desafío sin paños calientes, repleto de textos incómodos y sonoridades inhóspitas para quienes hasta ahora han engrosado su público natural, y puede decirse que del envite salió más que airosa. Más tarde refrendó que estas canciones podían desenvolverse muy bien sobre un escenario. En ese sentido, la dolorosa espera también valió la pena.