
La artista británica de origen nigeriano entregó una obra descomunal, a la altura de su ambicioso e integrador concepto de la música negra. Fue nuestro disco de la semana, pero bien puede ser también el del año.
¿Cuántos discos de más de una hora no tienen grasa? ¿Cuántas veces nos ilusionamos con los singles de una nueva estrella que muestra trazas de gran velocista y luego nos desinflamos cuando comprobamos que no resiste la carrera de media distancia que impone el formato álbum? ¿Cuántos discos tenemos que esperar para que un nombre emergente oposite de verdad al ingreso en el club de los grandes?
Son interrogantes que asomaban, de forma razonable, a la hora de enfrentarse al cuarto largo (los dos primeros pasaron bastante inadvertidos para el gran público, y también tiene varias mixtapes) de Simbiatu «Simbi» Abisola Abiola Ajikawo, nacida hace 27 primaveras en el londinense barrio de Islington, que por algo presume de ser encendida supporter del Arsenal. Difícil alcanzar tal grado de madurez mucho antes de llegar a los treinta.
Sometimes I Might Be Introvert (Age 101/AWAL/Popstock!, 2021) es un trabajo desbordante. Descomunal. A la altura de su ambición. Y lo tiene todo. Hay mensaje. Hay reivindicación personal y también colectiva. Afirmación racial y, por supuesto, femenina. Sombras difuminadas del #MeToo y del #BlackLivesMatter sin incurrir en sermones ni en paternalismos hacia un oyente al que se le respeta (y considera como tal) por parte de una británica con sangre nigeriana.
Hay también un tono de epopeya vital. De disco relativamente conceptual, con sus interludios, su secuencia y su narrativa, que aspira a erigirse como algo más-grande-que-la-vida.
Son 19 canciones en una hora y cinco minutos que fluyen con absoluta naturalidad. Que en ningún momento se hacen largos. Que incluso darían para un musical de Broadway, si los estiramos como un chicle y exprimimos su relato.

Porque el suyo es un relato mayestático al estilo de un What’s Going On (Marvin Gaye, 1971), un The Misseducation of Lauryn Hill (Lauryn Hill, 1998) o un My Beautiful Dark Twisted Fantasy (Kanye West, 2010). Palabras muy mayores. Hay una introducción, un nudo y un desenlace. Mucho por decir, y todo muy bien dicho y mejor resuelto. Hay hip hop, soul, r’n’b, afrobeat, spoken word y hasta funk ochentero.
Una sintonía bien trabada de nuevo con Inflo y Cleo Sol, ambos de SAULT, uno de los colectivos clave de la música negra de los últimos tiempos. Es un trabajo con pegada y masaje. Con alma y con piel. Con epidermis y latido. Con coraje y con cerebro. Y, sobre todo, con ambición y grandeza. Mucha grandeza.
¿Uno de los discos del año? Seguramente, el disco del año.