Adiós a la voz y batería de Low, mitad insustituible uno de los proyectos imprescindibles del rock de las últimas décadas.
Se suele decir que los mejores profesores son aquellos que no necesitan levantar la voz para convocar el silencio. Los que se imponen por el aplomo y la autoridad que transmiten. Y eso ocurría precisamente con Low, pero muy particularmente con la voz de Mimi Parker (1967-2022), la mitad de su núcleo creativo junto a su marido, Alan Sparhawk. La misma que ayer se apagó para siempre. Mucho antes de lo que nadie esperábamos.
Su voz comparecía y todo el mundo callaba. Más o menos lo mismo que ocurría con otra mujer baterista de la misma generación, Georgia Hubley, de Yo La Tengo. Ambas eran herederas, en cierto modo, de Maureen Tucker (The Velvet Underground), aunque llevaban su legado mucho más allá. Da igual que fueran conciertos en sala que en festivales ante varios miles de personas. Su garganta se imponía.
Parker era la calma en medio del estruendo. La serenidad emergiendo de la sinrazón. La cordura por encima del griterío. La paz de espíritu sobrevolando los escombros de una sociedad a borde de la paranoia: basta escuchar discos como Double Negative (2018) o Hey What (2021), este último aquí escogido como uno de nuestros discos de la semana. Ninguno de los dos necesitó recurrir al manido manifiesto político para reflejar (con más acierto que cientos de panfletos) el ruido inherente a esta era de la desinformación, las mentiras que se disfrazan de medias verdades y los populismos que supuran ponzoña. El virus de nuestras sociedades.
“Alan Sparhawk reconocía que Mimi Parker era su contrapunto perfecto”.
Los dos últimos discos de Low eran profundamente políticos sin necesidad de parecerlo, y además eran la cumbre (a todos los niveles: por intención, sonido, audacia, experimentación y sintonía con los tiempos) de una carrera de casi treinta años en la que ninguno de sus trece álbumes bajó del notable. Se me hace muy difícil pensar en ningún otro grupo capaz de lo mismo. Se me hace más difícil aún pensar que no habrá más discos suyos. Debían haber actuado en Castellón el miércoles pasado y el jueves en Barcelona. Hace meses se anunció que ambos conciertos, como el resto de su gira, quedaban aplazados sin fecha debido a su enfermedad. Lo que ninguno esperábamos es que fuera a ser tan fulminante.
Entrevisté por zoom hace poco más de un año a la pareja. En septiembre de 2021. Mimi y Alan me atendían desde el salón de su casa en Duluth (Minnesota, EE.UU.). Tal y como esperaba tras años escuchando sus discos y haberles visto en directo tres o cuatro veces, ella reconocía ser el contrapunto perfecto para él. En todos los sentidos. “Soy una persona a veces algo frenética, siempre con ideas bullendo en mi cabeza como una caldera hirviendo, y por suerte Mimi es mucho más dulce”, me decía él. “Yo soy tranquila, sí”, afirmaba ella. “Ella siempre intenta saber lo que pasa en mi cabeza para amoldarlo a su vibración particular, y de alguna manera, funciona”, corroboraba él.
La profunda espiritualidad que transmitían las canciones de Low, no importa que estuvieran producidas por BJ Burton, Jeff Tweedy, Steve Albini, Dave Fridmann, Steve Fisk o Kramer, era algo fuera de lo común. La solemnidad que irradiaban, inimitable. Eran mormones, profundamente creyentes. Nunca perdieron la capacidad de seguir asombrando a su público en cada uno de sus conciertos, prendados de un minimalismo algo turbador pero siempre impactante. No necesitaban vender cientos de miles de discos para ser felices con su trabajo ni para ser considerados uno de los mejores grupos (trío, en el mejor de los casos, con la suma de un/a bajista) del planeta.
Es un tópico como un piano, pero esta vez también es cierto: una pérdida irreparable.