Entre el plagio o el tributo sincero, la cultura pop ha multiplicado su capacidad de retroalimentarse, en una espiral que no sabemos si tendrá fin.
La nostalgia del futuro: ¿es eso posible? ¿se puede sentir nostalgia por algo que aún no ha llegado? La cultura popular está repleta de productos y manifestaciones que se fagocitan a sí mismas. Películas, libros y discos que se retroalimentan entre sí. Había un grupo británico a finales de los años ochenta que se llamaba Pop Will Eat Itself: qué inmejorable nombre. El pop se comerá a sí mismo. Fueron proféticos. Porque en esas estamos.
Hace unos días, el tiktoker Tavo Erraya, que tiene mucho ojo (u oído) para detectar influencias flagrantes, préstamos sonoros (acreditados o no) y samplers de canciones añejas, comentaba a través de su perfil en la red que Shakira se había inspirado en otra canción de Briella, y que el Future Nostalgia (2020) de Dua Lipa fusilababa (él no lo expresaba así) otras muchas canciones de décadas anteriores. Como el “Need You Tonight” de INXS, “Physical” de Olivia Newton-John, “I Was Made For Loving You” de Kiss o “Your Woman” de White Town.
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No son casos aislados, ni mucho menos: hace tiempo que Santigold, por ejemplo, acusa de plagio a Taylor Swift, y hace también unos días saltaba la liebre de que “Flowers”, de Miley Cyrus, podría haber copiado a Bruno Mars. La cultura pop es una cultura hecha de retales. Fragmentaria, por naturaleza. Autoabastecedora. Propensa al patchwork. Al puzzle. Y no tiene mucho sentido hablar de apropiacionismo cuando estamos ante una cultura esencialmente bastarda, que nace de la hibridación de estilos y lenguajes, de la sana descontextualización de códigos. Así empezó el mismo rock and roll: como el hijo no reconocido del rhythm and blues en colisión con otros estilos. Sin hueco para los votos de pureza.
Hace ya al menos tres o cuatro años que cunde el debate sobre la finitud de las melodías. El interrogante sobre si estamos llegando a un punto en el que ya no queden más melodías por inventar, aún disponibles, flotando en el aire, para que las nuevas generaciones de músicos las puedan utilizar a modo de hallazgo. La duda es más que razonable, y acelera este proceso de revivals retroalimentados en el que nos vemos sumidos. Entre el reciclaje, la nostalgia y la ironía. Hay incluso quienes plasman en sus canciones una nostalgia por lo no vivido: aquello que experimentan a través de lo que les cuentan sus padres y madres.
Cuestión de transparencia
Quizá la clave de todo esto resida en la intencionalidad: no debe haber expolio cuando se acredita la fuente. La música pop rebosa de guiños, homenajes y tributos más o menos velados de artistas emergentes o jóvenes hacia quienes fueron sus maestros, pero lo único innoble es no llegar a reconocerlos o regatear la propiedad intelectual de quienes idearon esas melodías o trazaron esas letras en un primer momento.
La cultura del hip hop, también en parte la electrónica, fue la que empezó a llevar a su máxima expresión esa práctica mediante la técnica del sampler, en un momento en el que aún había un vacío legal y grupos como Beastie Boys, Run DMC o De La Soul se surtían de fragmentos de canciones de otros artistas, extraídos de viejos vinilos que compraban en tiendas de segunda mano o heredaban de la colección de sus padres.
Pero como bien dice la abogada experta en samplers, Deborah Mannis-Gardner, quien se ha encargada de trabajar para De La Soul en los últimos tres años para lograr que sus tres primeros discos – los mejores, auténticas obras maestras – estén a disposición de todo el público en streaming a partir del 3 de marzo, tras décadas solo localizables en viejos vinilos y CDs, “si estás haciendo un homenaje a otra canción, deberías pagar por él, de algún modo, o eliminarlo, por respeto”. Esa debería ser la única línea roja.