
Abraham Boba (Vigo, 1975) estrena sección en ¡Mússica!. Se llama Escrito al oído, aborda la historia intransferible de las canciones y se estrena rescatando uno de los primeros grandes destellos del ya legendario trío trip hop de Bristol.
Llevo unos días pensando qué canción elegir para comenzar esta sección. Como en cualquier toma de decisiones, acotar puede servir de ayuda. Así que me acerco a una estantería en la que guardo unos cientos de CDs, un formato que ahora escucho tan solo en la vieja radio de mi coche.
De alguna manera, el rincón que ocupa la estantería (a espaldas del salón, prácticamente invisible), da una imagen muy clara de en qué se ha convertido ese formato físico con el paso del tiempo. Tengo algunas camisas y chaquetas que guardo por algún motivo pero nunca visto. Supongo que con los CDs me ocurre lo mismo.
Repaso con la vista y con el dedo todos los títulos, plásticos, digipacks, ediciones diseñadas para sobresalir de la estantería, incluso una caja de metal creada por unos amigos para uno de sus discos, que se ha ido oxidando con los años. Está vivo y por eso guarda un lugar especial, arriba del todo, en el frente, sin mezclarse con los demás. Finalmente me detengo a mitad de estantería, lomo blanco con letras casi ilegibles: Portishead – Dummy. La caja está rayada y rota. Fin de la acotación.
«Tengo algunas camisas y chaquetas que guardo por algún motivo pero nunca visto. Supongo que con los CDs me ocurre lo mismo».
Voy a sentarme en el sillón, elegir una canción (siempre hay una decisión más que tomar, cuando parece que has terminado), ponerla en el reproductor, y escribir sobre todas las conexiones que su escucha produzca en mi cerebro. Este disco lleva conmigo desde 1994, me sé cada tema, arreglo y solo. Cada inflexión de la voz rota de Beth Gibbons, cada sample que vertebra las bases rítmicas. Siempre me sonó atemporal, incluso ahora, décadas después de que lo comprase en Elepé, una tienda de discos de Vigo que resiste los embates de la industria.
Algo pasa con las últimas canciones de los discos. Por qué ocupan esa parte en el conjunto. ¿Son una conclusión, un desenlace a la historia que nos han estado contando? ¿Son relleno que se destierra al final del minutaje pensando que quien escucha abandonará a mitad de camino? ¿Son, quizá, las que se salen un poco del conjunto y buscan así pasar inadvertidas? O, por el contrario, ¿Son las canciones más importantes, como suele pasar en los conciertos?
Quizá no para quien las compone, pero muchas veces el público las ha aupado al podio. Este es uno de esos casos, «Glory Box», una canción icónica del grupo de Bristol. Aunque, según declaraciones de uno de sus miembros fundadores, Geoff Barrow, siempre les pareció demasiado comercial y decían sentirse como monos mientras la tocaban en sus conciertos. Y añadía: «Perdimos el argumento, ¡Pero nos compramos una casa!».

No es una de mis preferidas de su pequeño pero perfecto repertorio. Estamos hablando de un grupo que ha hecho tan solo tres discos en casi tres décadas, arriesgando siempre, acertando siempre. Eso no es nada fácil de conseguir cuando te dedicas a esto. Es, de hecho, excepcional. La canción trascendió entre toda esa nebulosa que amparó el término trip hop, un estilo que empezó a caminar a finales de los ochenta y se acabó convirtiendo en uno de los sonidos característicos de mediados de los noventa.
Una habitación oscura, cálida y llena de humo que hizo las delicias de los veinteañeros cansados de destrozarse el cuello con el grunge. De repente, había calma. Adiós a los gritos y la rabia. Bienvenidos al acolchado y ensoñador mundo del trip hop. Pero ya se veía que Portishead iban por otro camino. Aquello podía contener trazas del estilo, pero tenía tanta personalidad que se convertía en un género en sí.
«Una habitación oscura, cálida y llena de humo hizo las delicias de los veinteañeros cansados del grunge. De repente, había calma. Adiós a los gritos y la rabia. Bienvenidos al acolchado y ensoñador mundo del trip hop«.
No creo que en ningún momento se les pasase por la cabeza pertenecer a una determinada escena. Tan solo estaban en el mismo lugar, en la misma época. Tampoco creo que fuesen conscientes del éxito que tendría «Glory Box», más que por sus ventas o su puesto en las listas (inusual, tratándose de una canción tan lenta), por la cantidad de veces que se ha utilizado en anuncios, películas y, ya en nuestros días, series.
Incluso el sample sobre el que se construye, parte del «Ike´s Rap II» de Isaac Hayes, ha servido para crear nuevas canciones, la mejor de ellas «Hell is round the corner», de Tricky, paisano y contemporáneo de la banda que nos ocupa, y creador, aquel mismo año de Dummy (Go! Beat/London, 1994), de otro tótem de los noventa, Maxinquaye (4th & B’way, 1995).
La obra de Isaac Hayes, sobre todo su Hot Buttered Soul (Enterprise, 1969), ha sido «muestreada» también como base para canciones de Public Enemy, Wu-Tang Clan o Massive Attack. Es gracias a él que «Glory Box» sea totalmente reconocible desde que arranca su fundido de inicio, creando esa atmósfera jazzy que tiene tanto de melancólico como de sexy.
Las letras que canta Gibbons no son, desde luego, alegres. Tampoco me puedo imaginar estos temas desde una lírica más luminosa. Es un lamento que acompaña a las composiciones y a su modo de cantar y que la relaciona, al menos para mí, con Billie Holiday. Son voces que duelen y que por ello son hermosas, más allá de la técnica.
La distorsión radiofónica que sirve de efecto, hace que todavía suene más a quejido, más a blues añejo. El estribillo es lo más conocido de la
canción, de hecho hay personas que confunden el título con «Give Me a Reason to be a Woman», el alegato feminista que canta Gibbons al borde del sollozo, pero con una mezcla de fuerza y despecho arrebatadoras.
«Su estribillo es lo más conocido de la canción, de hecho hay personas que confunden el título con «Give Me a Reason to be a Woman», el alegato feminista que canta Beth Gibbons al borde del sollozo».
Hay versos simples y cautivadores a lo largo de las estrofas: «A través de este nuevo estado de ánimo/ mil flores podrían florecer/ muévete y danos algo de espacio». Utley y Barrow dicen que Beth Gibbons proviene de un lugar distinto, un lugar en el que se cuestionan continuamente los posicionamientos estándar, preguntándose ¿Por qué ha de ser de esta manera? Creo que este aspecto es clave a la hora de escribir canciones.
Estrofa, estribillo, estrofa, estribillo y el clásico solo de guitarra. Cuando puedes tararear un solo de guitarra es que ese solo es muy bueno (o que lo has escuchado muchas veces). En «Glory Box», la guitarra de Utley es casi tan característica como la voz de Gibbons. Se cuela magistralmente en todos los huecos y convierte la base de Isaac Hayes en algo distinto. Hay que tener en cuenta que en esta canción solo se escucha el sample (con el crujido del vinilo del que proviene), la voz y esa guitarra farragosa y a la vez tremendamente elegante de Utley. Esa es toda la información.

Se entiende cada elemento y por qué está ahí, y no hace falta nada más. Otra cosa difícil de conseguir. Veo los números digitales del reproductor de CD, 04:10, y llega esa parte C, ese puente que sirve para que muchas canciones descansen o vuelen hacia otros derroteros armónicos. Aquí los de Bristol van más allá, se ventilan la armonía e introducen por primera vez un ritmo distorsionado muy alejado del ambiente que han creado hasta ese momento. Un beat más próximo al hip hop, sobre el que Gibbons canta «Es hora de moverse/ porque es todo lo que quiero ser (una mujer)».
Vuelta al comienzo para terminar, otra vez en fundido, una canción y un álbum redondos. No me extraña que «Glory Box» se haya utilizado tantas veces como banda sonora. En el fondo, todo el disco respira ese ambiente de película imaginaria que se ha convertido en una de las señas de identidad del grupo, ambiente que retorcieron en su segundo disco y no digamos ya en su tercer y último álbum hasta la fecha.
«No me extraña que «Glory Box» se haya utilizado tantas veces como banda sonora, en el fondo todo el disco respira ese ambiente de película imaginaria».
Para terminar, busco en Youtube: «Portishead Glory Box Live». Veo dos actuaciones, una del año 1997 y otra de 2013. Tuve la suerte de verles en concierto en ambas épocas. De la primera recuerdo más bien poco. De la última recuerdo un sonido perfecto y una puesta en escena perfectamente diseñada para subrayar más, si es posible, que Portishead no pertenecen a ninguna época ni estilo más que a los suyos propios.
Ojalá en esta década que ha comenzado tambaleándose vuelvan para sacar de esa caja, gloriosa y mágica, nuevas canciones. Me siento, por fin, a escribir este articulo en el mismo momento que recibo la llamada de un amigo. Le cuento que voy a empezar a colaborar en esta revista y que he elegido, esta primera vez, hablar sobre una canción de Portishead. -«¡Vuelta a los fanzines!»- me dice. Vuelta a los noventa, pienso.
Me pregunto qué me ha llevado a hablar de «Glory Box». Supongo que las canciones que te acompañan durante décadas tienen un valor único, permanecen durante todo ese tiempo en un rincón esperando que en algún momento vuelvas a ellas. Te hacen pensar en el pasado, y ,sobre
todo, en el presente.